Cristian Abad Restrepo Geógrafo
Toda la geografía minera-moderna está marcada por dos factores, a saber, el de la acumulación y el de la contaminación, cuya finalidad es quitarle agua a los pueblos como resultado de la concentración de este líquido y la imposibilidad de consumo en contextos de abundancia hídrica por la contaminación.
No quedan dudas que el tipo de relacionamiento establecido entre minería-moderna y agua de los pueblos, altera el ciclo reproductivo de los mismos, en tanto que los pueblos están siempre intrínsecos en el ciclo del agua.
A pesar de estos hechos tan lamentables para nuestros pueblos, aun los sujetos con subjetividad burguesa hablan del “uso racional y eficiente de los recursos naturales”, como si todo se resumiera al empleo de las técnicas eficientistas y “buen” manejo y administración de la disposición de los sistemas vivos, es decir, como si se tratase de una buena gestión ambiental de la relación entre los seres humanos y el agua.
Hay que decirlo de una buena vez, esa “relación no existe”, no se trata de armonizar el desencuentro de la cultura moderna y la naturaleza, como generalmente es tratada desde “la racionalidad instrumental como si fuera un tema de especialistas”, sino de reconocer que somos agua, de allí la territorialidad contenida en ella.
Es con y en el agua que nos encontramos todos los seres vivientes. Por eso el extractivismo-minero es inviable para la humanidad toda y para el planeta vivo.
El ciclo del agua está en todo y no puede ser tratada por visiones simplificadoras de los buro-tecno-cratas, generalmente siendo la visión de los científicos no comprometidos con la comunidad, como si se tratase de una “superficie liquida” donde la radiación solar la transforma en vapor y después en nubes para finalmente ser condensada y precipitada, dando origen a los cuerpos de agua como los ríos, lagos y riachuelos para después empezar el ciclo de nuevo.
Esta es la manera desde la cual se nos explica el funcionamiento de este ciclo, que ilustra muy bien esa separación entre ser humano y naturaleza, además da la idea como si dicho ciclo fuera eterno sin alteración posible.
Nuestro cuerpo humano es 70% agua y nuestra sangre es el 83% agua, si esto es así, el ciclo del agua está contenido en nuestro cuerpo que siempre se renueva en ese movimiento propio de la vida cuando consumimos los alimentos, cuando nos vestimos o simplemente transpiramos.
Ya deberíamos de saber que todo está hecho a base de agua, los cereales, las frutas, legumbres y todo el proceso agrícola productivo se sustenta por la incorporación del agua. Es decir, todo el mercado, y no me refiero propiamente al capitalista, está constituido por el agua, porque eso somos.
Entonces, el ciclo del agua debe entenderse desde esta visión integradora de la vida entre cuerpos y territorios de manera espiral, o sea, intercambios de energías y de materia que se dan en el tejido de lo que es la vida. No es por acaso que toda resistencia comunitaria contra el extractivismo-minero inicio con una preocupación por el agua como núcleo de discusión política y epistemológica.
Las luchas contra el extractivismo-minero en toda América Latina no es simplemente un fanatismo ecológico de unos cuantos o, un pachamamismo como lo ha querido reconocer un geógrafo anglosajón de moda en los centros académicos universitarios, sino que es la defensa de la existencia humana en su diversidad cultural de los pueblos, porque saben que sus cuerpos materialmente y científicamente están hecho de agua y atados a la tierra.
Por eso es que el agua se filtra en todo, en el aire, en la tierra, en la agricultura, en la industria, en nuestra casa, en definitiva, en nuestro cuerpo. Es el agua y sus formas de apropiación la que mejor refleja, que cualquier otro tema en la actualidad, las contradicciones políticas y culturales, por su disputa territorial al involucra un conjunto de representaciones y visiones que se tienen sobre ella.
De acuerdo con lo anterior, y a nuestro entender, el agua y en consecuencia la vida, no debe ser comprendida desde la visión fisicalista y del “biologicismo eficiente” que reina en el extractivismo-minero y en muchas autoridades ambientales, por el simple fato comunal de que el agua está contenida en los cuerpos de los pueblos.
Para mantener el “flujo energético y ecológico” se comienza con la defensa del agua y se termina en la posibilidad de la reproducción de la vida contra el orden necropolítico del extractivismo-minero y de la capitalización de la naturaleza.
Si esta es la lógica, toda sociedad en movimiento en el actual contexto de crisis civilizatoria-ambiental, se caracterizará por llevar y profundizar esta discusión del agua, ya no como lo hídrico, sino como territorio y como cuerpo.