Texto: Maria del Mar Giraldo R. Fotografías: Miguel Ángel López
Ya no hay risas. Ya no hay recreos. No hay clases ni pupitres ni cuadernos. No se escucha el movimiento de la tiza en el tablero ni el pasar de las hojas de los libros. En los corredores solo se escucha el rugir del viento por la tormenta que se avecina o el chirrido de los insectos que encontraron en estas paredes un nuevo hogar.
Hace más de cinco años las puertas están cerradas para los estudiantes y abiertas para los curiosos que desean observar el rastro imponente del tiempo y la naturaleza. Pero los recuerdos siguen imperturbables en los tableros, en algunas paredes y en la memoria de los habitantes de Titiribí que cursaron sus primeros años escolares en la escuelita de la vereda El Porvenir.
«Yo estudié allá toda la primaria, ¡claro!. La sostenían unos holandeses, por eso se llamaba Escuela Hogar Holanda. Los dueños [los holandeses] no siguieron con este proyecto porque la trasladaron para la Institución Educativa Benjamín Correa Álvarez. Ellos nos daban los uniformes, ¡todo!», Jéssica Vanegas, habitante y exalumna de la escuelita de El Porvenir.
La entrada principal está habitada por un matorral que hace cosquillas a quienes intentan entrar. Es un paisaje verde: las rejas, las paredes, las puertas, las plantas. Pero no un verde que representa esperanza, es un verde de soledad, de abandono, de nostalgias.
«A esta escuela también llegaban los niños y niñas de Puerto Escondido, El Porvenir, La Siria, La Peña, Pueblito. Era muy concurrida. Pero se empezaron a caer los ladrillos del primer salón del corredor… y en ese momento se llevaron todos los niños para la otra escuela. Para la institución educativa de La Albania», rememora Jéssica Vanegas.
Jéssica está sentada en una banca de madera a un costado de la reja que delimita el terreno de la escuelita. No mira hacia atrás, no mira el lugar donde jugó, aprendió y sonrió; pero no le impide recordar esos años con nostalgia. «No ha habido terreno por acá cerca para reubicar la escuelita. Nos afectó porque tocó empezar a llevar a los niños hasta La Albania», un trayecto que puede demorar media hora caminando o 10 – 15 minutos en un vehículo.
¿Y dónde quedará la escuela?, ¿qué pasará?, ¿más adelante otros niños y niñas podrán estudiar ahí? El Porvenir extraña los profes, las campanas, los recreos, ¡los alumnos!. Pero hay complicaciones para que todo vuelva a ser como era un par de años atrás. «Es una necesidad que es muy complejo darle solución, porque la zona donde está la escuela tiene dificultades de suelo. La estructura de la escuela se abrió, por recomendaciones de autoridades se optó por evacuarla para evitar un riesgo de colapso», explica Santiago Ochoa, alcalde de Titiribí.
«Se hicieron varios estudios. Uno, por parte de un particular, donde quedó expreso que es una zona geológicamente inestable que se debía evacuar. Después el Dapard también informó que no se podía mantener la escuela porque habían riesgos de movimientos de masas», Santiago Ochoa, alcalde de Titiribí. Pero El Porvenir quiere su escuela de regreso. Están cansados de mirar al costado de la carretera y verla caer paulatinamente. Quieren cambiar el paisaje desolador por un escenario de vida, de colores, de juegos, de risas. «Claro que nos gustaría tener la escuelita acá de nuevo, representa menos peligro para los niños y les quedaría cerca. Lo que sabemos es que no hay recurso para poderla sostener, resultó la idea para que reubicaran, pero parece que eso finalmente se perdió», Jéssica Vanegas.
Huele a polvo, a humedad, a lluvia. ¿Y si se olvida el paso del tiempo y se intenta reconstruir la escuela en otro lado? Todavía no es posible. Hay un inconveniente que no lo permite, «no tenemos lote y al no tenerlo, ni el Departamento ni el Municipio pueden invertir sobre un lote privado. En esa zona el único predio que tiene el municipio es donde está ubicada la escuela. Se ha planteado terminar de derribar la escuela y acoplar un parque o algún espacio que el terreno tenga la capacidad de cargar», informa el alcalde Santiago Ochoa. Todavía hay esperanzas para que otras historias puedan ser contadas.
Por ahora solo queda esperar y dejar que el tiempo siga transcurriendo. Mientras tanto solo queda ver como la naturaleza se apropia totalmente de los muros, tableros y abruma las memorias y los recuerdos de niños y niñas corriendo felices hacia sus pupitres para aprender una nueva lección.