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“La tierra lo hace a uno muy fuerte y agradecido: si sembramos un frijol nos da un kilo”.


Por Laura Franco Salazar

En octubre conmemoramos el Día Internacional de las Mujeres Rurales. Este es nuestro homenaje para todas: la historia de doña Gloria.

Una energía distinta se siente al llegar a la finca La Fortuna, en la vereda La Linda, de Jardín. “Es el amor por lo que hay aquí, por lo que es la tierra, el agradecimiento”, dice doña Gloria mientras cruza el portón, observa el jardín, las orquídeas, el comedero de pájaros y los árboles frutales.

Gloria Rendón es la mujer que siembra, cuida, abona y cosecha entre el verdor y los toques de color que embellecen su hogar. Nació en Jardín, vive con su esposo, dos de sus tres hijos, su nieta y sus dos perros: Perla e Igor. Póker también hacía parte de la familia, pero recientemente falleció por causas naturales, “me acompañaba para todos lados, era como un niño”, recuerda.

Ella es la encargada de la finca, está pendiente de los trabajadores, de la recolección del café, las gallinas y las flores.

Doña Gloria en el cafetal. Además tiene sembrado plátano, árboles frutales y flores ornamentales.

Su esposo, don Antonio o Toño como le dicen, trabaja actualmente en una trilladora como celador con tres turnos rotativos por semana. “Yo trato de que en la finca todo ande bien para que él allá el trabajo no lo pierda. Él está pendiente allá y yo aquí”.

Después de varios intentos por establecerse en un lugar, llegaron hace 23 años a la finca La Fortuna. Doña Gloria empezó trabajando en una tienda en el pueblo, pero la atención de la finca demandó más tiempo. “Eso fue lo que me pasó a mí: por estar resolviendo los problemas de aquí, no fui capaz con la tienda, me tocó venderla”, y por eso le dice siempre a Toño, “esté pendiente de la empresa que yo me encargo de lo de acá”.

Su relación con la tierra va mucho más allá de sus responsabilidades como ama de casa y como administradora de la finca. “El amor más grande del mundo es la tierra”, dice y cuenta que los sábados se va «finca arriba» con los perros a caminar, relajarse, tomar fotos y abrazar los árboles. Tiene guamos, nogales, cedros inmensos y viejísimos.

Mientras «descarga energías», como ella misma dice, busca guayabas, naranjas y limas. “Yo me voy a hablar con la tierra, a agradecerle lo que me da, le pongo las manos y le agradezco lo que somos, lo que tenemos: porque vivimos y comemos de ella, ella es la que nos sostiene”.

Una mujer sensible y fuerte

Como si pudiera extender el tiempo más allá de los límites impuestos, doña Gloria borda, teje, hace manteles… La gente le pregunta que a qué horas hace todo eso, “y yo no sé, yo me levanto muy temprano, hago un trabajo, el otro, saco tiempito para el croché, las vestimentas de las camas y hasta para el mantenimiento de la máquina despulpadora de café”.

Ella es la única de la casa que se le mide a arreglar la despulpadora, una máquina que para su estatura es inmensa y la obliga a subirse a un banquito para alcanzar las cadenas. La desarma, la organiza y le compone las chumaceras. Tanta es su experticia que a pesar de haberle enseñado muchas veces a Toño y a los trabajadores, siempre le terminaban diciendo “claro, usted lo dice así porque pa usted es muy fácil”. Entonces se cansó de explicarles.

Entre muchas otras habilidades, tiene gran destreza para armar y desarmar la despulpadora de café.

Arreglando la máquina se cayó y se fracturó un tobillo. “Después de que me caí, perdí como media vida, la energía”, dice. Solo por eso, y debido a la fuerza que demanda el campo, le gustaría irse a vivir al pueblo. “Yo soy muy feliz en el campo, es una tranquilidad, pero también me siento cansada, desde los siete años estoy en esta lucha”.

Doña Gloria recuerda aún con cariño cuando soñaba con tener frutales afuera de la casa. “Toño me decía, eso para qué en la casa, y yo le respondía: porque yo me quiero sentar en un banquito a comer mandarinas por la mañana. Y él me decía, ¿pero una jungla? Y yo le decía, sí, pero esa jungla sería Mi Jungla. Eso es lo que yo quiero, yo quiero ver eso todos los días”

En la finca ha tenido mandarinas, naranjas, aguacates, plátano, yuca, tomate, lulo, café. “La tierra es lo que usted haga con ella, lo que usted le quiera sembrar: cebollas, coles, cilantro, lechugas”. También tiene gallinas ponedoras y pollos de engorde. Tiene 12 y cuando se van acabando compra otros 12 chiquitos y se va yendo en escala. A las gallinas también las ‘levanta’ ella misma, tiene 13 viejitas y 14 que apenas le están empezando a poner.

