El 15 de septiembre de 1918, en Amagá, nació María Betsabé Trujillo González, hija de Dolores González y Ramón Trujillo. Hoy, con 107 años cumplidos, es memoria viva de su municipio y el corazón de una familia extensa que la reconoce como tía y segunda madre.
Betsabé es tía de los Trujillo de Amagá: de las familias Taborda Trujillo, Ortiz Trujillo, Velásquez Trujillo, Parra Trujillo y Díaz Trujillo. Creció en El Trincho en la casa paterna. Su vida ha estado marcada por la longevidad: su madre alcanzó los 110 años y muchas de sus hermanas vivieron también largos años.
Tuvo cinco hermanas con quienes compartió toda la vida: Enriqueta, Rosario, Adelfa, Martha y Carola. Martha, su hermana y madre de varias sobrinas docentes, fue la más cercana a ella: juntas compartieron la casa y el cuidado de los hijos de Martha, los Velásquez Trujillo, a quienes Betsabé dedicó su vida: (de mayor a menor) Gloria Emilse, Gladys del Socorro, Ruth Mery, William Alveiro y Alba Nury Velásquez Trujillo.

Estudió hasta segundo de primaria, aprendió a leer, escribir y firmar, y muy joven asumió los quehaceres domésticos junto a su madre. Fue quien cocinó, cuidó y acompañó a sus sobrinos con una entrega total. Su labor en la casa fue incansable: la mazamorra pilada, los fríjoles, las arepas asadas y la carne frita eran su sello inconfundible. Sus sobrinas Ruth Mery y Alba Nury recuerdan con ternura cómo al llamarla de niñas, ella llegaba con aguapanela y galletas; y más tarde, cuando llegaban de vacaciones con sus hijos, lo primero que buscaban era la mazamorra y las arepas de “Sabé”, como la llaman cariñosamente todos.
Tenía sus reglas: jamás permitió que nadie entrara a la cocina. Ella sola conocía a quién pertenecía cada porción de carne y no admitía ayuda. Hasta hace unos años lamentaba no poder seguir cocinando por el temblor de sus manos, porque la cocina era su mundo y su manera de amar.
Su vida estuvo llena de pequeños gestos que hoy son grandes recuerdos: su coquetería con un polvito en la cara, los aretes, un labial y su reloj negro. Los domingos, con tacones y chalina, caminaba la calle empedrada para asistir a misa, siempre bien arreglada. Participaba en fiestas navideñas, rezaba el rosario cada noche y nunca se apartó de la Eucaristía dominical.

También conserva dichos populares: hablaba del “lapo de agua” cuando se avecinaba un aguacero, o decía “viniste ensopada” al ver a alguien empapado. A sus sobrinos, cuando bromeaban demasiado, los llamaba “marranas tan carajas”.
Nunca se casó ni tuvo hijos, aunque en su juventud tuvo un novio a quien quiso mucho. Prefirió quedarse con su hermana Martha y sus sobrinos, a quienes cuidó con amor. Para la familia, una de las razones de su longevidad es precisamente esa: una vida tranquila, dedicada al hogar, con alimentación sana de los cultivos de la huerta y con rutinas de sueño temprano tras el rosario.
Hoy, a sus 107 años, los médicos aseguran que su corazón, presión y azúcar son los de una joven de 15. Come de todo, se alimenta bien y conserva la sonrisa. Aunque habla poco, aún bendice colocando la mano sobre la frente de quienes la visitan.

El mensaje de sus sobrinas
Sus sobrinas Alba Nury Velázquez Trujillo (57 años, docente jubilada) y Ruth Mery Velázquez Trujillo (61 años, también docente jubilida) le dedican un mensaje lleno de gratitud y recuerdos. Alba Nury con quien vive actualmente María Betsabé fue la consentida; entre sonrisas recuerda cómo la cuidó cuando padeció poliomielitis y un soplo en el corazón, dormían juntas y la acomodaba en la cama cuando se perdía entre las sábanas.
Ambas expresan su cariño con un mensaje sencillo y profundo:
“Te damos gracias, Sabé, por todo lo que hiciste por nuestra familia. Le agradecemos a Dios por tu vida y pedimos que siempre tengas buena calidad de vida”.



