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Una mosca en el marco de la puerta

Primera parte.

Por Rubén Darío González Zapata
Nacido en la vereda La Lindaja
Corregimiento Alfonso López (San Gregorio)
Ciudad Bolívar

Durante los años que precedieron a aquel fatídico día, la enrarecida atmósfera de malestar social y político dentro de la cual se debatía el país era un cúmulo de negros nubarrones al que cada discurso sectario de caudillos de turno, cada artículo incendiario de prensa, cada hecho de violencia partidista (casi siempre con asesinato incluido), cada sermón de un cura fanático de pueblo, le añadía una porción más de material explosivo que en cualquier momento, por la ley fatal de  las sociedades en las que el odio, el radicalismo, el fanatismo, la ignorancia y la estupidez han desplazado a la razón y a la sensatez, tenía que estallar.

La ruta tortuosa por la que marchaba el país, sin embargo, pareció haber mostrado inicialmente  algunos buenos presagios, cuando en 1930 el período de hegemonía conservadora había llegado a su fin luego de 46 años (1886 – 1930) de sucesivos gobiernos de ese partido y las toldas del poder habían pasado a manos del Partido Liberal, inicialmente bajo el liderazgo del presidente Enrique Olaya Herrera, seguido por el primer período del presidente Alfonso López Pumarejo, más una lista de jefes de Estado liberales (incluido un segundo período a medio terminar de López Pumarejo), que iría hasta el año de 1946. Fue lo que se llamó la República Liberal, que duraría 16 años (1930 – 1946) y que, tímidamente, entreabrió las puertas hacia una modernización del Estado, al poner los ojos en las condiciones de trabajo de una clase obrera sin derechos efectivos, una situación del campo caracterizada por el atraso y una distribución altamente inequitativa de las tierras, más un sistema educativo en el que un clero enquistado en el poder tenía una enorme injerencia, además de ser enormemente desventajoso para las mujeres. Era el ideario de la “Revolución en Marcha” del presidente López, un muy tímido intento de cambiarle el rumbo al país parroquial y provinciano, sumido aún en la cultura del siglo XIX, que todavía seguía siendo la Colombia de aquellos años.

No obstante, las cosas no se dieron, o al menos no en la medida de los deseos del presidente López. Los obstáculos fueron muchos: un Partido Conservador con Laureano Gómez a la cabeza — el monstruo de talento extraordinario como orador — con una férrea y sistemática oposición, llevada a extremos hasta ese momento desconocidos en el país; una fracción del Partido Liberal tan aferrada al pasado como cualquier grupo conservador, también en la práctica ubicada en la orilla opuesta del gobierno, más una clase dirigente y clerical que sólo veía en la “Revolución en Marcha” la punta de las orejas del fantasma del socialismo, el ateísmo y la masonería queriendo apoderarse del país; a esto habría que sumarle los propios errores del partido gobernante, para frustración de las clases populares. De esta forma terminó lánguidamente y a trancazos, en el año de 1946, la era de la República Liberal para dar paso nuevamente al Partido Conservador de la mano del señor Mariano Ospina Pérez, ficha puesta por Gómez para ganarle la presidencia al Partido Liberal, escindido entre Gabriel Turbay y un caudillo salido de la clase popular: Jorge Eliécer Gaitán. Gaitán, un hombre aguerrido, que con su discurso arrollador terminó galvanizando hábilmente las frustraciones de un pueblo atrasado, empobrecido y hastiado de los políticos tradicionales; el orador que no hablaba de liberales contra conservadores sino del pueblo contra las oligarquías; el político que produjo un fenómeno de masas entregadas incondicionalmente a su discurso efervescente con una casi mística devoción y un fanatismo hasta ahora nunca vistos en Colombia. Pero los propósitos de Gaitán por construir un nuevo país no pudieron prosperar porque, estando en el pináculo de toda su fama, fue asesinado de tres balazos el 9 de abril de 1948 y con su caída mortal la chispa que hacía falta para que se desatara la tormenta se había producido; a partir de este instante el país, especialmente Bogotá, quedaba hundido en el caos y la locura. Era la 1:15 de la tarde del día 9 de abril de 1948.

