Comparta esta noticia
Por Nicolás Antonio Vásquez López
Cronista

Aguadulce, ¡aguapanela! Tomen, beban de ella: la caña escasa, el precio en picada, el fogón sin leña. Deje enfriar la paila, deje ver las penas; separe la cachaza de la laguna azucarada, vean bien, vean bien la pepa de panela. Cuenta Fernando Álvarez, habitante de Travesías, vereda del municipio de Amagá, las peripecias de un mito dulce que se tornó amargo. Las recuas de mula recorrían atascados la autopista de arria, caminos guayaberos, de cascajo y cagajón de correrías, en el lomo de las bestias cargadas de caña de azúcar. ¿Bestias? ¿Cómo qué bestias? Así se le dice al animal bípedo azotador de recuas cuadrúpedas, indefensas. El campo es miserable, no da nada, da pesar… Lo robaron, lo acabaron, lo dejaron medio muerto. Bajé orondo por el camino hacia el trapiche; éramos una gallada. Pasamos dos cañadas, cogimos guayaba; vimos arañas de lomo metalizado, de vientre pecoso, patas largas esbeltas en telarañas intrincadas.

Vigilantes agitados adelante, dos cicerones cuadrúpedos, Guardián y otro sin nombre. ¡Guardian!, perro buscapleito, nomás antes de entrar al camino donde desapareció un vecino: Aníbal Álvarez busca casar una contienda disparatada contra un corajudo gran danés gris ratón, encerrado; el muro protegía la achilada menudencia de Guardián; no vaya a ser nuestro cazador de duendes muerto por el portento de perro malaspulgas. Me recordó por un momento a Bruja, la perra de Los días azules de Fernando Vallejo; yo arriesgo mi dizque sentido de realidad por una señal novelesca: la marca del diablo en el pecho, la señal de Satán en este otro. ¡Qué va! Guardián se salvó de ser engullido y nosotros de perder un ángel. ¿En qué iba, querido lector? Me perdí por estos caminos de letras por donde Aníbal atravesó en sueños mentales. ¡Maleza!, el mundo allá afuera es frío, cruel, insano, más para un viejo antediluviano de 81 años. Las ruinas, ¡ah!, las ruinas, los adobes aporreados en ripio, tres hornillas donde se cocía el bagazo, dos chimeneas humeantes en tiempos de bonanza dulce de panela.

El trapiche doña Pepa, antes llamado La Farina por Raúl Soto, dueño, sembró cañaduzales y empacó pacas de panela. Un día, sin meditar palabra, azorado, quiso conversar con un revólver, juego drástico, ¡maldito! La discusión acabó con el martillo fulminante de la bala. El debate quedó alojado en la cabeza para siempre. -¡Guardián, no se adelante tanto! Este perro le está latiendo a los duendes. ¿Duendes?… Doña Pepa, esposa del finado, se ferió el trapiche; la bonanza es cosa del pasado, las vacas flacas pasmaron la producción de panela. Pérdida tras pérdida, el trapiche cerró. Hace 18 años apagó candela y vació pailadas.

La misma suerte padeció el trapiche La Lucía y el trapiche El Volcán, secos, sin fuego, sin jugo, sin caña. Travesías dejó de ser panelero o la panela dejó a Travesías sin repelo. Tal vez el nombre no es gratuito, no es para quedarse, no es para sentar cabeza, no es para detenerse a labrar la tierra.

Paso, pasa, pasamos, pasaremos, pasarán las agrestes tierras de la vida. La fumarola se apaga; se deshacen los pasos. Nos vamos avorazados de zapotes, mandarinas, orégano y tomates cherry. Sin rastro de Aníbal, sin recuas labrantías, sin dulces espigas. Seguimos la travesía.

Trapiche de doña Pepa, 18 de octubre de 2025.

Lectura recomendada

Crónica parroquial: Boletas

Comentarios
Comparta esta noticia