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Hola, soy Erix (o Érice), la diosa de la discordia. Por una decisión de los dioses del Olimpo, se me ha asignado la tarea de sembrar la discordia entre los humanos y entre los dioses mismos, una labor que ejerzo de maravilla porque para ello fui creada. En desarrollo de esta condición, aunque sin imaginármelo, fui yo quien, entre otras cosas, dio el primer paso en la cadena de sucesos que llevarían a los griegos a enfrentarse en una de las guerras más famosas de la historia. La Guerra de Troya.

La cosa sucedió así. En el mundo de la crema y nata de la alta sociedad de dioses, hermosas mujeres, héroes de gran valentía, reyes y guerreros de esos que salen en las primeras planas de la prensa farandulera todos los días, se programó una boda al más alto nivel, entre Peleo y la diosa Tetis, que tendría lugar en el exclusivo Club El Pelión. Como era de esperarse, a todos los dioses del Olimpo, reyes, políticos de la izquierda, de la derecha y hasta a los tibios del centro, les llegó la correspondiente invitación, pero, por una razón que desconozco, o tal vez porque temían mis poderes, fui la única a la que no le llegó tarjeta de invitación, lo cual me enfureció mucho. Pero los estúpidos empleados de la casa responsable de organizar el evento no contaban con mi astucia y fue así como, con mucho cuidado, tejí una brillante estratagema para dañarles la fiesta y, de esta forma, enseñarles que conmigo no se juega impunemente. Digamos que, debido a su habitual ineptitud, lo que hicieron no fue otra cosa que darme un papayazo, imposible de desaprovechar para alguien con las habilidades que tengo, y poder sembrar la discordia –mi oficio natural– entre aquellos corruptos y politiqueros dioses, para luego sentarme tranquilamente a ver cómo se mataban mutuamente mientras yo disfrutaba de unas deliciosas margaritas contemplando el sol del atardecer a la orilla del mar.

Mi plan era increíblemente sencillo y, conociendo la veleidosa naturaleza de los dioses, igual que la de los humanos mortales, más los egoísmos y frivolidad de las diosas, el objetivo a lograr era pan comido. Así pues, fui al supermercado de frutas las Hespérides y compré la manzana más hermosa que encontré; luego visité a mi vecino el dios Vulcano y le pedí que la recubriera con una delicada lámina de oro y grabara en ella esta inscripción: “Para dársela a la más bella”. Ya todo listo, sólo faltaba esperar el momento adecuado. De forma hábil me las ingenié para meterme en el evento disfrazada de mesera y cuando ya todos estaban bebidos y el volumen de carreta política había llegado a su máximo nivel, me subí al balcón y desde allí arrojé la manzana a la mesa. La primera que recogió la fruta de oro fue Atenea, al tiempo que decía: “esta manzana es para mí, porque yo soy la más bella”; pero Afrodita, levantándose furiosa de su asiento, se la arrebató asegurando que era para ella; lo mismo hizo Hera. ¡Fue el caos! El grupo de cantantes compuesto por las Musas acompañadas de Apolo, traídos desde el exterior para la ocasión, silenciaron sus melodías, mirando con horror a las tres diosas enzarzadas en una lucha a muerte para quedarse una de ellas con la manzana. Ante tal situación, Zeus, impotente para calmar a las damas, no tuvo más remedio que proponer que un árbitro neutral resolviera el problema y ordenó a Hermes que las condujera al Monte Ida, donde París apacentaba sus rebaños, con el objeto de que este, haciendo las veces de árbitro ad hoc, decidiera a cuál de las tres entregaría la manzana; de esta forma, el jefe de los dioses se quitó de encima la papa caliente.

Lo que siguió fue una feria de promesas a su árbitro por parte de cada una de las diosas en disputa; promesas que iban desde convertirlo en dictador de Asia y Europa (Hera) o en el guerrillero o paramilitar más temido del mundo (Atenea); pero fue finalmente Afrodita la diosa que le hizo la oferta más irresistible: le daría como regalo a Helena, la mujer más hermosa del mundo, según lo habían dictaminado los dioses del Concurso Mundial de Belleza de aquel año. Ante semejante promesa, París sucumbió, entregándole a esta habilidosa diosa la manzana, que había venido a ser algo así como el certificado, debidamente autenticado, en el que se la acreditaba como la más bella de entre las tres. De nada sirvieron otras promesas hechas al fragor del desespero por parte de Hera y Atenea: un aporte económico decisivo que le garantizaría la presidencia de todas las ciudades del Egeo en las elecciones que se avecinaban; el Ministerio de Deportes, responsable de organizar los contratos para las próximas Olimpiadas; la embajada en la ciudad de Nínive; ganarse la licitación para construir un canal en Corinto y hasta una humilde corbata en el Ágora de Atenas. Nada de eso hicieron que París cambiara su decisión.

 

El Jardín de las Hespérides. Frederic Leighto. 

Ahora París, decidido a quedarse con Helena, la que, entre otras cosas, ya estaba casada con Menelao, rey de Esparta, fue a reclamar su botín, según la promesa de Afrodita, quien lo asesoró en todo momento en el recorrido. Así pues y mediante un habilidoso plan para secuestrarla, aprovechando la ausencia de su esposo que había tenido que ir a otra ciudad para asistir a las exequias de su abuelo materno, logró su objetivo, y Helena, sin querer queriendo, se fue con su secuestrador a vivir felices. ¡Y ahí fue Troya!

Por lo demás, lo satisfactorio para mí es que mi trabajo no ha perdido vigencia a pesar del paso de los siglos. Todos los dioses del antiguo Olimpo no son hoy más que estatuas, pinturas, poemas y otros motivos para adornar museos. En cambio, yo sigo viva, de hecho, con tanto trabajo que el tiempo no me da. Y es que las oportunidades, como sucedió en la boda de Tetis, se me presentan a diario, porque los humanos mortales y los dioses del Olimpo moderno de las finanzas, hoy igual que hace más de 2.700 años, persisten en la búsqueda constante de un pretexto para armar una nueva Troya que les permita acrecentar sus riquezas y tener más poder. Pues bien, para cada una de sus ambiciones yo siempre tengo para lanzarles una MANZANA DE LA DISCORDIA.



Por Rubén Darío González Zapata 
Nacido en la vereda La Lindaja 
Corregimiento Alfonso López 
(San Gregorio) - Ciudad Bolívar 


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Delirio americano

 

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