Tres cuadras más abajo en dirección hacia el occidente, partiendo desde el sitio en donde cayó muerto el caudillo, para un matrimonio sencillo, que a fuerza de las peripecias propias de una familia de clase popular venía abriéndose camino en la vida para sacar adelante sus hijos, el día transcurría como cualquier otro, sin más motivos especiales de preocupación diferentes a los de trabajar duro para arrancarle a su estrecha economía el sustento diario. Diez o doce años atrás, el destino había decidido que los caminos de José de Jesús Cárdenas y Leonor Cruz se unieran para iniciar juntos la construcción de una familia que ahora, ya con sus tres hijos, Gustavo, Alfonso y Gloria (de 9, 7 y 5 años respectivamente), era un hogar que, mediante el trabajo duro y honesto, buscaba abrirse camino en un medio lleno de limitaciones económicas, pero con los valores humanos y profundamente cristianos que le daban sentido y razón de ser al esfuerzo diario. Para estos momentos y después de pasar por una dura experiencia por la pérdida de los pequeños ahorros que Jesús había logrado reunir a través de años de trabajo, representados en una bien surtida cigarrería (La Favorita) con buenas perspectivas de crecimiento, la que vendió para con el producto de la transacción comprar una finca situada en el municipio de Albán (Cund.). A la tal finca, sin embargo, le apareció un dueño que resultó ser del cura del pueblo — era lo que decía ese sacerdote —; de esta forma la familia quedó, literalmente, en la calle.  Sin embargo y luego de haber atravesado por una azarosa temporada de severas penurias por el descalabro sufrido, la familia había logrado estabilizarse por fin en un pequeño apartamento en el último piso de un edificio de oficinas (aún existente hoy día), ubicado en el costado oriental del Parque San Victorino, del cual Jesús era, en ese momento, su administrador. Lo que esta familia empezó a vivir ese 9 de abril a partir del calamitoso momento lo narra así Gloria, quien para esos momentos era la menor de los tres hijos del matrimonio, 5 años ya cumplidos: Gloria.

Foto de Gloria a sus 14 años. (Álbum familiar).                                                                                                                                                                             

Ese día hacía cosa de 30 minutos habíamos almorzado y mis hermanos habían regresado a la escuela. Mientras mi mamá se dedicaba a arreglar la cocina y hacer los quehaceres normales de la casa, aproveché para subir a la terraza del edificio a la cual se accedía a través de una pequeña puerta de salida. Una vez allí y luego de haberme entretenido mirando las palomas que solíamos tener, le eché un vistazo a la parte de la ciudad visible desde el lugar en el que me encontraba, de manera especial el tramo que va de la calle 13 (A. Jiménez) hasta las iglesias de San Juan de Dios y la de Santa Inés, a través de la Cra. Décima, más la plaza de mercado más grande de Bogotá para esos momentos. No me pareció ver nada fuera de lo común. Reinaba la habitual calma de la hora del descanso del almuerzo de un día normal de semana en la ciudad de Bogotá. Me dispuse, pues, a regresar al interior del apartamento, pero entonces una mosca se había posado en el marco de la puerta, insecto por el que sentía una inexplicable fobia. Llamé entonces a mi madre para que espantara el insecto, pero probablemente por estar ocupada en ese momento no le paró bolas al motivo de mi preocupación, así que decidí regresar a la terraza para dar tiempo a que éste se fuera por su propia voluntad. Entonces y en cosa de un segundo, me encontré con que el mundo dentro del cual había vivido y venía creciendo hasta ese momento se había transformado en una pesadilla de horror más allá de toda comprensión. ¡Un infierno que jamás hubiera podido imaginar se acababa de apoderar de nuestras vidas!

Nota:

La primera parte de este escrito fue elaborada con base en los libros:  Alape Arturo, “El bogotazo”, memorias del olvido, Biblioteca Básica de Cultura Colombiana, disponible en Google, El_Bogotazo_BBCC_libro_59.pdf.  Melo Jorge Orlando – Valencia Llano Alonso, Reportaje de la historia colombiana, Editorial Planeta. Constaín, Juan Esteban, Álvaro, su vida y su siglo, Penguin Random House Grupo Editorial, S.A.S.

Foto portada: Sietefotografos.com 

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Por Rubén Darío González Zapata
Nacido en la vereda La Lindaja
Corregimiento Alfonso López 
(San Gregorio)

 

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