Datos sobre democracia en tiempos de coronavirus

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Carlos Andrés Valencia Bedoya 
Abogado 
Director EL SUROESTE

Un rasgo bastante representativo de una sociedad democrática es que quienes viven en ella consideran que las decisiones más importantes para vivir en sociedad se deben tomar teniendo en cuenta el criterio de la mayoría. Un ejemplo claro, son las elecciones de presidentes, congresistas, gobernadores, alcaldes, concejales, entre otros. En las corporaciones también se toman las decisiones por voto de la mayoría.

Pero las sociedades democráticas no son solo aquellas que acuden a las urnas para elegir a sus gobernantes. De hecho, cuando acudimos al criterio de la mayoría, lo que se reconoce implícitamente es que el voto de una persona vale igual que el de cualquier otra. Y ese reconocimiento en el valor simétrico de cada voto significa que todas las personas tenemos los mismos derechos. La consecuencia práctica de ello es que quienes resultan elegidos por la mayoría, deberían velar por la garantía de los derechos de todos y no por los privilegios de las mayorías votantes o de unos cuantos.

Así pues, las sociedades democráticas, en su núcleo, deben tener esta característica fundamental de reconocer y garantizar el goce efectivo de los derechos y libertades individuales de todos, y se le debe sumar la separación de poderes, la alternancia en el poder y la libertad de prensa.

Hasta aquí hablamos de aspiraciones. Pero no es una aspiración cualquiera. Es el modelo a seguir de todas las naciones en el mundo. Es un concepto teórico desarrollado en los centros de pensamiento que han estado en la punta de la civilización humana, y que en un plano generalizado de las sociedades contemporáneas tiene ordinariamente una carga emotiva positiva.

La pregunta es entonces, en el plano fáctico, me refiero a nuestro caso ¿Qué tan cerca estamos de realizar esas aspiraciones democráticas en nuestra sociedad? ¿Estamos cerca de vivir en una democracia? Y claro que podemos compararnos con otras sociedades, por ejemplo, con países vecinos, y calificarnos como más democráticos. Pero los efectos realmente relevantes de dicha pregunta para la vida de los colombianos surgen de la referencia interna.

No vivimos en una sociedad que cumpla cabalmente con las aspiraciones de la democracia, eso nos lo dice el sentido común. Ni siquiera hay que encender la tele o conectarse a la Internet para ver que no todos gozamos de los mismos derechos; que las instituciones del Estado y los servidores públicos que las representan, no tratan a todas las personas por igual, no les reconocen sus derechos fundamentales a millones de colombianos, y que muchos están en esos puestos buscando el beneficio propio, o el de sus familiares y amigos, y no el bienestar general; que se compran las elecciones, se roban el presupuesto, los bancos siempre ganan, incluso cuando hay crisis se les subsidia con el presupuesto público; que los sacrificios más grandes los deben hacer los que pueden y tienen menos, por ejemplo los trabajadores que no devengan más del mínimo, etc.

Una de muchas conclusiones (cada lector puede y debería intentar al menos una) es que, en tiempos de pandemia, es decir, por estos días, vivimos mucho más lejos de hacer realidad las aspiraciones de una sociedad democrática, ¡y eso es alarmante! Más para una sociedad como la nuestra que ha vivido tantos años en medio de la guerra, para la que no es excepcional ni novedoso las cifras de muertos y enfermos contados por miles.

Más muertos y menos derechos es el común denominador con el que hemos crecido decenas de generaciones en Colombia.
Ojalá nos toque una vuelta de tuerca, aunque sea un poquito más de vida y de goce efectivo de derechos, un poquito más de democracia para nosotros mismos.


Carlos Andrés Valencia Bedoya
Abogado
Director EL SUROESTE

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