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Por Nicolás Antonio Vásquez López
Cronista

A la una y cuarenta y cinco de la tarde salíamos de la Normal de Amagá, la escuela franciscana, llenita de animales bípedos desamparados; o sea, éramos cuasifranciscanos. Para doblar la cuesta y descender por la calle Santander hasta la esquina del extinto Ramitama, ahora Rico Pollo, allí, en el centro de la plaza, el patrimonio vivo de las cremas lácteas en cono de la parroquia: Jorge Chaverra, “El Conero”.  Regordete, bigotudo, moreno, de voz afable y manos sarmentosas que, a punta de funderelele (sacabolas), redondea las bolas de helado y, con ellas, mi infancia. Cremoso y exquisito. A su lado, casi apendicular, un carrito heladero blanco de rueditas rechinantes, taburete y el parasol multicolor, desteñido por el tiempo. ¿Cuántas bolas, señor Chaverra?, me gustaría preguntar; asumo que miles en 28 años de oficio. Para 1997, el titiribiseño optó por el menester de la heladería portátil. Bajo la sombra fresca de la gran ceiba del parque, ¡vende, vende, dobla, dobla las campanitas! para llamar clientela; un tintineo pusilánime frente a las campanadas fúnebres y tremebundas del templo. Adoro las festivas campanitas de Chaverra en vez del trueno metálico de la sacrosanta campanada.

¿El último conero de Amagá?, el único, de estas características. No importa que no tenga pasaporte amagaseño; es uno con nosotros, personaje aldeano de la atropellada historia amagaseña. Alguna vez pensé, cosa inusual, en una plaza etérea, sin ruido, sin chirrincheros, sin vendedores, sin toldillos, sin conero. ¡Atembado!, iluso, ¿cómo un pueblo puede ser considerado pueblo, sin la caótica locura de su plaza?, un exabrupto de mi parte. La plaza debe representar el vértigo de su gente, y creo que esta cumple cabalmente la premisa. Bola tras bola, Chaverra hizo escuela heladera, oficio simbólico de redondez; verlo significa la mala hora de hacerme viejo, o más bien, la mala hora de no ser niño. Aunque uno se crea niño, se las dé de infante, ese tiempo pasó, no vuelve, ni en cuerpo ni en alma. Y tal vez el cono que uno se come, colmado de helado en el redondel quebradizo, apure el sabor tardío de lo que fue. “Párele bolas”, las generaciones del cono deben un tributo al hacedor de pueblo en la plaza. ¡VIVA EL CONO, SIN PASAS!

Oda al cono, 8 de julio de 2024.

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