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Por Eliana Hernández Pérez
elianahernandez.culturarte@gmail.com
@elianarte_

Colombia es un país mágico por excelencia con una historia que vale la pena comenzar a investigar desde sus cimientos y dar a conocer al mundo. En esta ocasión quiero abordar el tema del totemismo, chamanismo y la adoración al Sol; prácticas replicadas por las tribus indígenas contemporáneas que siguen poblando las selvas de nuestro país.

En las lecturas realizadas encontré que mucha de la orfebrería prehispánica colombiana surge a raíz del consumo de sustancias alucinógenas (materias psicotrópicas), que al ser complementadas con la observación de metales como el oro, inducían a un viaje a otros mundos que explicaban parte de los interrogantes de este plano terrenal.

Lo que hoy conocemos como arte prehispánico en su contexto sociocultural es una práctica estética imbricada, ya que nunca se realizó con la finalidad de crear arte, según Ocampo (1985) “está inmersa, entretejida, íntimamente relacionada con el saber y la práctica total de determinada comunidad”.

El papel de chamán puede ser asumido por un hombre o una mujer. Su capacidad de hacer viajes entre dos mundos, le otorga un gran poder entre su tribu y se convierte en político, mediador social, en herborista, curandero y muchas otras funciones que lo vuelven el núcleo cultural de la sociedad en la que habita.

Las culturas prehispánicas colombianas se caracterizan por ser heterogéneas, y en la orfebrería, alfarería y el tallado en relieve en piedra podemos ver que hay un conglomerado de creencias que influían entre las unas y las otras. Muchas de las piezas que tenemos de arte prehispánico rescatadas hasta el día de hoy están vivas y ante nuestros ojos, gracias a los guaqueros que desenterraron muchas de estas piezas principalmente en las matecañeras (tumbas), y a los coleccionistas que las compraron. El caso de las piedras de San Agustín es un trabajo arqueológico del geógrafo italiano Agustín Codazzi, que realiza una descripción minuciosa de estos monolitos de piedra, y de Luis Duque Gómez, quien dirigió el trabajo arqueológico por bastante tiempo.

Figura 1. Sanchez, E. Trompetista de El Cabuyal.
(2011). El mundo del arte en San Agustín. Libro físico

Los indígenas prehispánicos utilizaban el veneno de la rana para ponerlo en sus flechas de guerra por su efecto paralizante e incluso mortal. Comprendemos que estas comunidades prehispánicas eran grandes investigadoras y observadoras de aquello que les rodeaba, tanto así que para saber cómo volver más flexible el oro era necesario el estudio de la física. Además el chamán para convertirse en curandero debía manejar a la perfección la medicina botánica.

El conocimiento que tenían y tienen sobre la naturaleza les permite ver a la fauna y flora y a cada uno de los seres que la habita como una representación profunda del cosmos.

Era también evidente que existía un culto al Sol, en palabras de Arango (1966) el Sol “simbolizaba un dios que le daba calor a la tierra, que hacía germinar las plantas, que daba luz, que libraba de las tinieblas de la noche”. Se le oraba como si fuera un dios y se hacían varios sacrificios, una práctica que era común en diversos territorios, lo cual nos permite entender que eran personas que viajaban de un lugar a otro y que tenían contacto con otras culturas y creencias.

Algunos animales eran sagrados; matar a uno de estos animales era profanación. El chamán era experto en realizar viajes a ese otro mundo espiritual donde prevalecían las alucinaciones con animales, muchos de estos animales eran utilizados como sus avatares. Vemos que aún en la actualidad se sigue teniendo la creencia de que este mundo no se rige por sí mismo, para ellos hay algo más que este planeta. El Sol entonces, era la principal deidad y de allí radicaba la importancia del oro en su cultura, este reflejaba su resplandor y les ayuda a tener visiones de los otros mundos.

Figura 2. Schrimpff, Rudolf. El vuelo chamánico. (2005). Orfebrería y chamanismo: 
un estudio iconográfico del Museo del Oro del Banco de la República, Colombia. 
- edición corregida. Villegas

La rana se convirtió en el animal totemista por excelencia por ser una manifestación de los dioses que habitaban las aguas. Con el tiempo su significado fue evolucionando hasta convertirse en el cuerpo donde migraba el alma de los que ya no estaban, y además era el alimento del Sol.

Con el arte prehispánico colombiano no buscaban expresar una visión del mundo, sino la visión de toda una cultura, siempre dentro de un contexto religioso y un ritual precedido por el chamán con un gran poder entre su población, tras 18 años de preparación.

Cuando hablamos de arte prehispánico no se puede hablar de un arte aislado del otro. Hay diferencias en estilos, pero las culturas que habitaron en este espacio de tiempo, nos muestran un concepto muy unificado de lo que representaban cada una de estas prácticas estéticas imbricadas, y que hoy muchas de estas culturas siguen replicando.

Este escrito es un llamado a reconocer que la herencia que nos dejaron nuestros ancestros no fue de grandes templos ni ciudades, lo que nos aportaron es algo mucho más importante: respetar la naturaleza y los seres que habitan en ella, porque son puertas hacia el espíritu y fuente de un conocimiento infinito que nos puede permitir sanar muchas enfermedades que agobian al ser humano del siglo XXI.

El chamán visto como sacerdote y en muchos casos casi al mismo nivel del cacique, con su avatar animal que lo acompañaba en sus vuelos en un espacio y tiempo diferente, quizás es un llamado a que miremos nuevamente atrás, para que nuestra historia tenga un nuevo rumbo y sea uno que nos conecte con nuestro ser.

Figura 3. Museo del oro. (2022) Rana Orfebre
Zenú.(Fotografía). Twitter Banco de la República

Referencias bibliográficas

Arango (1966). Revaluación de las antiguas culturas aborígenes de Colombia. Sin editorial.

Reichel-Dolmatoff, G. (2005).Orfebrería y chamanismo: un estudio iconográfico del Museo del Oro del Banco de la República, Colombia. – edición corregida. Villegas editores.

Sánchez, E (2011). El mundo del arte en San Agustín. Villegas Editores.

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