Por Nicolás Antonio Vásquez López Cronista
Encima de ese morro puede observar extensiones interminables de potreros. La mano derecha extravagante de inexperiencia y la mano izquierda experta en los quehaceres básicos de supervivencia. Bajamos distintos grados escolares en caravana rumbo a los potreros baldíos de algún latifundista local. Bajo el sol inclemente de agosto, soplando ariscos silbidos calientes. Una jornada azul llena los cielos de estructuras hexagonales coloridas, hechas de papel china o cometa, deleznables, frágiles, sostenidas por una pita, fibra blanca de abundante tambor y ancha cintura; papagayos, veletas… y niños rodando en un bucle de aventura pastoril. Mi cometa alegre, amarilla, la regalé. Yo nunca elevé una cometa; la elevaban por mí en un misterioso querer y no poder. Volar no es lo mismo que ver volar. ¿No? Los años pasan en una espiral de borracheras. Sin poder acariciar las nubes con esas pobres estructuras aeroespaciales irrisibles frente a la ingeniería natural de las aves. Así, parecido a la cometa, me elevan sin aparente autonomía; parezco la marioneta, la ciega pita, el tambor de hilo que se deshila, el tonto huésped del aire sin rumbo, sin medida…
Llegó el bus a la cabecera del pueblo. Es sábado, Amagá está rebosando de embriaguez, gentío, gentío… tracamanada de paisanos buscando qué hacer. Dónde ahogar las penas, dónde encontrar más penas y con quién asolar el fantasma solitario de los caminos. Me bajé en Colanta, caminé hacia abajo, llegué a El Minero, una miscelánea en la casona del marco del parque, la casona de la exalcaldesa Elvia Amparo. Ahí, colgadas las cometas… siderales, brillantes destellos de colores llamativos, cruzadas con espigas de caña. Sencillas, sin refinamientos ni pretensiones ni ornamentos, ni extravagantes aletas de la NASA. Un prototipo criollo para vuelos cortos. Naranja y verde, verde y naranja. No sé cuál mano debo usar para tirar la pita. “Tres mil pesos, señor”, dijo la vendedora. A 3 mil metros de altura tiene que llegar esta belleza. Y sí, por fin, la voy a elevar como María en su magnificencia, como los monjes tibetanos, como los astronautas en la luna. El pueblo calla, mientras subo a casa. Subo hasta la punta, arriba, bien arriba, sin pita, sin salvaguarda. A la ligera brizna nocturna de agosto.
La cometa, 30 de agosto de 2025.
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