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Don Alberto Gaviria nació en Pueblorrico, pero desde hace más de 35 años vive en Jardín, un municipio que, según él mismo dice, lo adoptó por completo. “Ya soy jardineño al 100 %”, afirma con orgullo. Aunque durante cinco años vivió en La Virginia, Risaralda, la vida y el corazón lo trajeron de nuevo a lo que llama “la villa encantada”. Y es que, como él mismo dice, “las raíces llaman”.

Su historia es la de muchos hombres del campo que han dedicado su vida al trabajo rural. Se crió en el campo, tanto en las veredas de Jardín como en su pueblo natal, Pueblorrico. “Yo me levanté en puro monte… trabajando la agricultura”, recuerda don Alberto.

Don Alberto extraña el campo: “a mí me hace falta el trabajo del monte”. Ahora vive con su esposa en la vereda Verdún, a 15 minutos del casco urbano de Jardín. Comparten terreno con otras dos familias, cada una en su propia casa. Es una vida comunitaria pero con independencia, dice.

Aunque sigue trabajando algunos días en el campo, sobre todo en las cosechas de café, gran parte de su tiempo lo dedica a su negocio de dulces que atiende en el parque principal de Jardín. Lo llama con cariño “el chucito”, un punto de venta que su esposa compró hace 14 años, luego de comprarlo a un cuñado. Desde entonces, entre semana abre de 7:30 a. m. a 4:00 p. m y los fines de semana extiende su jornada hasta las 10 de la noche.

Su pequeño negocio, aunque sin nombre formal, es conocido por todos como una de “las chazas del parque”. Allí venden de todo un poco: dulces tradicionales, chocolatinas, galletas y chicles. “Ya no es como antes, cuando uno llegaba a las tiendas y veía todos esos dulces de la infancia. Eso ya casi no se consigue”

Aun así, hace lo posible por mantener ese espíritu de antaño, trayendo productos desde Medellín, Urrao, Concordia, Andes o Ciudad Bolívar, con la ayuda de proveedores que llegan cada 15 días. Don Alberto hace sus pedidos por teléfono y su hija le ayuda a recibirlos cuando él no puede. 

Don Alberto se considera un hombre justo, él sabe muy bien que, para que un negocio funcione, hay que ofrecer precios justos: “no es para tirarle al turista ni al cliente. Uno no está aquí para ganar mucho ni para perder. Se gana lo justo”, explica.

Con tres hijos, una vida feliz entre el campo y la plaza de Jardín, los dulces y cafetales, don Alberto es un ejemplo de resistencia, humildad y sentido de pertenencia. Su historia es también la historia de Jardín: un lugar donde el pasado y el presente se abrazan en cada esquina, en cada vereda y, por supuesto, en cada “chucito” del parque.

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