¿Qué hay en esa cumbre de ensueño que tanto me atrae?
Si yo fuera a escribir una novela la llamaría La montaña mágica, con el perdón de Thomas Mann. No para desperdiciar, como lo hizo el famoso escritor, un nombre tan hermoso –otra vez le ofrezco mis disculpas por mi irreverencia– empaquetando en su interior las disquisiciones filosóficas y las experiencias amorosas de los pacientes y visitantes de un sanatorio suizo, en hechos nacidos de su imaginación, pero no de la magia de una montaña, como lo sugiere el título de su obra. Tampoco para plagiar la denominación que el novelista le dio a ese monumento literario de la Alemania de la primera mitad del siglo XX. ¡No! Lo haría para confeccionar con los hilos mágicos de una imagen tan bella el ropaje legendario de otra Montaña Mágica: la del reino de mis sueños. Aquella que me vio nacer, la que presidió las ensoñaciones de un niño que creció entre las verdes cordilleras, grandes praderas, ríos y quebradas, que yacen a sus pies desde que brotó de las entrañas mismas de la tierra en nuestro remoto pasado. La que saluda cada día los rayos del sol en las mañanas despejadas y despide su luz moribunda al atardecer, cuando el Astro Rey, después de una dura jornada, reposa de su cansancio detrás de sus riscos y picachos, ante la mirada atónita de unos seres humanos a los que Dios les dio el privilegio de nacer bajo su manto tutelar. Sí, ya saben de qué montaña estoy hablando: la montaña de los Farallones del Citará.
Con relación a esta montaña, que tanta influencia tuvo (la sigue teniendo) a lo largo de los primeros años de mi niñez y juventud en múltiples aspectos de mi propia vida, y que seguramente la ha tenido sobre la consolidación espiritual y cultural de otros muchos habitantes de esta región, me he preguntado siempre por qué tengo la impresión de que Bolívar (Ciudad Bolívar) no ha hecho un esfuerzo lo suficientemente serio por sacarle un mayor provecho a su condición de municipio favorecido por la naturaleza con el don que esta le otorgó (igual que a Andes y Betania), al ubicar en su territorio un ecosistema tan interesante como es el de estas cordilleras. ¿Qué tal, por ejemplo, que nuestro municipio, al modificar su nombre en el año de 1962, hubiera adoptado el de Bolívar del Citará? ¿Qué mejor signo distintivo que este para diferenciarlo de los demás pueblos con el mismo nombre? ¿Por qué en símbolos oficiales de C. Bolívar, como son el escudo y el himno, no aparece referencia explícita alguna a esta condición geográfica tan obvia? ¿Existe un programa estructurado por parte de los municipios con área de influencia en este ecosistema destinado a la pedagogía sobre turismo ecológico y protección de la fauna y la flora por parte de la población local y visitantes? El mismo corregimiento de Farallones, inexplicablemente, omitió incluir en su denominación la hermosa y poética palabra Citará. ¿Por qué?
Este libro aporta valiosa información para quienes deseen conocer más a fondo el complejo montañoso de los Farallones del Citará-
Al reflexionar sobre una situación como esta, pienso que los escritores del Suroeste, de manera especial, los de Ciudad Bolívar, tenemos aquí una oportunidad maravillosa para hacer un aporte destinado a crear conciencia sobre la importancia que tiene para la región el ser poseedora de una riqueza como es la de este don que nos otorgó la naturaleza. Al respecto, me ha parecido muy interesante el libro Citará. La montaña, el hogar, del escritor Jorge Giraldo Ramírez, de Jardín, el que me fue amablemente enviado por el amigo Horacio Puerta Cálad. Se trata de un relato, a mi modo de ver, el mejor documentado que he leído hasta el momento, sobre los sucesivos esfuerzos que se llevaron a cabo prácticamente desde la etapa de la Colonia, pero especialmente desde el siglo XIX, para explorar la región de los Farallones del Citará, documentarla e identificar sus características, hasta culminar finalmente con el acceso a la parte más elevada del complejo montañoso, el Cerro de San Nicolás, ubicado precisamente en la jurisdicción de Ciudad Bolívar, tarea en la que se destacó el sacerdote Antonio María Palacio, procedente Concordia, junto con un hermano suyo; una señora llamada Genoveva Tirado, acompañada de dos personas, más un alemán y un colombo francés, para hacer referencia sólo a estos cuatro personajes. Exploración que vino a culminar ya entrada la tercera década del siglo XX con el acceso al Cerro de San Nicolás por parte del padre Palacio. De especial interés es el hecho de que por fin encontré en este libro información sobre el origen de la palabra Citará, sobre lo que tanta curiosidad había tenido. En efecto, este proviene del nombre con el que los españoles denominaban a una etnia indígena del Chocó: los Citabiraes. Esta información la encontré más explicada en un portal de Internet llamado Bioexploradores Farallones.2
Más adelante me propongo analizar obras y documentos, escritas por otros autores que encuentre en mi búsqueda, ojalá de Ciudad Bolívar, Andes o Betania. Mientras tanto, mi espíritu seguirá recorriendo los farallones de mis sueños e, igual que aquel niño de cinco años, seguirá soñando con los lagos encantados en los que patos misteriosos depositan huevos de oro, según las leyendas que desfilaban en aquellas lejanas veladas de familiares y vecinos que tenían lugar en la casa de mis abuelos, y el Citará seguirá siendo el reino fantástico de mi otra, propia y absolutamente mía, montaña mágica.
Notas
1.Foto de portada bajada de Facebook, Amigos Cerro S. Nicolás
2. Disponible en Google, https://farallonesdelcitara.bioexploradores.com/lugares/farallones-del-citara
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Por Rubén Darío González Zapata Nacido en la vereda La Lindaja Corregimiento Alfonso López (San Gregorio) - Ciudad Bolívar