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Hola, soy Fulano de Tal, un colombiano del montón; uno de los que salen todos los días a trabajar para obtener los ingresos que le permitan mantener un hogar con una aceptable calidad de vida. Soy el ciudadano que ha logrado hacer una carrera profesional; aquel que ha obtenido algún título técnico o ha desarrollado por su cuenta habilidades y conocimientos especiales; el que, gracias a su tesón, ha logrado construir un emprendimiento, montar un negocio exitoso en cualquier sector de la economía, incluido el campo, y con ello ha asegurado tener una fuente de ingresos (y al final una pensión) que le permiten satisfacer razonablemente sus necesidades básicas y, en la medida de las posibilidades, otras relacionadas con la autoestima y el mayor desarrollo y crecimiento de la personalidad. En resumen, soy lo que se ha llamado un ciudadano de clase media.

Políticamente hablando, igual que otros ciudadanos como Mengano y Zutano, una posición como esta me permite situarme cómodamente en la franja de los colombianos que consideran que la política, esencial para el adecuado funcionamiento del Estado, es un medio para servir al país y a la comunidad inmediata, nunca una profesión para vivir de ella, ni un negocio para lucrarse de él, muchísimo menos, una herramienta para dividir a las personas, para sembrar el odio y generar violencia. El tener conciencia de esta condición como simple ciudadano del promedio, me ha permitido, por tanto, establecer unos criterios objetivos en los cuales basar mi decisión de voto y, en general, para juzgar y evaluar el desempeño de la clase política y de quienes ejercen cargos de elección popular. Estos son:

Estar bien informado. Esta condición, de vital importancia a la hora de tomar una decisión de voto, va más allá de estar al día con lo que dicen los noticieros, los mensajes de las bodegas del caudillo de turno o de escuchar los discursos de balcón. Supone hacer también un esfuerzo por conocer nuestra historia y desarrollar la capacidad para aprender a poner en contexto los hechos del pasado y sacar de ello las lecciones que este nos ofrece.

No al emocionalismo y al radicalismo. Porque esta característica humana, tan común en el campo de la política, es una pésima consejera a la hora de fijar una posición dentro de un determinado escenario político. Es el caldo de cultivo dentro del cual ciudadanos que, en otras circunstancias, son buenos seres humanos, excelentes vecinos, padres dedicados, cristianos de culto, misa y comunión dominical (a veces diaria), terminan por convertirse en individuos intolerantes, prisioneros de cadenas de odios irreconciliables, presa fácil de caudillos mesiánicos, a quienes terminan entregándole su conciencia y su propia condición de seres con capacidad para decidir libremente.

Sentido crítico. Significa aprender a no tragar entero; a desarrollar la capacidad de análisis para pasar los hechos del gobierno de coyuntura, los discursos vistosos del político de turno, el contenido de los noticieros del sistema (incluso los independientes), los mensajes de los bodegueros y hasta los consejos del mejor de los amigos, por el colador del análisis frío y el de la contextualización, antes de tomar una posición.

Asumir las opiniones de los demás con sentido constructivo. Esta afirmación parte de la base de que la manera como yo asumo los hechos y opiniones que me llegan desde el exterior, en este caso en la esfera de lo político, depende exclusivamente de una decisión personal. De acuerdo con esta consigna, he decidido que todas las opiniones, tanto las racionales, las adecuadamente fundamentadas, las bien intencionadas, igual que las mal intencionadas, las que puedan carecer de fundamento o, incluso las ofensivas, han de convertirse en elementos que me enriquezcan, bien sea porque refuerzan mis propias convicciones, bien porque me ayudan a descubrir y corregir errores o porque me permiten tener una mejor comprensión de la naturaleza humana.

Respetuoso a la hora de exponer mi propia opinión. Este criterio tiene una importancia decisiva, especialmente en un momento por el que atravesamos. En efecto, creo que la falta de respeto, entendida no solamente como el uso de lenguaje ofensivo, difamatorio, sarcástico o insultante hacia los demás, especialmente hacia quien es considerado como contraparte, es una barrera que hace extremadamente difícil la capacidad del ser humano para lograr consensos, tender puentes y crear un clima de buena convivencia, lo cual no significa ser blandengue, permisivo o falto de valor ante escenarios de injusticia, abuso, arbitrariedad o incoherencia de quienes tienen el poder. ¡Todo lo contrario! Porque si hay algo que exige valentía, coraje y personalidad es la capacidad de decir las cosas como son, a quien hay que decírselas y en el momento en el que hay que decirlas, pero sin faltarle al respeto al destinatario. Dentro de este marco, lo de que lo cortés no quita lo valiente es un refrán que se aplica perfectamente.

En resumen, con los fulanos, menganos, zutanos y otros muchos colombianos del montón, soy un ciudadano no dispuesto a dejarme arrastrar por el discurso radical del miedo, del odio o el de los quiméricos discursos, provenientes de cualquier vertiente ideológica, con la determinación de tomar una decisión de voto basado en una conciencia adecuadamente informada, libre de prejuicios limitantes. Soy del grupo de los colombianos DEL VOTO DE OPINIÓN.  



Por Rubén Darío González Zapata 
Nacido en la vereda La Lindaja 
Corregimiento Alfonso López 
(San Gregorio) - Ciudad Bolívar 


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