En La Estación, Angelópolis, un hombre sale de una mina, encarrila el grueso cable metálico, prende la máquina y hace sonar la alarma que indica que el coche está cargado y listo para salir. Sobre los rieles hechos con palos de madera, el vagón o cajón de tablas y balineras se asoma con carbón a rebosar. Él es Jhon Gómez. No habla mucho. Cuando descarga el carbón vuelve y entra a la mina
Alberto Gómez, tío de John y de Nataly, cuenta que un minero puede pasar en una mina hasta nueve horas por jornada, ganándose aproximadamente $60.000 al día, si trabaja para un tercero, pero si tiene su propia mina la cifra podría duplicarse.
Ahora es el turno de Nataly Gómez. Tiene 29 años y su trabajo es separar las rocas de carbón que sus hermanos acaban de extraer. Nataly se dedica a esta labor desde que tenía 11 años, cuando su papá, quien trabajó 37 años como minero, la introdujo a ella y a sus hermanos en este oficio. “Mi papá la trabajó [la mina] hasta que murió hace cinco años. Después nos heredó la mina a mí y a mis seis hermanos, así que todos decidimos continuar con su legado y de esto vivimos”, relata.
Después de separar el carbón, se apila en cúmulos y cada tres días, a punta de pico y pala, todos cargan la volqueta de la empresa que compra el mineral para después cobrarle al conductor por cada tonelada. El precio varía según el tamaño del carbón. El delgado por ejemplo, tiene un valor aproximado de $110.000, y el grueso de $130.000 por tonelada. “Cuando la semana es buena se le puede llegar a sacar de 28 a 30 toneladas. Pero por muy mala que esté, mis hermanos sacan mínimo las 15 toneladas”, detalla Nataly Gómez, quien quiere continuar con sus estudios, sacar adelante a su hijo y conseguir otro empleo que no requiera trabajar jornadas tan largas.
“El ciclo del carbón se repite diariamente, ¿por qué? Por fidelidad, rentabilidad, porque es lo que sabemos hacer…”, nos cuenta Nataly.