Cuando Rosita Turizo de Trujillo entró a la Universidad de Antioquia a estudiar la carrera de Derecho, la secretaria le dijo que era la única mujer entre 62 hombres ¿Sintió miedo por la cifra? ¿Sintió miedo por qué eran hombres? Sintió miedo porque era una mujer irrumpiendo en un espacio de poder creado y designado solo para los hombres.
“Sentí ganas de salir corriendo”, recuerda aún Rosita a sus ochenta y tantos años. Cuando llegó a su casa, su mamá mientras que le acariciaba la cabeza le dijo: “¡Mija tranquila! Lo que puede pasar es que sean inteligentes como usted”.
Esa sentencia que pareciera sencilla, guardaba en sí una pista sobre el destino de Rosita.
La mujer que un día pensó en salir corriendo se quedó y logró graduarse ¡Gran día! Rosita Turizo abogada antioqueña al servicio de su pueblo. Pero cuando quiso votar como sus colegas, le dijeron que no podía hacerlo porque no era ‘ciudadana’, era el año de 1955. Diez años atrás, la ONU había convocado a todos los países de América para que incluyeran en sus constituciones el derecho al voto femenino, argumentándoles que negarlo era “perpetuar un estado de desigualdad social entre hombres y mujeres”.
Y muchos años más atrás, en Washington, la activista feminista Alice Paul cuestionó que las mujeres no pudieran votar si eran ‘ciudadanas legítimas’ como los hombres.
Rosita en compañía de un grupo de amigas, de las pocas universitarias tituladas de la época que además compartían sus mismos cuestionamientos sobre el rol que tenían en una sociedad llena de desigualdades, fundaron la Asociación Profesional Femenina de Medellín:
“Lo hicimos para poder tener manera de exigir el respeto por nuestros derechos, sin que nos pusieran condiciones, queríamos defender nuestra ciudadanía y darles el mensaje a otras mujeres”.
En el camino, no solo reclamaron mejores condiciones laborales para las mujeres de Medellín, además le apostaron a la educación cívica y política con la implementación de la iniciativa ‘Escuela de Ciudadanía’, pues más allá de ‘votar’ Rosita y sus compañeras de lucha sabían que el reto estaba en lograr que ellas también fueran elegidas para incidir en los escenarios públicos del país.
El 1 de diciembre de 1957 tras un llamado para “defender la paz y la patria”, en Colombia las mujeres votaron por primera vez durante el plebiscito de 1957. Según información de la Registraduría Nacional en total participaron 1.835.255 ‘ciudadanas’.
Así la abogada que un día transgredió las normas de una educación patriarcal, se convirtió en una de las sufragistas de Colombia “cuando voté sentí alegría pero también miedo”, Rosita alude a que en un contexto donde la discriminación contra las mujeres era normal y cotidiana, podía ser posible que “inventaran algo para no dejarnos seguir ejerciendo nuestro derecho”.
Por fortuna no pasó, y ese mismo año con la fuerza de su colectividad y con el objetivo fijo de seguir incidiendo en la transformación de los imaginarios machistas, creó la Unión de Ciudadanas de Colombia para lograr el reconocimiento de los derechos políticos de la mujer. En el año 2001 por ejemplo, capacitaron a 240 mujeres de los 5 corregimientos de la ciudad de Medellín, con proyectos sobre Políticas Públicas y Proyectos Productivos Rentables.
Vale la pena resaltar que: “La Constitución de 1991 consagró importantes normas a favor de los derechos de las mujeres, que contribuyen a eliminar distintas clases de discriminación que aún perviven en el país. Una de ellas es la que garantiza la «adecuada y efectiva participación de la mujer en los niveles decisorios de la Administración Pública», cuyo último desarrollo es la Ley 581 del 2000, conocida como Ley de Cuotas, que obligó a que los niveles de decisión de las tres ramas y órganos del poder público en todo el país tengan como mínimo un 30% de mujeres y a devengar igual salario por igual trabajo”. (Citado en El voto femenino en Colombia – Mujeres Confiar)
“¡No hay equidad, no hay paridad!”
A 60 años del voto femenino en Colombia, de sentirse orgullosa por haber luchado por la dignidad y la participación política de las mujeres, Rosita reconoce que aún falta y que todavía “no hay equidad, no hay paridad”; su hija la abogada Margarita Trujillo es heredera de sus ideales, agradece su obra pero fija un nuevo reto para las ciudadanas:
“Gracias Sufragistas pero aquí estamos las Paritaristas, somos las mujeres que estamos abogando para que estemos en igualdad numérica y de condiciones en los espacios del poder político, como el Congreso, Senado, Cámara de representantes, asambleas y concejos”.
Agrega que:
“Las mujeres tenemos que estar en los espacios de poder para subsanar nuestras necesidades, porque nuestra visión es diversa, somos mujeres rurales, urbanas, indígenas, todas las mujeres tenemos que estar unidas como género para superar nuestras dificultades, porque la base de la cultura patriarcal hace difícil nuestra vida en cualquier espacio”.
Al respecto, Sonia Vásquez Mejía vicepresidenta de la UCC llama la atención sobre la importancia que desde la infancia en las instituciones educativas les enseñen a las niñas y a los niños que son ciudadanas y ciudadanos con derechos, con el deber de respetar la diversidad, y frente a la Ley de Paridad expresa que:
“Es necesario que se implemente y así podamos incidir y velar para que nuestras demandas y necesidades sean también incorporadas en todos los ámbitos, desde la propia familia, la comunidad, la organización, el partido político, los poderes regional, municipal y nacional”.
De los 23 municipios que conforman al Suroeste, solo dos son administrados por mujeres: Olga Lucía Zapata Marín, alcaldesa de Angelópolis, y Mónica María Ocampo Restrepo, alcaldesa de Santa Bárbara.
Antes, como ahora, la pregunta de Alice Paul sigue estando vigente en la mayoría de naciones: “Señor Presidente ¿Cuánto tiempo tienen que esperar las mujeres para conseguir su libertad?”