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Por Jaime Humberto Herrera Suárez
Colaborador municipio de Támesis

No me referiré a los cambios obligatorios y aceptables del lenguaje como consecuencia del desarrollo y la evolución del hombre en todos los campos del conocimiento y avalados por la Real Academia de la Lengua, sino a los que van estableciendo los jóvenes para comunicarse verbalmente y también de manera escrita.

Y es que los que conformamos la generación anterior, no podemos dejar de sentirnos mal cuando escuchamos o leemos palabras que, a la postre, no significan realmente lo que quieren comunicar, o son tan nuevas, pero tan antitécnicas, que solo entre los muchachos se pueden entender. Adicionalmente, la ortografía es tan despreocupada que nos hace dudar de su juicio para aplicarse a la lectura, o tan irrespetuosa que se puede vislumbrar cierta actitud frente a la forma como manejan sus relaciones interpersonales, con sus semejantes tanto contemporáneos como mayores.

Escuchar palabras soeces o mal pronunciadas puede darnos a entender falta de educación, una rebeldía adolescente, una sistemática pereza lingüística, o una deficiente valoración personal.

Al leer mensajes de texto, charlas o audios por dispositivo móvil mediante el uso de aplicaciones o redes sociales, o al ver manuscritos físicos o impresos, cuyo autor es algún estudiante actual, no podemos comprender que, frente a tanta despreocupación ortográfica y lingüística trasladada a la vida cotidiana, puedan llegar a calificarse competentes laboralmente o como futuros instructores y educadores de nuevas conciencias, las cuales deben estar acordes con las cada vez mayores exigencias del desarrollo.

Porque no debemos desconocer que la buena lectura como ejercicio hacia una correcta comunicación oral y escrita, determina a partir de una óptima interpretación del mensaje, la efectiva aplicación de los conocimientos que adquirimos, para darnos a entender claramente frente a lo que deseamos y debemos transmitir.

Y sobre el vocabulario actual de mucha gente, pese a que en estos momentos sea “lo más normal”, fastidian las palabras despectivas, ofensivas, groseras o vulgares que han llegado a formar parte de su léxico, así no sean dirigidas a nadie. Nunca acostumbramos a utilizarlas por los modales que los padres implementaron en nuestras familias. En la peor de las circunstancias, digamos que “nos untamos de mundo”, pero siempre nos esforzamos por eliminar lo generalmente censurable para no ofender, sentirnos bien, dar buen ejemplo y recibir un respeto correspondiente.

Se puede manifestar inconformidad sin necesidad de usar palabras soeces y esto diferencia a las buenas personas de las que no saben ejercer la verdadera libertad que genera armonía para la paz.

De las siguientes, hay anotaciones jocosas de personas que aman nuestro español:
– “Las mujeres que hablan y escriben bien, son bonitas hasta sin maquillaje”.
– “Cuídate de los que saben escribir, pues tienen el poder de enamorarte sin siquiera tocarte”.
– “Los que escriben , , y otras palabras similares, ¿tendrán hipo o algún problema neuronal?”.
– Los que no revisan el texto digitado antes de dar “enter”, justifican los errores diciendo: “No es mi culpa que mi teclado tenga mente propia”.

Recuerden:
– “La mala ortografía es un enemigo silencioso; la gente te lee, mira el error, piensa mal de ti, pero no te dice nada, pues la mayoría tiende a molestarse”.
– “La ortografía no es una moda que cambie según las tendencias, escribir bien es sinónimo de cultura, educación y respeto”.
– “El título profesional es solo un adorno si tu ortografía, vocabulario y comportamiento es vulgar y corriente”.

 

 

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