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Edición 190

Hay personas que se olvidan de que este mundo lo hacemos entre todos. Las acciones cotidianas más básicas y elementales requieren del esfuerzo coordinado y prolongado de muchos. Abrir la llave para lavarse las manos, dejar la basura afuera de la casa en una bolsa y no tener que lidiar con ella, tener luz con solo oprimir el interruptor, encender el fogón o el horno microondas y obtener comida en unos minutos. 

Todas estas cosas, aunque se tasan en dinero, le dan valor al mismo y no al revés. Si no hubiese gente trabajando todos los días para proveernos de comida, vestido y energía, el dinero sería un papel sin valor real. De la misma manera si no hubiese más materias primas para transformar en bienes y servicios de primera necesidad, la cantidad que cada quien lleva en su bolsillo o en las cuentas bancarias no tendría mayor importancia. 

Vivimos en una economía de libre mercado que parece no estimar que los recursos no son ilimitados, que el consumo moderado es apenas necesaria condición -es sentido común- para seguir disfrutando sin preocuparnos. 

La gran mayoría de nosotros sabe que debemos cuidar el planeta. Decirlo nuevamente en este espacio es apenas lo mínimo que podemos y debemos hacer. Pero solo repetir muchas veces lo que ya sabemos no es suficiente para desarrollar una conciencia tal, que nos mueva efectivamente a la acción del cuidado permanente. En otras palabras, es tarea necesaria de todos cuidar la vida en el planeta y aun así hacemos muy poco.

Si hay un rasgo de civilización que pueda ser rastreable desde los tiempos más antiguos es el cuidado del otro. Nos importa qué pasa con la vida de los otros. Los otros, que son los hijos, los padres, los hermanos, los tíos, los primos, los amigos… la comunidad; ese grupo de personas que habita un mismo territorio, y que casualmente comparte similares desafíos y oportunidades. 

¿Se han preguntado por qué habiendo tanto y tan vasto territorio, los seres humanos terminan por agruparse de tal manera que una familia apenas se aparta de otra por una pared? Es un caso que se repite millones de veces. Y como es de tan común ocurrencia lo damos por sentado sin cuestionarnos nada al respecto. ¿Qué piensan ustedes? Necesitamos de los otros para vivir bien, para vivir mejor. 

Hacemos un llamado: ¡Cuidémonos! Tener más y consumir más no nos hace mejores ni superiores. Podemos estar de acuerdo en que las cosas más valiosas en la vida son inestimables en dinero. 

“La generosidad y el interés personal coexisten en todos los seres humanos. Sabemos cómo hacer funcionar un sistema económico basado sobre el interés personal. No sabemos cómo hacerlo funcionar sobre la base de la generosidad. Sin embargo, esto no significa que debemos renunciar por completo a la generosidad; todavía debemos reducir la influencia del interés personal a su mínima expresión posible”: Gerald A. Cohen.

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