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Por Daniel de Jesús Granados Rivera
Maestro investigador, formador de formadores de la I.E.N.S.A.
Magister en Educación en la línea de Formación de Maestros UdeA

En los recorridos que nos regala el camino pedagógico, hay historias que no nacen en nuestro territorio, pero que resuenan como propias. Relatos que, aunque brotan desde otras geografías, nos interpelan, nos inspiran y nos recuerdan por qué elegimos enseñar. Esta vez, me detengo en el Occidente antioqueño, en el municipio de Dabeiba, donde una maestra ha hecho de la escuela un lugar para sanar, reconstruir y sembrar esperanza. Conocer su experiencia ha sido, para mí como educador, un acto de aprendizaje profundo. Porque mirar otras realidades enriquece nuestra visión y fortalece el sentido colectivo de nuestra vocación: transformar vidas desde el aula, allí donde la paz, la memoria y el afecto se hacen palabra viva.

Desde las montañas del Occidente antioqueño, en el municipio de Dabeiba, florece una historia de transformación que nace en las aulas y se extiende hacia el corazón de la comunidad. Allí, donde por años el conflicto marcó la vida cotidiana, una maestra decidió sembrar esperanza con lo que mejor sabe hacer: educar.

Alba María Torres Borja es mucho más que una docente. Licenciada en Administración Educativa de la Universidad de San Buenaventura y Especialista en Administración de la Informática Educativa de la Universidad UDES, ha forjado su camino con compromiso y pasión. Su formación en equidad de género, derechos humanos, paz territorial, diversidad y veeduría ciudadana no solo ha enriquecido su perfil profesional, sino que le ha dado herramientas para hacer de la escuela un verdadero territorio de paz.

En el año 2017 cofundó la Asociación de Mujeres Comfuturo y Paz Camparrusia, y desde 2018 hace parte activa del Consejo Municipal de Paz y Reconciliación. Hoy, tras 28 años de servicio como maestra, trabaja en la I.E. Madre Laura Montoya, sede Toscón, desde donde impulsa procesos que inspiran.

Entre sus experiencias más significativas se destacan el proyecto “Luna Pacífica: construyendo paz territorial”, la elaboración del microcurrículo “Cátedra para la Paz”, la iniciativa “Consejeritos de Paz, construyendo ciudadanía en el territorio”, y la ponencia “Abrazar la paz desde la educación: caminamos juntos hacia un mundo en paz”. Estos no son solo nombres: son apuestas vivas que han tocado la vida de niños, niñas y familias enteras.

“Luna Pacífica” es, sin duda, una joya pedagógica. Un proyecto que ofrece recursos para estudiantes y docentes, adaptados a cada nivel educativo y diseñados para fortalecer las competencias socioemocionales. Una propuesta que se pregunta, con convicción:

¿Por qué es tan crucial la educación emocional en nuestras instituciones educativas?

Porque las emociones no son accesorias, son el centro del aprendizaje. “Luna Pacífica” ayuda a los estudiantes a nombrar lo que sienten, a comprenderlo, a gestionarlo. Y al hacerlo, mejora no solo su rendimiento académico, sino también su calidad humana.

Este proceso se traduce en aulas donde la convivencia mejora visiblemente, donde los conflictos se resuelven con palabras, donde la empatía se cultiva como una semilla diaria. Educar para la paz es —como bien lo dice Alba María— cultivar la bondad, tejer redes de afecto, fomentar la comunicación asertiva.

“Educar en el respeto, la empatía y la tolerancia es la clave para mejorar la convivencia escolar.”

La propuesta de la maestra se apoya en materiales educativos flexibles, que permiten adaptar los currículos al contexto de cada comunidad. Su enfoque pedagógico y didáctico ha fortalecido prácticas escolares y tejidos sociales en zonas rurales, urbanas y urbano-marginales, impactando directamente la calidad de vida.

Dabeiba, caracterizado como municipio PDET tras la firma del Acuerdo de Paz, ha sido terreno fértil para estos procesos. En el corregimiento de Llano Grande, hoy conocido como La Abana, viven firmantes del acuerdo que han encontrado en la escuela un puente hacia la reconciliación. Con el respaldo de programas de desarrollo territorial y de organizaciones como las Naciones Unidas para el Desarrollo, se construyen nuevas posibilidades.

En el Centro Nacional de Memoria Histórica, la maestra participó a través del Consejo Municipal de Paz, Reconciliación y Convivencia en la creación de la Maleta viajera de memoria y reconciliación, además también desde allí proyectan para el mes de septiembre la realización del tercer festival “Rehacer la vida”. Como consejera de paz, ha llevado su experiencia más allá del aula: a las veredas, a los barrios, a los encuentros comunitarios. Con herramientas como la Maleta viajera “Colibrí de la Paz” y una cartilla metodológica, ha orientado procesos educativos con sentido profundo.

También mediante el Consejo Municipal de Paz, Reconciliación y Convivencia, la maestra y demás integrantes han participado en convocatorias del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo -PNUD, como la de «Rumbo a la Paz». Su contribución se ha centrado en la pedagogía de la paz, desarrollando talleres comunitarios que iniciaron con “Luna Pacífica” y que se han extendido a otras propuestas orientadas a la convivencia, la paz y la reconciliación.

Este sueño -porque lo es- nació del deseo de ver a los estudiantes vivir en armonía. De ver a los hijos e hijas de firmantes de paz, víctimas del conflicto armado y familias enteras encontrar en la escuela un refugio y una oportunidad. Desde allí, con el apoyo del Consejo Municipal de Paz y los Consejeritos de Paz, los niños y niñas aprenden a identificar su territorio, a reconocer sus necesidades, a proponer soluciones y a contagiar a otros con su mirada esperanzadora.

Los resultados hablan por sí solos: la convivencia ha mejorado y los niños narran la paz y cuidan la vida.

Otra herramienta clave ha sido la cartilla “Rumbo a la Paz a través de la memoria histórica”, diseñada como recurso pedagógico y financiada gracias a convocatorias en las que el proyecto ha sido favorecido.

Todo este trabajo se respalda en un marco normativo que le da fuerza y legitimidad: la Ley 1732 de 2014, que establece la Cátedra de la Paz como obligatoria en todas las instituciones educativas del país, y la reciente Ley 2383 de 2024, que reconoce la educación socioemocional como una prioridad nacional.

Desde Dabeiba, este proyecto nos recuerda que la paz se aprende, se enseña y se vive. Que cuando una maestra cree en sus estudiantes, en su territorio y en el poder de la educación, es posible transformar la historia.

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