Por: Juan Guillermo Gómez García
Superada, al parecer, esta larga fase de confinamiento por la crisis sanitaria del Covid, las instituciones universitarias discuten las condiciones del regreso a las aulas. Las autoridades municipales han venido trazando las medidas a seguir, de mano de los lineamientos de bioseguridad y consejos de expertos epidemiólogos sin que se logre crear un consenso entre la comunidad académica, de profesores y estudiantes. Regresar parece es algo indiscutible, el asunto es ¿cómo y bajo qué circunstancias? Pese a las medidas (como tapabocas, gel anti-bacterial y carnes de vacunación), hay temor de nuevos contagios y que los colegios y universidades sean focos de expansión del virus.
Desde finales del año anterior, poco a poco, los estudiantes han venido retornado a los campus de la Universidad de Antioquia y de la Universidad Nacional. Las mesas de las cafeterías empiezan a ser «colonizadas» por los habituales huéspedes, las plazas a medio llenar y cierto aire de fiesta aplazada largamente copa, por retazos, los viejos espacios tan entrañables para tantos. Las bibliotecas abren, aunque con horarios algo restringidos, algunos colegas son visibilizados a la distancia, en la rutina de ir o volver a clases. He oído decir que algunos estudiantes se reencontraron con los campus, con lágrimas en los ojos (nota de sentimentalidad inevitable), y otro me dijo al oído: «profe, para sentirse en casa falta solo la primera pedrea».
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El reencuentro en el aula, luego de casi dos años de clases virtuales, fue un acontecimiento para muchos deseado, para otros, temido. Regresar implica recuperar ese espacio de sociabilidad tan arraigado a la cultura universitaria, al menos desde su fundación en Bolonia. La comunidad profesores/estudiantes ha sido la naturaleza misma de la institución de educación superior, que se vio alterada obligadamente por la pandemia, como todos saben, y es impredecible los procesos de adaptación o traumas que se ven venir. Volverse a reencontrar, tuvo su nota de regresar la novela a páginas de atrás, se hizo saber que ser profesor en clase está lleno de motivos personales y de deberes otra vez adquiridos de la mejor manera. Aunque no para todos.
Hay definitivamente profesores que apresuraron sus jubilación, por no resistor el trauma de las clase virtuales, y hay otros profesores que no están dispuestos a regresar a las clases presenciales y optan por la virtualidad. Los nuevos escenarios pos-pandemia son los más aptos y propicios para saber qué se ha aprendido o desaprendidos en este lapso, nada despreciable, al experimentar y ensayar dictar clases con estudiantes presente remotamente. No fue fácil ni para profesores unos ni para los alumnos. Más bien se puede contabilizar, en las cuentas de los saldos más lo perdido que lo ganado.
Personalmente sufrí con este experimento, aunque aprendí a programar clases, compartir pantalla, subir materiales bibliográficos a un Drive y buscar un medio más adecuado que «putiar» para mis adentros a los estudiantes que se refugiaban tras un cuadros negro, mudos casi siempre, sin participar como lo suelen hacer cuando estamos frente a frente. Los equívocos se multiplicaban y había un cierto desgano que se manifestó en el bajo rendimiento, de parte y parte. Los resultados se verán más adelante y me preocupa precisamente aquellos estudiantes de primeros semestres que tuvieron solo clases virtuales y se enajenaron de la vivencia de compartir “en vivo” la rutina de ir y salir a diario de los espacios universitarios. Esta mutilación debió ser sentida, esa ausencia de no compartir con sus compañeros de carrera.
No todo es negativo, sin embargo. Estimo de gran valor el hecho de grabar las clases, pues de este modo se crea un documento de interés docente para el presente y el futuro. Grabar es exigirse a fondo; es concentrar y disciplinar la palabra, casi como una modalidad escrita. La grabación de clase y la posibilidad de que el estudiante pueda escucharla después las veces que desee y que incluso pueda compartirla, hace del aula una universidad abierta, sin barreras, a distancia y gratuita, en este sentido. La grabación es el fiel testimonio del valor de la docencia, del peso específico de los conocimientos y la calidad interpretativa de los temas, del dominio de la materia y del alcance pedagógico del docente.
Solo tras pasar este próximo primer semestre 2022, estaremos en posibilidad de llegar a un mejor consenso sobre la importancia del regreso a clases pos-pandemia. Creo que los promotores de la universidad virtual como panacea del futuro, se encontrarán con auditorios ya muy experimentados y así no nos meterán tan fácil los dedos mercantiles en la boca.
Estimo de gran valor el hecho de grabar las clases, pues de este modo se crea un documento de interés docente para el presente y futuro.