Y tanta abundancia es precisa para una buena chef… “Yo hago lo que es hojaldras, postres, tortas, panes, pollo asado, invento cosas y mis hijos son los conejillos de indias, yo invento en la cocina para ellos”, dice.

“Un tinto y arranco por el prado”

Esa abundancia que la rodea no duda en compartirla. Le dicen que por qué no vende las mandarinas, por ejemplo, “¿y para qué las voy a vender? Yo igual no me como todo eso, y la gente que pasa por la carretera es gente que de pronto no tiene lo que uno tiene».

Doña Gloria recogiendo el plástico donde pone a secar el café.

En medio del paisaje rural, de la solidaridad que a veces parece faltar en las ciudades, y de la libertad, doña Gloria podría declararse una enamorada del campo. Se detiene a observar, a escuchar las aves que llegan de visita al comedero. “Yo me levanto, me ando descalza todo esto: un tinto y arranco por el prado”.

Dice que lo tiene todo para relajarse, vivir tranquila y salir. “El campo es muy hermoso. Yo le digo a los hijos: el día que me lleven a la ciudad debe ser como un turpial enjaulado”. Siempre que va a Medellín trata de no demorarse y de regresar el mismo día, “muy bueno para los que viven en la ciudad y se adaptaron a eso, yo no soy capaz de quedarme”.

La tierra y su fuerza

El campo le ha enseñado todo lo que sabe: los oficios, la sensibilidad, el amor. Creció en una familia de nueve: cinco mujeres y cuatro hombres, desplazada, como muchas otras familias del campo colombiano, por la violencia en el municipio cuando asesinaron a los cuatro hermanos. “Nosotros hemos sido una lucha constante, un estarla guerreando para arriba y para abajo. En ese tiempo mi mamá era muy berrionda para sacar adelante nueve hijos sola”.

Parte de su fuerza se la debe a la tierra, “yo le digo a la gente que lo que más hay que agradecer es la salud, porque si hay salud usted trabaja la tierra y hace lo que sea donde le toque. La tierra no lo va a dejar morir así como así. El que diga que se murió de hambre viviendo en el campo… es muy inútil. La tierra lo hace a uno muy fuerte y agradecido: si uno siembra un frijol le da un kilo”.

Doña Gloria cree que la pandemia podría ayudar a que la gente vea que el campo sirve, que sigue ahí y no se puede olvidar. “Siempre decían que a Jardín lo movía el turismo, solo hablaban del turismo y la pandemia lo cerró: cerró aeropuertos, empresas, ciudades, pero no cerró el campo”.

Por eso afirma que es necesario que se invierta en él. “El campo siguió dando la cara, nunca se va a acabar, se acaba si no lo trabajamos, pero él siempre tiene una producción, algo que ofrecer”.

Doña Gloria es el campo

Aunque ha vivido la dureza y el cansancio de trabajar la tierra, doña Gloria afirma que el campo sigue siendo una labor más difícil para los hombres “porque no todas las mujeres se meten en este cuento”. Cuando Toño empezó a trabajar en la trilladora, le fue complicado aceptar que sería doña Gloria la que sostendría la finca. “Me ha costado irle enseñando que si él va a hacer frente allá, yo tengo que hacer frente aquí”, cuenta.

Desde su cotidianidad, doña Gloria le hace frente también a la cultura patriarcal que permanece en todas las sociedades. “Que los hombres entiendan que las mujeres también aprenden, que ellas se pueden involucrar: la finca no es de uno solo, es de los dos. No solo es la cocina. Uno no la descuida, ni descuida a los hijos, ni la casa, pero todos aprendemos y le hacemos a todo”.

Doña Gloria es una mujer sensible a la belleza de la vida: disfruta de la jardinería y la fotografía.

Si doña Gloria quiere hacerle alguna reforma a la casa lo comenta y sin mayores trámites lo hace. La fachada está recién pintada, fue una decisión que ella tomó «para que resaltara más la madera; le dije a Toño y me dijo que no. Había llegado muy cansado de trabajar y se acostó a dormir. Cuando se levantó yo ya tenía todo el corredor pintado. Le dije: si lo quiere amarillo vuelva y píntelo”. A menudo es ella la que pinta y arregla, pero cuando está muy cansada, Toño o sus hijos, le ayudan a avanzar. “Yo siempre aprendo lo que necesito, yo no me varo. La vida es bella y hay que hacerle a todo un poquito”, dice.

El campo es lo que ella es: fuerza, agradecimiento, solidaridad y amor. “Yo amo lo que soy, siempre voy a ser de la tierra, del café, de la finca, de todo esto que tenemos. Todo esto que hemos sido Toño y yo toda la vida: primero sola y después con él y los hijos. Mire la tierrita, todo lo que se le siembra, lo da”.

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