Por Nicolás Antonio Vásquez López Cronista
¡La pata! Esa pata peluda de cascos duros en el insondable potrero de la eternidad. Metió la pata, metió una pata, dos patas, metió las de perder. ¿Quién quiere vivir eternamente? Fácil, pregunta ingenua, los portentosos ganaderos, latifundistas dueños de Colombia. Dueños de cabezas de ganado y, por consiguiente, de sus patas. Pues ahí está, querido lector, ni Ponce de León tuvo información más valiosa, no pudo ver la fuente de la juventud, elixir inmarcesible, en las patas hispanas, ¡sí!, en las patas de las vacas. Que lo diga Alba Mery en los mercados de emprendedores de la Universidad de Antioquia “tirando pata”, porque la gelatina de pata se hace con las manos. Metieron las patas; aquellos que piensan con ellas, dando tumbos de tumbo en tumbo, son quienes dejaron el río Medellín hecho la inmensa cloaca de la ciudad, vertedero industrial. ¡Mierda! Aguamierda erosionando la vía férrea del gusano de lata metropolitano. ¿En qué iba? Ah, sí, doña Alba Mery, sonriente, amable vendedora de gelatina de pata, elixir jovial: alivia articulaciones reumáticas, da rostro lozano, piel lustrosa… un agente antioxidante como el que buscaba en San Juan un tal Ponce de León. Urrao, Alba es de Urrao, vereda La Encarnación, tierra de la cuenca del penderisco. Tierra fría y caliente. Más caliente en años de bota de caucho y fusil en mano.

Yo estaba en el corredor de los mosaicos gigantes “Epopeya del café” de Longas (1943), entre la pared oriental del Teatro Camilo Torres y la arboleda al lado del Caballo al viento de David Manzur (2025) y más abajo la Cabeza de Barba Jacob (1983). —¿Y qué son esas fechas innecesarias? —Son memoria, yo veré. Se deja venir la entrevista, pare bolas, pues… Pone a cocinar las patas de res 14 a 16 horas en fuego lento en olla a presión, las deja reposar 4 horas, le retira el aceite o grasa, retira el hueso y la sustancia sanadora la lleva a licuado; posteriormente, en una olla honda vierte la sustancia sanadora con panela orgánica; Alba utiliza la panela de la finca de la mamá en Urrao, fuego otras 4 horas, deja reposar ya tirar en garabato. Si la quiere negra, agrega menos panela; la convierte así más simple y dura. ¿La quiere blanca? Ponga más panela y a darle pata en el garabato, una pizca de maicena y queda empolvada. “El garabato debe ser de madera de guayabo; otra madera se marea, entre más viejo, más fino”, dijo Alba Mery, mientras tiraba pata esa melaza oscura que va cogiendo un color nácar brillante, vueltas y vueltas dándole y dándole a la masa de cordones perlados dulces que vende en forma de bombones. Yo, dando las vueltas de compra y empacando gelatina de la negra, de la blanca. Hace 20 años que tira pata; en el garabato le enseñó una anciana, doña Nora, en Urrao. Hace 30 años damos pata en el gusano de lata metropolitano; hace más de 80 años empantanamos el río Medellín, rectificaron el cauce, lo hicieron servil a las patadas, sin meandros; el río les acaba los muros con el agua, el aguamierda, ciudad enferma. Metimos la pata en el atolladero y no sirve hasta ahora ningún político garabateo.

El garabato, 26 de octubre de 2025.
Lectura recomendada
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