“Martín es un nombre corriente de pueblo, y Acantilado, tal vez sea un promontorio humano contra el que chocan las saladas y borrascosas corrientes de la sociedad, buscando quizá sobrevivir al contraste entre pensamiento y realidad. Ese soy yo, mucho gusto, el poeta Martin Acantilado”.
Con un humor idílico, discurso adornado de poesía e inspirado en la magia de las palabras que llevan los libros que ha escrito, el poeta Martín Acantilado deleitó a EL SUROESTE con su narrativa, en medio de risas e historias, sentados cerca de la escultura de Simón Bolívar en el parque principal de Venecia.
Martín empezó a escribir desde niño sus primeros poemas. Uno de ellos titulado como el clásico cuento Alicia en el país de las maravillas. A partir de este, su amor por las letras fue ganándose una y mil páginas. Se retiró hace 30 años de su ejercicio profesional como abogado quedándose con la capacidad de observación, argumentación, y oratoria, para agregarle a esas habilidades propias de su oficio la inspiración y dedicarse de lleno a la poesía.
“Uno nunca se vuelve poeta, todos tenemos algo de poesía en nuestro ser, en nuestra impronta genética hay unos gránulos de poesía”, nos cuenta.
Con orgullo nos va mostrado los libros de su autoría mientras su memoria entre versos, rimas y estrofas trae el recuerdo de personas, situaciones y lugares que lo han inspirado. Los componentes históricos y culturales de la Montaña Sagrada de Venecia, han sido musa para Martín. “Yo no escribo ningún poema, yo soy un medio que recibe a través de la inspiración estos dictados, los pongo en el papel y luego tomo el trabajo de estudiarlos y cambiar una sola silaba de ellos me saca sangre”, agrega.
Con una encantadora entonación va leyendo apartes de algunos de sus poemas y en uno de ellos se detiene para decirnos que “el inconsistente es quien hace estos dictados y mi experiencia me dice que no se equivoca. El poema a la Montaña Sagrada está creado en infinitivo, porque yo concibo la poesía como un canto de esencia, y esa esencia la encuentro en el verbo” Y así, pidiéndole permiso a la montaña para hablar de ella, nos deleita con su arte.
LA MONTAÑA SAGRADA
Descubrir sus laberintos antropomorfos,
auscultar los dinamos que en sus entrañas
encendiera el fúlgido cosmos;
huellas ambientales del aborigen
y los guardados secretos de su alma.
Ulular del vecino éter
desde su entrada cima,
o quizá sentir los intersticios
de su ser pirámide,
no sólo para ver desde lejos la fragua de acuarelas
que el sol le dibuja en las tardes,
o el haz de luceros que habita en su cúspide,
o para hallar la esencia de sus guardados tesoros,
o para escuchar en el trasfondo enervado su silencio,
Ecos fantásticos de un concierto de ocarina
y en las enigmáticas noches del altar de las ofrendas,
hadas hechiceros repetir sus aquerrales;
o para ver en un nicho sagrado del sol
danzar mítica a la Diosa de los Espejos.
¿Acaso alguien pudiera sacudir su esencia totémica?
¿Quién descifrará el legado de los secretos
que el sol deja en su torre cada tarde,
o el rasguño que los acorazados vientos
logran estarcir en sus laderas?
Su oculto intestino guarda las grafías
del lenguaje del universo,
velamen emblemático de una quilla de montañas,
compás que signa nuestra cantera de artilugios,
guía cósmica frente al portal de sacrilegios
de la raza humana,
dadme a entender, en fin, oh entraña totémica
el lenguaje de los siglos.
Martín Acantilado.