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Por Andrés Chica Londoño
@andreschicalondono

El reciente temblor que sacudió al país despertó la preocupación de miles de personas en distintas regiones. La tierra se movió, y con ella se alteraron los temores de quienes, en cuestión de segundos, vieron comprometida la tranquilidad de sus hogares. Sin embargo, en medio de la incertidumbre y el miedo, hay un hecho que merece destacarse: la respuesta rápida y organizada de Uramita frente a la emergencia.

Los números muestran la dimensión de lo ocurrido. Se reportaron 67 viviendas inicialmente, de las cuales 20 ya fueron verificadas como afectadas. El barrido en 27 sectores entre barrios y veredas permitió confirmar que 63 viviendas presentan daños, con 13 familias que debieron ser evacuadas. Además, cerca de 80 personas podrían requerir albergue temporal.

Estas cifras no son simples estadísticas: detrás de cada número hay una familia que sintió cómo, en minutos, su seguridad se ponía en riesgo. Y lo más importante es que esas familias no quedaron solas. Desde las primeras horas, el Puesto de Mando Unificado -PMU fue activado, lo que permitió tomar decisiones rápidas, verificar daños y acompañar a los afectados con información clara y acciones inmediatas.

Eso es gestión. Eso es responsabilidad. No se esperó a que otros actuaran primero, ni se dejó a la suerte lo que debía resolverse con urgencia. Uramita mostró que, incluso con limitaciones, es posible dar pasos firmes para proteger a la comunidad.

El alcalde y su equipo entendieron algo fundamental: en una emergencia cada minuto cuenta. Estar presente en el territorio, activar protocolos y garantizar un acompañamiento oportuno marca la diferencia entre el desorden y la confianza ciudadana. En un país donde muchas veces las emergencias terminan agravándose por la falta de reacción oportuna, este caso demuestra que sí es posible responder con seriedad y eficacia. La gente de Uramita no se quedó esperando; supo que había una administración al frente, dispuesta a dar la cara y a trabajar por su seguridad.

Claro está, el trabajo apenas comienza. Vienen los procesos de evaluación de daños, la atención a las familias evacuadas y la búsqueda de soluciones para quienes perdieron lo más valioso: la tranquilidad de su vivienda. Pero lo logrado en las primeras horas ya es un avance enorme: orden, acompañamiento y claridad en la gestión.

El temblor deja lecciones importantes. La primera, que seguimos siendo un país vulnerable frente a los movimientos de la tierra y que la prevención debe ser constante. La segunda, que la capacidad de reacción de un municipio es decisiva. Cuando hay presencia real, cuando se actúa con rapidez y cuando se acompaña a la comunidad en lugar de dejarla sola, la gente encuentra razones para confiar y para levantarse con esperanza.

Lo ocurrido en Uramita no es un gesto aislado; es la prueba de que un liderazgo comprometido puede transformar la angustia en organización y la incertidumbre en confianza. Eso es lo que hoy se debe resaltar: que en medio del susto, un municipio pequeño mostró grandeza en la manera de cuidar a su gente.

El temblor pasará a las estadísticas nacionales como un episodio más en la larga lista de movimientos sísmicos que han marcado nuestra historia. Pero para Uramita quedará como el día en que su comunidad supo que no estaba sola, que había un alcalde al frente y un equipo dispuesto a actuar sin titubeos. Esa certeza es la que da tranquilidad y permite reconstruir lo perdido. Porque la verdadera fuerza de Uramita no estuvo en resistir el movimiento de la tierra, sino en su capacidad de organizarse frente a la adversidad. En pocas horas, autoridades y comunidad demostraron que unidos podían convertir la incertidumbre en confianza y la angustia en acción. Por eso, hoy queda claro: Uramita no se detiene.

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