Comparta esta noticia

Durante los últimos meses hemos vivido, como en el resto del país, el álgido clima suscitado por las elecciones presidenciales. Las campañas políticas, y también hay que decirlo, politiqueras, a través de los medios masivos de comunicación tradicionales y de las redes sociales, se han vuelto tema de conversación cotidiana.

En este amplio espectro de interacción social, con familiares, amigos o simples conocidos y hasta desconocidos, nos vemos avocados a tomar posición, a elegir uno y a descartar al otro, aun sin apelar a los argumentos, a la sana reflexión crítica de las propuestas. Y entonces sin meditarlo mucho ya estamos adentro de la contienda, algunas veces queriendo convencer al otro de mi elección, para que abandone la propia y acoja la mía, y otras veces, con la emotividad propia de quien quiere ganar a como dé lugar y de hacer sentir al otro un oponente que hay que derrotar y convertirlo en un perdedor, un desalmado elector que no quiere a su patria ni a su gente.

Frente a este panorama nos corresponde actuar con responsabilidad histórica y actitud democrática, construir desde la diferencia, pues el compromiso social es con una ciudadanía más consciente de sus derechos y de sus deberes constitucionales.

Por eso los invitamos a compartir con nosotros dos sencillas, pero importantes reflexiones frente al panorama descrito. La primera apunta a controvertir la inevitabilidad de los términos en que se ha dado la campaña presidencial. Este panorama no se produce de manera espontánea, o natural. No es que todos o la mayoría de los colombianos somos así: violentos, destructores o guerreristas desde el diálogo mismo. Por supuesto que somos seres humanos apasionados, y nos aferramos a nuestras pasiones y convicciones para sobrevivir al contexto histórico que hemos sabido padecer y sobrellevar, pero esto no excluye que también somos seres con capacidad reflexiva.

El punto es que hay quienes tienen un interés no en la democracia, no en elegir las mejores propuestas, al mejor equipo de gobierno, sino en cuidar que impere su razón e intereses particulares por encima del interés general de los colombianos. Para conseguirlo auspician ideas de miedo, de venganza, de sectarismo. Y tienen el poder y los medios para apelar a las emociones de los colombianos y anular su capacidad reflexiva. Tienen la capacidad, el poder antidemocrático de convertir en gran medida la contienda política en impura y corrupta politiquería.

La segunda reflexión, estrechamente vinculada a la anterior, tiene que ver con los desacuerdos. Una sociedad democrática debe preciarse de que en ella existan genuinos desacuerdos. Es decir, que haya diferentes concepciones de cómo se debe gobernar a Colombia, de qué se debe hacer con la educación, con la economía, con los impuestos, con el sistema de seguridad social, entre muchos otros temas, es algo saludable y deseable. La democracia no es solo la elección de nuestros representantes por el voto de la mayoría, es fundamentalmente el reconocimiento del igual valor y dignidad de cada ciudadano. Y en ello hay algo implícito muy importante que no podemos perder de vista, la elección mayoritaria no es para desconocer que estamos en desacuerdo sino para mantenernos unidos, aun en el reconocimiento de nuestras diferencias, compartimos un destino y una vida en común como colombianos.

Como ciudadanos nos queda la responsabilidad de asumir estas reflexiones en nuestra vida cotidiana, reconocer en el otro y su opción diferente no solo la manipulación mediática, sino el respeto por su igual dignidad. Que el diálogo sea para construir y no para atacarnos. Quienes utilizan las grandes plataformas mediáticas para manipular nuestras emociones y diferencias no dejarán de invitarnos a la interacción guerrerista, a asumir al que diciente como una especie de enemigo. Frente a esta incitación no ignoremos las herramientas de amor y de respeto de las que también somos capaces. Disentir es bueno para construir una sociedad democrática más sólida.

Asumamos los desacuerdos políticamente, sigamos construyendo la paz desde la democracia y la convicción de crecer en la diferencia, como una Nación que reconoce la igual dignidad de todos sus integrantes, pongamos nuestro granito de arena, abandonemos la dialéctica de la guerra en cada conversación.

Aunque pensemos diferente, y votemos con esa convicción, elegimos al representante de todos y no solo al de la mayoría, y nuestro destino en común, lo que nos hace mantenernos unidos aun en la diferencia, es el deber ciudadano de controlar el poder tan inmenso que depositamos de buena fe en la persona del Presidente de la República, para que su gobierno honre, con sus decisiones, la igual dignidad de todos los colombianos. Es esta la verdadera victoria de los colombianos, fortalecer la vida democrática de la sociedad colombiana, de la que el momento de las elecciones es solo una parte fundamental.

Comentarios
Comparta esta noticia