En su decimocuarta edición, el Festival de Teatro “Bajo los techos también llueve” convocó a más de 500 espectadores en sus primeras cinco funciones, consolidándose como un espacio de encuentro entre lo íntimo y lo colectivo, lo local y lo universal. Del 20 al 25 de octubre, una vez más Pueblorrico es escenario vivo de memorias, estéticas y afectos compartidos.
En esta versión, el festival amplió sus fronteras simbólicas y físicas, llevando el arte escénico a distintos rincones del municipio: desde salas tradicionales hasta espacios no convencionales. En cada uno de ellos, los lenguajes teatrales dialogaron en diversidad -títeres, performance, teatro de sala y propuestas híbridas- invitando al público a habitar la escena más allá de la cuarta pared, esa frontera imaginaria que separa a los actores de los espectadores.
Uno de los momentos más memorables fue el montaje El amargo sabor de la mandarina de la agrupación local Teatro La Escalera donde el público no sólo fue espectador, sino comensal y cómplice. La cena compartida como acto teatral resignificó el vínculo entre escena y vida cotidiana, convirtiendo el teatro en una experiencia sensorial, afectiva y profundamente humana.
La presencia internacional también se hizo sentir con la participación de Andantes de Cuba, que compartió dos obras: una de títeres inspirada en la tradición oral caribeña y un monólogo en espacio no convencional que, desde el cuerpo y la palabra, interpeló la memoria y la resistencia.
Por su parte, el Tecnológico de Artes Débora Arango presentó una propuesta cargada de fuerza simbólica que, desde una estética crítica, narró fragmentos del conflicto social antioqueño, abriendo preguntas sobre la representación, la resistencia y la reparación simbólica a través del arte.
El festival culmina bajo techos que llueven historias, voces y gestos, convocando a mirar el territorio como un gran escenario de transformación. Porque en Pueblorrico se vive, se comparte y se reinventa.
Fotos: Juan José Molina, Luis David Ospina y Javier Arredondo.
