Mis años en San Gregorio (Alfonso López), vistos por el niño que llevo dentro
Entrega 3
Por Rubén Darío González Zapata Nacido en la vereda La Lindaja Corregimiento Alfonso López (San Gregorio) Ciudad Bolívar
Lo más hermoso del sitio donde vivimos es el panorama que se extiende ante nuestros ojos: un amplio paisaje de extensas y verdes cordilleras. Por el costado oriental tenemos en primer término el cañón de La Lindaja, vereda a la que pertenecemos. Es una zona en la que, entre arboledas de enormes piñones y tupidos cafetales, se adivinan los tejados de las casas, algunas de ellas muy grandes, unidas por rústicos y zigzagueantes caminos. En las horas del ocaso y en medio del silencio de la noche que se acerca, con frecuencia se escuchan allá abajo las voces de niños que juegan y los gritos de vecinos que se comunican entre sí de una casa a otra.
Por el mismo costado oriental, y al frente inmediato de la casa, se encuentra la cordillera de La Siberia, en la cima de la cual hay un grupo de casas dispersas, una tienda para hacer mercado, más otra casa en la parte más alta del lugar donde se venden bebidas y ponen música. Mi mamá dice que es la Fonda de La Siberia y que el sitio pertenece a un pueblo que se llama Salgar, mientras que más al fondo del horizonte se destaca de entre las verdes cordilleras una curiosa figura montañosa en forma de gran pirámide: es Cerro Tusa.
Por el costado sur, y más allá de las veredas La Hondura, Puerto Limón y Remolino, dicen mis hermanos que pasa un río que se llama San Juan. Por alguna razón que no logro explicarme, este río me causa mucho temor. En las tardes tempestuosas, cuando los nubarrones negros y amenazantes cubren el cielo y las montañas, se escucha un sordo y lejano ruido. Mis hermanos dicen que es el ruido del San Juan que suena así porque lleva muchas aguas. En mi imaginación, los enormes raudales que brotan de esas montañas amenazan con arrastrarnos a todos, pero mi mamá me tranquiliza, porque esas aguas siguen su curso sin hacer daño hasta llegar a un río aún más grande que se llama el Cauca, el que, a su vez, desemboca en otro más grande aun, llamado el Magdalena, que finalmente entrega su caudal al mar. ¿Cómo será el mar?
Más allá del río San Juan tenemos a la vista bellas cordilleras y grandes praderas, detrás de las cuales, según dice mamá Julia, está Andes y otro pueblo que se llama Pueblorrico. Algo en esas praderas despierta mi curiosidad. Sucede siempre en los días soleados, al caer de la tarde, cuando ya las primeras sombras de la noche empiezan a cubrir el paisaje. Es una pequeña mancha de luz solar que se niega a apagarse y dura un tiempo más entre la incipiente oscuridad. Mi mamá me dice que es El sol de los venados. ¿Qué serán los venados? Con frecuencia, sentado en el pequeño rellano del potrero en el que está mi casa, observando a lo lejos esa mancha de luz que lentamente se va desvaneciendo, pienso en cómo será el mundo que hay detrás de esas lejanas montañas. ¡Tal vez nunca lo sepa!
Sin embargo, la parte del paisaje del que estamos rodeados, que despierta mayor interés, es el que tenemos por el occidente, allá por donde se pone el sol. Sobre una pequeña cordillera, más allá de la finca de Heraclio Uribe, observo un conjunto de casas todas muy juntas. ¿Qué sitio es ese? Mi mamá me dice que ese sitio se llama San Gregorio, aunque también le dicen La Libianota, el lugar a donde van todos los que viven en estas veredas paran asistir a la iglesia, comprar las cosas que se necesitan en las casas, y en el que se reúnen igualmente para celebrar acontecimientos y actos especiales del pequeño poblado o para distraerse después del duro trabajo de la semana.
Algo en ese paisaje lo hace especialmente hermoso: es ese lejano fondo en el que se destaca de manera avasalladora una imponente serie de cordilleras, en una de las cuales, justo la que está en la parte más visible desde la casa, se eleva un altísimo y enorme pico rocoso. La belleza de esas montañas es sobrecogedora y llena mi mente soñadora de una profunda admiración. ¿Qué habrá allá arriba, en ese pico tan alto? Mi mamá nos dice que esas montañas se llaman los Farallones del Citará y que hasta el momento no ha habido persona alguna que haya podido subir a ese picacho.
De manera involuntaria mi imaginación va construyendo escenarios fantásticos instalados en aquella enigmática sierra, en los que se desenvuelve la vida de seres imaginarios. Son historias fabulosas que me acompañan siempre con un efecto tranquilizador cuando estoy ansioso, me distraen en los momentos de tedio y me ayudan a conciliar el sueño en el silencio de la noche. Descubro, entonces, que el vagar por el mundo de los ensueños es uno de mis más bellos, dulces y secretos pasatiempos, que comparto solo conmigo mismo.
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Nota:
“La Libia” fue el nombre de la primera tienda que abrió uno de los integrantes de la familia del señor Juan Gil, cuando el lugar, que más tarde sería San Gregorio, era aún una finca de su propiedad, esto según lo que se desprende del relato escrito hecho por el señor Miguel Herrera, uno de los primeros habitantes del corregimiento. El nombre de San Gregorio probablemente se deba a que en la cordillera opuesta, por el costado occidental, funcionaba desde mucho antes una fonda con ese nombre, de propiedad de un señor Félix Restrepo, quien fue luego el primer inspector del corregimiento. El nombre de Alfonso López es con el que figura el corregimiento en los documentos oficiales y le fue puesto en honor a quien, en el momento de su creación, ejercía la presidencia de Colombia, el señor Alfonso López Pumarejo, “por ser éste un pueblo liberal”, según versión del señor Bernardo Guerra, también uno de sus primeros habitantes.
Entrega 1: «Mis años en San Gregorio: Un futuro por construir».
Entrega 2: «Mis años en San Gregorio: El nido familiar».
Por Rubén Darío González Zapata
Nacido en la vereda La Lindaja
Corregimiento Alfonso López (San Gregorio)
Ciudad Bolívar