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Aunque para muchas familias la pólvora es sinónimo de celebración, en Antioquia sigue siendo un problema de salud pública que deja quemados, amputados, daños auditivos, afectaciones ambientales y, en algunos casos, tragedias irreparables. Las cifras de la temporada pasada lo confirman: durante el periodo de vigilancia intensificada correspondiente a diciembre de 2024 y enero de 2025 se registraron 149 lesionados por pólvora en el departamento, según la Gobernación de Antioquia.

Si bien el Suroeste es una de las subregiones con menor número de afectados, no es ajeno a la problemática. De acuerdo con el boletín de vigilancia emitido por la Secretaría de Salud departamental para esa misma temporada anterior, en el Suroeste solo se reportó un caso, específicamente en el municipio de Ciudad Bolívar. Un único lesionado puede parecer poco frente a otras zonas que registran decenas, pero cada caso lleva consigo una historia de dolor, gastos médicos, secuelas de por vida y afectación emocional para las familias.

El boletín #26 del 25 de diciembre de 2024, correspondiente al periodo pasado, evidencia la gravedad del problema al cierre de ese año: se reportaron 91 lesionados, 28 de ellos menores de edad y 7 personas que sufrieron amputaciones. Las partes del cuerpo más afectadas fueron las manos (42 casos), la cara (22 casos), el miembro superior (12 casos), los ojos (10 casos) y la audición (6 casos). Las manos, el rostro y la visión son las zonas más comprometidas, lo que refleja que estas lesiones no solo son dolorosas, sino que pueden limitar permanentemente la vida laboral y cotidiana de las personas afectadas.

Más allá de las víctimas humanas, la pólvora tiene un costo ambiental que pocas veces se visibiliza: aumento de material particulado en el aire, especialmente PM2.5 y PM10, que deterioran la calidad del aire y afectan a personas con enfermedades respiratorias; contaminación acústica, que no solo afecta a la fauna doméstica y silvestre, sino también a recién nacidos, adultos mayores y personas con hipersensibilidad sensorial; y residuos químicos tóxicos que terminan en ríos, quebradas y suelos. En municipios del Suroeste con fuerte actividad agrícola y ecosistemas sensibles, el impacto puede ser aún mayor.

Aunque en la temporada pasada solo se haya presentado un caso en Ciudad Bolívar, esto no debe interpretarse como una victoria definitiva. La región se caracteriza por celebraciones tradicionales, festividades comunitarias y eventos culturales donde la pólvora suele estar presente. La clave es no bajar la guardia, continuar con campañas educativas, desincentivar la compra informal de pólvora, fortalecer la vigilancia policial y sanitaria y promover alternativas seguras como espectáculos de luces sin explosivos.

La Gobernación de Antioquia insiste en su mensaje: “La alegría no se quema, se comparte”. Y razón no le falta. Cada año, nuevas víctimas recuerdan que un instante de diversión puede convertirse en una vida de secuelas. Desde El Suroeste invitamos a la comunidad, a las autoridades municipales y a las familias de la región a mantener las precauciones y entender que la pólvora no es un juego.

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