Fredonia es un municipio reconocido por ser la cuna de personajes ilustres que han llevado en alto el nombre de este lugar, reflejando el servicio y la amabilidad de sus gentes. Entre ellos hoy destacamos a don Jairo Londoño Barrientos, un hombre cuya vida es testimonio del espíritu trabajador y solidario de su tierra.
Nacido el 16 de abril de 1955, don Jairo recuerda con nostalgia aquellos tiempos en que Fredonia estaba empedrada y la vida exigía esfuerzo diario. “Yo trabajé con mi padre en la ebanistería, ayudando a taponar los muebles. Todo esto era empedrado y había que trabajar descalzo, muy descalzo”.
Su formación académica tuvo lugar en el Liceo Efe Gómez, de donde egresó en 1978. Rememora la estricta disciplina de los profesores y la rigurosidad de las materias. En aquellos años escolares, su pasión por la música lo llevó a formar una orquesta llamada Los Manchiburos, aprovechando los timbales y otros instrumentos que la escuela ofrecía. “Yo tocaba el bombo, me gustaba porque era agradable para el oído”, dice entre sonrisas.
Don Jairo siempre tuvo el sueño de dedicarse al estudio. Fue miembro del Cabildo Verde de Cerro Bravo, participando activamente en proyectos medioambientales. “Viajaba con el Bato del Suroeste, eso era distancia”, comenta refiriéndose a sus travesías hacia el Politécnico. “Viajábamos los miércoles, desde 1994 hasta 1997, junto con gente de Andes, Jardín, Betania, Betulia, Hispania, Valparaíso, Caramanta, Pueblorrico, Tarso y Venecia”.
Con tristeza, reflexiona sobre el desperdicio de agua, “ahorita un señor botando agua allí, de gota en gota, el agua se agota. Pero como esa agua no nos duele, entonces la desperdiciamos. Eso duele mucho”.
Recuerda su juventud con cariño, rodeado de muchos compañeros de estudio. “Hacíamos cosas para el bien de la comunidad, porque haces el bien y no mires a quién”, afirma con convicción. Los sábados, asistían juntos a la iglesia para el catecismo, una costumbre que fortalecía su sentido de comunidad.
Curiosamente, don Jairo no tuvo novia hasta hace dos años, cuando conoció a doña Marta Cano. “Me enamoré de ella porque era de la época, de los sesenta”.
Hoy, gran parte de su tiempo lo pasa en una esquina de su casa, escuchando tangos de Carlos Gardel o sintonizando Radio 1 y Radio Santa Bárbara. Siempre lleva consigo un libro para aprender inglés, un destornillador estrella y una pala por si alguien necesita ayuda con una chapa, habilidades que su padre le enseñó y que él está dispuesto a enseñar. No falta tampoco en su mochila un limón, su vitamina diaria.
Durante la conversación, don Jairo destaca con orgullo que Fredonia es tierra de grandes artistas como Rodrigo Arenas Betancur, Ramón Elías Betancur, Alba Lucía Henao Torres y Gustavo Vélez. Además, recuerda su tiempo vendiendo películas y cómo, mientras tanto, llenaba sopas de letras y crucigramas, convencido de que “eso fortalece el cerebro”.
“Este pueblo es muy bueno, lástima que es tan frío”, confiesa. “Me va muy mal con el frío” añade, recordando el accidente que le dejó una platina en el pie izquierdo, haciendo que este sea más largo que el derecho.
A don Jairo le apasiona la lectura. “En la casa tengo el libro de La Bruja, de Germán Castro Caicedo” menciona. Para él, la verdadera riqueza de Fredonia está en su café, sus bellos paisajes y su ruralidad. Su vereda favorita es Marsella: “Allá hay viento, me lleva el viento y me deja el ambiente variante”.
Antes de despedirse, don Jairo envía un mensaje a todos los fredonitas: “Vivamos adelante y no dejemos de preocuparnos por sembrar en comunidad, unidos. Enseñemos a los que no saben, nunca digamos que no, porque nada nos llevamos”. Sueña con que la gente aproveche cada oportunidad para estudiar y se conviertan en buenos seres humanos para construir un mejor Fredonia.
Lea también: La historia de Titiribí: identidad, tradición y minería