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Entrega 38

Por Rubén Darío González Zapata
Nacido en la vereda La Lindaja
Corregimiento Alfonso López (San Gregorio)
Ciudad Bolívar

La nueva cara de la violencia Nota

Para los años subsiguientes al 1953, los acontecimientos ocurridos durante la confrontación partidista (1948 – 1953) parecían pertenecer — para alguien nacido poco antes de esa etapa aciaga de nuestra historia – a un oscuro y muy lejano pasado; a una época muy antigua en la que los adultos enloquecidos de gran parte del país habían terminado por dejarse arrastrar a una guerra civil no declarada que los había llevado a unos niveles de odio y degradación humana inexplicables. Es lo que en la radio llaman La Violencia. Una situación casi que perteneciente a un irreal e incomprensible mundo que, para bien de Colombia, jamás volvería a repetirse, decían los adultos (Ver Personajes de San Gregorio, “esos duros años de la violencia”, Periódico El Suroeste, entrega No. 29). Porque ahora, bajo la presidencia en manos de un militar llamado Gustavo Rojas Pinilla — que se hizo con el poder el 13 de junio del 53, desbancando al presidente de turno, Laureano Gómez –, cuya fotografía se ve en la mayoría de las casas y en la que aparece ataviado de refulgentes vestiduras militares, cargado de condecoraciones y dorados adornos, ceñido el pecho con una faja que tiene los colores de la bandera y el escudo nacionales y un rostro sonriente, “la paz ha llegado a los colombianos”. Al menos eso es lo que dicen los adultos y lo dicen también las canciones patrioteras que se escuchan a diario.

la Calle Tulia Agudelo.

Mirar al San Gregorio tranquilo de ciertos días produce en el espíritu una agradable sensación de paz. Aquí, vistas parciales de la plaza y la Calle Tulia Agudelo.

Y sí, en los primeros años de este período de tiempo que va de 1953 a 1957, se percibe con alivio una grata sensación de tranquilidad. El pequeño villorrio de San Gregorio es ahora una bucólica aldea en la que nada extraordinario sucede, con excepción de una ocasional riña de algún domingo por la tarde como consecuencia del alicoramiento de bebedores consuetudinarios, o la llegada ocasional de un culebrero/ maromero que, acompañado de un pequeño mico, hace las delicias de espectadores. Los días de la semana transcurren, así mismo, bajo el peso abrumador de la rutina, y el silencio en el que transcurren es roto solo por el tic tac de la vieja máquina de escribir del secretario de la inspección, que toma una declaración a un vecino, tal vez por el robo de una vaca, de una mula o de un ave de corral de un gallinero descuidado. Los dos o tres policías que vigilan las calles, ya parados en una esquina o ya sentados en una cantina, miran con aburrimiento el lento transcurrir de un tiempo que parece eterno. Las gentes, con excepción de algún desocupado que va y viene por la calle como si el mundo se hubiera detenido y el futuro no le importara, se dedican con esmero a sus pequeños negocios, al mantenimiento de sus cultivos y a las labores del hogar, mientras que los pequeños, un día las niñas y un día los niños, asisten regularmente a las clases de la escuela. Todo se ve tranquilo: la paz de Pinilla parece ser una esperanzadora realidad.

Pero, de pronto y de manera inesperada, las cosas en San Gregorio empiezan a cambiar. Es evidente que la aparente tranquilidad dentro de la cual se ha estado viviendo no era más que una calma chicha en la que estaban agazapadas, vivas aún, las semillas de odios y resentimientos sembrados hacía apenas unos años. Y uno de los primeros avisos de esta tenebrosa realidad fue la muerte de un niño, asesinado al parecer por error de quien disparó desde un matorral contra alguien que, probablemente, descansaba sentado en el corredor de la casa. Fue como pasar de un plácido y tranquilo sueño a una pesadilla, pesadilla de una cascada de hechos sucesivos que apenas comenzaba. Más tarde y ya con el ingrediente de las noticias de la radio, se empieza a conocer más a fondo lo que ocurre en otros sitios del país, incluso en el extranjero. Entonces San Gregorio tiene que reconocer que, en realidad, La Violencia no había desaparecido, solo se había adormecido un poco para despertar con un nuevo y tenebroso rostro aunque con los mismos efectos psicológicos y sociales del pasado sobre la comunidad, o tal vez mucho peores; efectos que se traducen en una fatal sensación de incertidumbre e indefensión que lo invade todo, dentro de un Estado enclenque, cuyos gobiernos sucesivos han sido incapaces de garantizar las condiciones mínimas de vida que permitan a la comunidad el progreso y el desarrollo en condiciones de paz y seguridad.

Esta nueva cara de la violencia tiene ahora nombre de bandolerismo asociado a las guerrillas liberales y pájaros (los siniestros pájaros) asociados generalmente con el conservatismo; formas de muerte que se dan con mayor beligerancia en el Valle, el Tolima y Caldas. En San Gregorio, y de manera especial en el vecino pueblo de Salgar, la modalidad más común es el asesinato a mansalva de algún vecino que camina desprevenidamente rumbo a su casa o se encuentra en estado de indefensión. Esta nueva modalidad de violencia — que, en realidad, había empezado a perfilarse hacía unos años – y que se fue haciendo cada vez más agresiva, tuvo el episodio más alarmante en el ataque que se llevó a cabo por parte de desconocidos al pueblo mismo, a San Gregorio, un domingo en las primeras horas de la noche, tal vez durante el año 1960 — un año más o un año menos — (Ver Mis años en San Gregorio, Periódico El Suroeste, entrega No. 17). Aunque, en teoría, esta nueva etapa de muerte, dicen los historiadores, terminó en el año de 1957, con la aprobación, mediante plebiscito, de lo que se llamó el Frente Nacional, una especie de pacto de paz entre el liberalismo y el conservatismo, lo cierto es que, en la práctica, eso no sucedió así porque ésta, como una bacteria escurridiza que se adapta a todo organismo cambiante, ha evolucionado y ha dejado de ser una confrontación de grupos campesinos de autodefensa conformados por liberales contra sus perseguidores, para pasar a ser un desafío de grupos armados rebeldes de guerrillas que, conformadas formalmente bajo el ropaje ideológico del Comunismo y dentro del ajedrez de un planeta dividido en dos bloques opuestos (la Guerra Fría), tratan ahora de derrocar al Sistema, al que consideran injusto y opresor; un Sistema que, por lo demás, está en manos de unas clases política y dirigente que se encuentra muy lejos de haber logrado construir un Estado moderno desarrollado. La consolidación de esos movimientos guerrilleros se dará dentro de las décadas siguientes, con un entramado cada vez más complejo por la aparición de nuevos actores: el paramilitarismo, el narcotráfico y diversas formas de delincuencia común, con tristes consecuencias para el país. Es dentro de un escenario como este que San Gregorio seguirá creciendo y tendrá que madurar.

Nota:

Para infortunio de los colombianos, la violencia es un lastre que, fatalmente, parece perseguirnos de una manera tozuda a través de nuestra historia. Verla, analizarla, comprender sus causas y su dimensión, es una tarea necesaria para poder erradicarla, entendiendo que, como sociedad, es una responsabilidad que tenemos para con las generaciones futuras.

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Por Rubén Darío González Zapata
Nacido en la vereda La Lindaja
Corregimiento Alfonso López (San Gregorio)

 

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