Por Juan Camilo Cardona Osorio Desde Jardín
“La idea de que unas vidas importan menos que otras es la raíz de todo lo que está mal en este mundo” –Paul Farmer
“Cómase todos los vegetales, la ensalada y el jugo para que no se enferme”. “La remolacha es buena para la sangre y se la come así sea a las malas”. “Si quiere mantener los ojos aliviados tiene que comerse toda la zanahoria”. “Cómase por lo menos la ensalada para que se mantenga sano”. Estas son solo algunas de las cientos de frases de madre desesperada intentando procurarle un balance nutricional a sus hijos.
La situación cambia rotundamente cuando uno de ellos, un día cualquiera, le informa que ha decidido alimentarse solo de plantas. “Entonces, ¿de dónde va a sacar los nutrientes?”, “De ensalada no puede vivir”. “Remolacha, zanahoria, lechuga, berenjena, maíz, lentejas, fríjoles, champiñones, chía, frutas, batidos… ¿Qué más le sirvo para que no quede con hambre?”, pregunta la mamá mientras enumera la montaña de alimentos encima del plato que sigue sirviendo con amor.
Emprender el camino del veganismo no solo es desaprender lo que ellas nos habían enseñado, sino cuestionarlo, replantear las verdades que se han transmitido de generación en generación, lo que era una verdad a todas luces para las abuelas, los tatarabuelos y retataratatarabuelos.
Es preguntarse: ¿Por qué los animales han sido víctimas de nuestro paladar? ¿Por qué a los productos de la explotación animal les hacen tanta publicidad, incluso financiada con recursos públicos, mientras que a los vegetales la mayor fuerza de venta la ejercen las madres que mencionaba en un principio?
Lea: Quien lee es libre. Una lectura sobre el veganismo.
Plantearse preguntas más profundas como que si el poder económico, político y, lastimosamente, muchas veces el armado no hubiera estado en manos de ganaderos ¿nuestro consumo de carne sería tan elevado?
Recuerdo mi infancia cuando mi familia se sentía apesadumbrada si un día no se contaba con los recursos para comprar un trozo de carne, una bolsa de leche o unos cuantos huevos.
En mi labor como periodista me he relacionado con miles de familias que pasan por la misma tristeza más seguido de lo que yo lo viví, he escuchado desde ladrones de panela hasta delincuentes de cuello blanco justificar sus acciones con el argumento de poder llevar la carnita a la casa.
Ahora que llegué a los cuarenta años le agradezco a los momentos de reflexión, a la información que me llegó por diferentes medios, al acompañamiento de mi esposa y a decenas de amigos que he hecho en este camino del veganismo porque por fin me di cuenta que 38 años de mi vida viví comiendo algo que no requería: los productos de la explotación animal.
Llevo ahora cerca de dos años de mi vida desaprendiendo, no solo lo que me enseñó mi madre, sino la escuela, los medios de comunicación, la publicidad y la vida social.
Ha sido un tiempo valioso por el hecho de aprender a disfrutar de una vida más sana, tranquila y feliz, de aprender a tolerar los comentarios tontos, las insinuaciones ofensivas, los cuestionamientos y argumentos sin fondo.
Pero sobre todas las cosas, ha sido la mejor etapa de mi vida, pues esta nueva vida me ha educado en algo que debería ser materia obligatoria en colegios, primera enseñanza familiar, tema de la publicidad masiva y fundamento de la justicia, la política y las leyes: la compasión y empatía hacia los otros sintientes.