¿Te imaginas un mundo donde casi nada se desperdicia? Ese es el objetivo de la economía circular, una tendencia que está revolucionando la manera en la que producimos, consumimos y nos relacionamos con los recursos del planeta. Más que una moda, se trata de un cambio de paradigma que está marcando la agenda de gobiernos, empresas y ciudadanos en todo el mundo.
Durante décadas vivimos bajo un modelo llamado economía lineal, basado en un esquema simple: extraer, producir, usar y desechar. Aunque fue funcional en su momento, hoy ha mostrado sus límites. Cada año el planeta produce más de 2.000 millones de toneladas de residuos sólidos urbanos, y si no cambiamos el rumbo, esa cifra podría crecer un 70 % hacia 2050.
En este escenario, la economía circular propone un cambio profundo: transformar los residuos en recursos, extender la vida útil de los productos y reducir la presión sobre los ecosistemas. La idea no es sólo reciclar, sino repensar todo el ciclo de producción y consumo para que los materiales se mantengan en uso el mayor tiempo posible.
Un ejemplo sencillo: una botella plástica en vez de acabar en el océano, puede convertirse en fibra para ropa deportiva, en una nueva botella o incluso en parte de una construcción.
La economía circular se inspira en algo tan antiguo como la naturaleza. En los ecosistemas no existe el desperdicio: lo que muere o se degrada se convierte en alimento o energía para otra forma de vida. Esta lógica de “cerrar ciclos” empezó a traducirse en políticas económicas en Europa en la década de 1970.
Hoy, la Unión Europea es uno de los principales promotores de este enfoque, con la meta de ser un continente climáticamente neutro y eficiente en el uso de recursos hacia 2050. La ONU, por su parte, lo incluye en la Agenda 2030 como un pilar para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
El impacto de la economía circular va más allá del medioambiente. Este modelo podría generar millones de empleos verdes, incentivar la innovación en nuevos materiales y tecnologías, y aumentar la competitividad de los países que lo adopten.
Además, al reducir la dependencia de materias primas vírgenes, fortalece la resiliencia de las economías frente a crisis globales como la escasez de recursos, los conflictos geopolíticos o las fluctuaciones en los precios de la energía. En otras palabras: aprovechar mejor lo que tenemos también nos hace más seguros como sociedad.
En América Latina, Colombia se ha convertido en un referente en el tema. En 2019, el Gobierno lanzó la Estrategia Nacional de Economía Circular, enfocada en transformar sectores como plásticos, agroindustria, construcción, moda y energía.
Los resultados ya empiezan a notarse:
En la industria textil, varias marcas fabrican ropa y calzado a partir de botellas recicladas; en el sector agrícola, los residuos del café se aprovechan para producir fertilizantes o cosméticos y en la construcción, algunas empresas reutilizan escombros de demolición como materia prima para nuevas obras.
Estos ejemplos muestran que la circularidad no sólo reduce la contaminación, sino que también abre espacio a nuevas cadenas de valor, impulsa la innovación y ofrece oportunidades de empleo local.
Aunque los gobiernos y las empresas tienen un rol clave, la transición hacia una economía circular también depende de las decisiones que tomamos como consumidores. Reparar en lugar de desechar, comprar de segunda mano, separar residuos en casa o apoyar marcas comprometidas con la sostenibilidad son acciones que, multiplicadas por millones de personas, pueden marcar la diferencia.
El reto no es solo tecnológico o económico, también es cultural. Cambiar la mentalidad de consumo rápido hacia una de responsabilidad compartida exige educación, comunicación efectiva y coherencia entre lo que se promueve desde las instituciones y lo que se practica en la vida cotidiana.
El Noveno Reporte de Economía Circular del DANE, publicado el 30 de diciembre de 2024, consolidó 30 indicadores nacionales relacionados con materiales, energía, agua y residuos, disponibles en el Sistema de Información de Economía Circular (SIEC). Según la Superservicios, en 2023 el servicio público de aseo reportó la disposición de 11,8 millones de toneladas de residuos sólidos ordinarios, mientras que el IDEAM registró la generación y gestión de 719.978 toneladas de residuos peligrosos.
La pérdida y desperdicio de alimentos sigue siendo un reto: cerca del 34 % de la producción nacional (unos 10 millones de toneladas al año) se pierde o desperdicia. Para enfrentar este problema, en septiembre de 2025 el Ministerio de Ambiente lanzó una estrategia nacional de comunicación orientada a la reducción de estas cifras. Otro avance clave fue la implementación de la Ley 2232 de 2022, que desde julio de 2024 inició la eliminación gradual de plásticos de un solo uso, empezando con ocho productos y con la meta de restringir 21 para 2030.
Como marco de acción, la Estrategia Nacional de Economía Circular (ENEC) del MinAmbiente sigue siendo la hoja de ruta vigente, articulando políticas de producción y consumo sostenibles en sectores estratégicos. Estos esfuerzos reflejan la consolidación de un enfoque circular en el país, donde la gestión de residuos, la innovación regulatoria y la transparencia en los datos se convierten en pilares para avanzar hacia una economía más sostenible.
La economía circular no es una solución mágica, pero sí una de las vías más realistas para enfrentar la crisis ambiental y construir sociedades más resilientes. A medida que los recursos se vuelven más escasos y los efectos del cambio climático se intensifican, este modelo aparece no sólo como una alternativa, sino como una necesidad urgente.
En últimas, la economía circular nos recuerda algo esencial: el planeta no es infinito. Aprender a vivir dentro de sus límites, cuidando lo que tenemos y aprovechándolo al máximo, será el gran desafío de nuestra generación. Y en ese camino, cada decisión cuenta.
Documento recomendado: https://www.dane.gov.co/files/investigaciones/boletines/economia-circular/doc-ECircular-NovenoReporte.pdf