Por Nicolás Antonio Vásquez López Cronista
¡Rasco!, ¡rasco!, ¡rasco! Este prurito no se me quita, vergüenza en carne viva, pica, arde, debilita. Son, son… sonsos… Aquellos parroquianos pálidos de atavíos, succionados por las pantanosas lagunas de la política del socavón, la pica y la retroexcavadora. El brazo con zarpa metálica arañando laderas, abriéndose indómita camino, tumbando árboles, cavando el suelo arcilloso bermellón: lodazales, más lodazales, sobre más lodazales. Tierras movedizas de mineral negro: ¡Hulla!, ¡huya!, ¡hurra! Los adalides de la verdad y la razón acarrean toldillos electoreros, atracan sus barcazas a las orillas votantes, descansan sus dictados retóricos sobre mansas disertaciones democráticas, acaloran los fogones partidistas, susurran tristones los desengaños de la contienda política, rasgan sus vestiduras a punto de guiñapo; muy a su pesar, visten para distraer, enarbolan sus blasones e ídolos como boyantes señores de libertad. Por estos días intensamente calientes, cualquier asomo de oasis es un tesoro. Lástima, tremenda desgracia, el espejo de agua tornó turbio, maloliente; lo volvieron cloaca. Aguamierda.
A veces, a menudo, menudo enredo, me distraigo en naderías. Desafío el patrón de las cosas. Malqueriente, malquerido, malparido —entiendan, nací por cesárea—; al abrupto alumbramiento, súmele la descortesía de nacer de culos pal estanco. Yo amo a Colombia, pero sé que hay quienes la odian. Escancian su hiel sobre los vasos del juicio final. El naufragio de la vida. Los detentadores del poder. Muchos hombrecitos sucios, por nombrar, apoltronados en la camarilla de Nariño, Bolívar o Santander. Estaba sentado tomando un café, tasando el bien y el mal, leyendo ingenuamente caras, tan parecidas todas, familiares. Por un momento creí estar viendo el mismo rostro borroso, perseguidor, rostro torvo, aniquilador de sueños. Una cara es una cara hasta que se demuestre lo contrario. Reza el refrán: “Caras vemos, corazones no sabemos”. Y eso, querido lector, no está demostrado por la ciencia. A ciencia cierta, los pendejos siguen pendejos, los enamorados siguen enamorados, los bobos siguen haciendo bobadas. Lo único seguro es el cambio: no se hacen las mismas pendejadas, tramadas y bobadas. Nada en el mismo río se hace dos veces.
zZoquetes, 16 de julio de 2025.
Lectura recomendada: Corazón marrón