Por Nicolás Antonio Vásquez López Cronista
¡Cof! Otra vez la tos, otra vez los ataques de tos: ¡cof!, ¡cof!, ¡cof! Sigue, incesante, esta tosedera. ¡Déjame, pues! Una brisa, por tímida que sea, tos, eah. Es una combinación de metralleta en la garganta; vieja conocida de este país de novenas: ¡venn!… ¡Tas!, ¡tas!, ¡tas! Allá cayó, ¿dónde? En el filo, allá arriba, en el peladero. ¿Ah, qué será el causante de mi tos?, ¿será el aire?, ¿será el agua?, ¿será la comida?, ¿será lo dicho?, ¿será lo no dicho? ¡Qué va! Sugestión suya nomás. Estamos sembrados sobre un prado de tulipanes multicolores, respirando aromáticas amapolas, rosas y claveles.
Las flores de la admiración. ¡Simón, a tu pueblo, el mismo que lleva tu glorioso apellido, lo tumbaron. “¿Cómo así, mijo?” Mijito, como lo oye, le explico, querido prócer. El alcalde de Ciudad Bolívar salió preocupadísimo por la prensa local debido a un robo. Le vaciaron una cuenta a las arcas del municipio. Ni una pista, ni una huella tienen de los malhechores digitales.
Por favor, bajo el mandato constitucional ciudadano representativo en mi ¿Usted quién es? Un ciudadano bocón, fiel detractor de su campaña, libertador. Aquí va más bien, mucha cháchara y nada de nada… Solicitó comedidamente, sin excepción alguna, que todas las estatuas en todos los pueblos de Colombia donde está emplazada su figura triunfal abran el ojo, abran el otro, abran los dos ojos. Abiertos de par en par. Recordar: quítese lagañas, telarañas, moho y herrumbre para ver clarito los entuertos del banco y los movimientos fiscales de las alcaldías. ¿Para qué tanta Gloria, Simoncito? Sino para el bienestar de su pueblo emancipado. ¡Ojo! No se vaya a vendar esas pepas de ojos como Temis, la diosa de la imparcialidad, ¡jum!

¡Ven!, ¡ven!, ¡ven! ¡Mi niño! A nuestras almas caducas en las extremaduras de la vida, difícilmente compruebo quién es quién en el mundillo de cuál es cuál, cualesquiera, escoja. Desde Cabañitas, mi barrio, bajo por Calle Larga, la única calle real de Amagá, mirando acusador las novenas de aguinaldo. Los niños corren con sus maracas de pesebre en pesebre dentro de otro pesebre, mi pueblo polvorero. Niños con el villancico en la boca repolluda por cantar Tutaina TU-TU-RU-MA. Ah, recuerdo la niñez, recuerdo mi villancico preferido: “Romponpon, romponponpon, cuando Dios me vio tocando ante él, me sonrió”. Y se me arruga el corazón.

La infancia en un sombrero rojo. Ahí bajando por Calle Larga quedó el tambor: romponpon. En el otro extremo de la calle, sin distingo ni arbitramento de lástimas, la muerte no yerra. Las voces plañideras, aguardientosas, combinan el Tutaina TU-TU-RU-MAI-NA por el sentido: “Dale, Señor, el descanso eterno y brille para ellos la luz perpetua”, amén.
¡Oíste, Simoncito!
¿A vos te hicieron novenario?
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