Se desmoronan estructuras viejas y nuevas cuando el soporte está hecho de materiales que no resisten su propio peso. Hay estructuras también endebles que no soportan leves vientos o movimientos; destruyen cuanto está a su alcance y un poco más allá al venirse a tierra. Otras estructuras con buenas bases y resistentes a los movimientos olvidan revisar y mejorar sus componentes y no se dan cuenta de su degradación.
Lo de las pirámides y las estructuras que se desmoronan se ha vuelto una práctica social que puede hablar de nuestra idiosincrasia ausente de planeación, disciplina y organización.
Ejemplos de lo anterior los encontramos en la crisis de familia con todas sus variables, el desplome de emporios y multinacionales que ostentaron capital y sometieron a los consumidores a sus marcas, bancos y entidades financieras que escurrieron hasta sus propias ganancias, empresas que no invirtieron lo suficiente en sus trabajadores, organizaciones comunitarias ancladas en viejas formas de trabajo, sindicatos que malversaron sus principios, organizaciones religiosas que perdieron el camino, partidos políticos y gobiernos carcomidos por el cáncer de la corrupción, la avaricia y el ansia por el poder más que por el servicio, en fin… los ejemplos pueden ser interminables.
En el plano personal el desplome suele ser más traumático que en lo social. Los vacíos de formación personal y la ausencia de bases sólidas desde la familia hacen hombres y mujeres débiles expuestos al espejismo que ofrece el mundo actual. ¿Cómo no caer? Revise la base; sus raíces y hacia qué dirección va y con quiénes quiere hacer crecer las raíces.
Que no se desplome el ser humano. Pueden caer todas las estructuras con la forma que tengan, la tradición y la consistencia, pero que no caiga el ser humano. Toda práctica que denigra de la condición humana socava la estructura social. Estamos llamados a cambiar las formas piramidales por ordenaciones no excluyentes, de corresponsabilidad y mutuo respeto.