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Por: José Fernando Montoya Ortega

Respetando las opiniones del señor Gerente General, no es posible desconocer el grado crítico de la caficultura hoy en Colombia. No es sostenible por la pérdida que entraña mantenerse en la actividad productiva; no es sostenible por la manipulación monopolística y especulativa del mercado internacional, en beneficio de las empresas multinacionales, y en detrimento del bienestar de las familias caficultoras.

Es preocupante la falta de autocrítica y heteroevaluación, en pro de un modelo pertinente e innovador para la caficultura en Colombia, en sus diferentes subsistemas.

La democracia cafetera es de un gran potencial, y a la vez oportunidad para que de ella fluya nuevas formas de generación de valor, relacionamiento al interior del gremio; y la necesaria práctica de procesos de convergencia y concertación, rompiendo paradigmas, mediante la dinámica de la apropiación social del conocimiento, para la creativa toma de decisiones con sentido trascendente.

Dura realidad, que debemos reconocer: la caficultura colombiana, sostenida por más del 90% de pequeños productores, en medio de la inequidad propia de las existentes relaciones de mercado, corre el riego de final del ciclo del café, como ha sucedido con otros sectores económicos.

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