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Por Nicolás Antonio Vásquez López
Cronista

Arriesgo un ojo a través de la cerradura, acerco la cara y me pego en seco contra el picaporte. Toneladas de tela por doquier, represadas en el zaguán estrecho de la entrada. Una caja sobre otra, otra caja sobre esa, hasta llegar al techo; apiñadas. Mi servicio principalmente básico no podía demandar más de una semana; pasaron tres semanas asoladas por una terrible conchudez. La calle alegre, colores cálidos la bañan, jardineras florecidas, vecinos dicharacheros. Vuelvo a su casa un día después atestada de ramos de flores podridos; olía a cementerio, coronas fúnebres de familias prestantes y una nota desoladora: “En honor a una mujer sin mancha, impoluta” frente a un cirio de luz mortecina. Observé en su escritorio la revisión de mi carta enviada dos noches antes de fallecer. Escrita finamente a letra de molde, refiero con total desfachatez mis bruscos alaridos de cólera, una carta para el olvido. Noto una respuesta breve, sombría: “Su pedido llegará el jueves”. ¡Jueves, mañana! Salí despavorido a casa; no pude dejar de pensar en ella.

La caja, 6 de septiembre de 2025.

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