Título: Historia del cristianismo Autor: Paul Johnson Naturaleza: Investigación histórica Editorial: Penguin Random House Grupo Editorial, S.A.U. Traducción al español de Aníbal Leal y Fernando Mateo
Han pasado ya tres siglos desde el día en el que los apóstoles y los demás líderes cristianos, bajo la fuerte personalidad de Pablo, dentro de lo que se ha llamado el primer concilio de la Iglesia Cristiana, y que es para Paul Johnson “el primer gran momento crítico de la historia del cristianismo” (Pág. 16). Decidieron que su proyecto espiritual era una nueva religión, radicalmente independiente de la judía. Pese a la hostilidad y a las persecuciones de que ha sido objeto, el nuevo movimiento religioso ha ido creciendo y se ha fortalecido, hasta el punto de que ya para finales del siglo III y comienzos del IV es imposible para el Imperio romano desconocer su existencia como un hecho irreversible. Entonces, en un gesto de pragmático realismo, en el año 313 d.C., Constantino I y Licinio, quienes compartían el gobierno del Imperio en ese momento, tomaron la decisión que habría de ser para el cristianismo su segundo punto de inflexión más importante (el primero fue el Concilio de Jerusalén), y que haría que, a partir de ese momento, la evolución de la Iglesia tomara el rumbo que habría de convertirla, en el devenir de los siglos subsiguientes, en la heredera de ese mismo imperio. Esa decisión fue la expedición del Edicto de Milán o Edicto de Tolerancia Religiosa.
“El Edicto de Milán, en virtud del cual el Imperio romano revirtió su política de hostilidad al cristianismo y le otorgó completo reconocimiento legal, fue uno de los hechos decisivos de la historia del mundo” (Johnson, Pág. 95). Así califica el autor a esta decisión de los emperadores, si bien y en realidad, esto no fue otra cosa que la confirmación de un hecho que venía haciéndose evidente desde hacía algunos años; ya en el 311 d.C., el imperio, bajo el mandato de Galerio, había dado un primer paso en esa dirección, al tener que reconocer que su esfuerzo por diezmar esta religión (la suya fue la última persecución a los cristianos por parte del imperio) había resultado no solamente inútil, sino que, paradójicamente, con ello no había hecho más que contribuir a su consolidación. No obstante, históricamente siempre se ha considerado el edicto del 213 como el momento en el que formalmente el imperio abrió las puertas a la libertad de cultos. El cristianismo había logrado un grado de madurez tal, tanto en su aspecto doctrinario como en el administrativo, que su reconocimiento como religión de hecho era casi que un acto de elemental sensatez. Ahí tenemos, entonces, el primer elemento coadyuvante que le permitió al cristianismo consolidar su condición de lo que se haría evidente de ahora en adelante: ser el socio estratégico del imperio (Johnson, Pág. 107), para decirlo en términos modernos.
Paralelamente, hay otro elemento: la decadencia del paganismo y de la religión oficial del Estado. En efecto, la que había sido hasta ese momento la religión oficial del Imperio “… parecía cada vez menos atractiva…”, además de que necesitaba del sostén público “… solo para mantenerse viva…”; en otras palabras, la religión imperial se había convertido en un peso muerto en los hombros del Estado, mientras que la Iglesia aparecía ahora como una potencial “… socia joven y dinámica, capaz de desarrollarse y adaptarse para apuntalar al imperio con su fuerza y su dinamismo.” (Johnson, Págs. 107 y 108). Dentro del contexto de la obra, por consiguiente, la decadencia de las religiones paganas, por agotamiento, dependencia del Estado para su sostenimiento e incapacidad para competir con el cristianismo al momento de suministrar a sus seguidores respuestas innovadoras de alcance espiritual ante los grandes interrogantes existenciales del ser humano, fue, por consiguiente, un elemento más, o factor subyacente adicional, que favoreció este paso fundamental.
Como conclusión, habría que decir que la importancia del reconocimiento a la existencia real del cristianismo radica en que, con este acontecimiento, se abrieron las puertas que le permitirían, a partir de ese momento, asumir el liderazgo en el proceso de la construcción de la Civilización Occidental, cuya primera piedra había sido colocada ya en la antigua Grecia, con todas sus fortalezas y debilidades, con todas sus virtudes y defectos, con su potencial y, al mismo tiempo, con las limitaciones y elementos cuestionables internos que lo han acompañado. Es interesante, igualmente, señalar que este logro ha sido, si no el único, al menos sí el más destacado triunfo pacífico de una revolución a gran escala (porque el cristianismo fue eso) en lo que se conoce en la historia de la humanidad.
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Por Rubén Darío González Zapata Nacido en la vereda La Lindaja Corregimiento Alfonso López (San Gregorio) - Ciudad Bolívar