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¿Concilio Vaticano II, último punto de inflexión?

Paul Johnson

Estamos en los siglos por cuyos carriles transcurre la Edad Moderna (siglos XV – XVIII), la que será seguida por la Edad Contemporánea (siglo XIX hasta nuestros días), con un cristianismo enfrentado a nuevas realidades: la división, consecuencia de la Reforma Protestante, ha llegado para quedarse; el surgimiento de nuevas corrientes de pensamiento es cada vez más evidente; la ciencia es un fenómeno irreversible que todo lo cuestiona bajo la lógica escueta de las evidencias verificables y América ha hecho su aparición en el concierto mundial. Por primera vez, la religión ha dejado de ser el único recurso para muchos seres humanos cuando de buscar las respuestas a los grandes interrogantes existenciales se trata. En otras palabras, la religión, paulatinamente, ha venido siendo desplazada por nuevos caminos de búsqueda para satisfacer las necesidades de trascendencia espiritual. Cada vez son más los que creen que se puede encontrar en la ciencia, la tecnología y la acumulación de riquezas materiales, la felicidad y la plena realización humana sin tener que echar mano para ello de los caminos etéreos que ofrece la religión. Realmente, un desafío de proporciones inimaginables. ¿Qué respondió la Iglesia?

En principio, la Iglesia Católica vio en la inmensa mayoría de las nuevas corrientes de búsqueda (la Modernidad), uno de cuyos elementos más peligrosos era la Masonería, una amenaza y un adversario al que, en términos generales, había que combatir. Su respuesta, por tanto, no fue la de entrar en un proceso de autocrítica ni la de tratar de comprender las causas a las que obedecía la evolución social que se estaba dando para hacer un trabajo, a su vez, de transformación desde adentro y estar así en condiciones de responder a esas nuevas necesidades espirituales, sino la de reforzar su estructura dogmática, descalificando todo aquello que, de alguna forma, no estuviera alineado con su doctrina, salvo algunas medidas muy razonables como la de hacer un esfuerzo para disponer de un clero con mejores niveles de estudio, dando con ello origen a los seminarios diocesanos (Concilio de Trento). Dentro de este contexto, el libro de Johnson nos lleva de la mano mediante un recorrido por la nueva realidad de la sociedad europea, dentro de la cual la Iglesia hace grandes esfuerzos para mantener su autoridad. Una sociedad ahora enfrentada a guerras religiosas en las que la intolerancia y la violencia de parte y parte son la constante y en la que la Inquisición parece haber recobrado su vigencia, especialmente en España, país que se convirtió en su defensora más radical; no es casualidad, por tanto, que de entre sus más radicales religiosos haya surgido uno de los fenómenos tal vez más llamativos de esta época, por sus características y por los efectos: la Compañía de Jesús, fundada por el español Ignacio de Loyola en la década de 1530.

Las dos corrientes del cristianismo surgidas como consecuencia de la Reforma, la Iglesia Católica y el protestantismo, avanzan hacia el siglo XX por caminos diferentes, si bien el catolicismo procura siempre conservar la unidad bajo la autoridad del Papado, mientras que el cristianismo protestante se diversificó en sectas cada vez más numerosas. Con respecto a la Iglesia Católica, si bien a lo largo de los últimos cinco siglos se mantuvo en términos generales una misma posición doctrinaria frente al mundo y sus realidades sociales, ya muy avanzado el siglo XX esta experimentó quizás el intento más significativo de introspección y de replanteamiento interno frente al mundo con la celebración del Concilio Vaticano II (1962 – 1965), puesto en marcha por el papa Juan XXIII y llevado a su culminación por Pablo VI. Es una etapa de la historia a la que Paul Johnson le dedica las últimas páginas de la parte del libro, denominada El nadir (literalmente, el punto más bajo) del triunfalismo, 1870 – 1975, en referencia a la, cada vez mayor, pérdida de vigencia del poder absoluto del Papado. Es indudable que este concilio, con todas las limitaciones que pudo haber tenido, fue un esfuerzo muy significativo de la Iglesia Católica por reinterpretar y, de alguna forma, retomar el contacto con el mundo moderno desde un punto de vista constructivo, sin sacrificar para ello sus postulados fundamentales. Por la importancia de este paso y las consecuencias que ha venido teniendo y seguirá teniendo en el futuro, se podría deducir que el Concilio Vaticano II es lo que me gustaría llamar el cuarto punto de inflexión del cristianismo a través de su historia.

Finalmente, Johnson dedica un espacio de la parte novena (parte final) de su libro a tratar, muy someramente, el tema del cristianismo en América Latina, para destacar solamente dos aspectos. El primero de ellos, el movimiento llamado Teología de la Liberación, al cual se adhirió un grupo de intelectuales sacerdotes y laicos de esta parte del continente americano, aprovechando los espacios abiertos por el Concilio Vaticano II, que consideraba que la Iglesia tenía como misión más importante la liberación de la pobreza a los más desfavorecidos en estas sociedades desiguales, con una formulación teórica que tomaba prestados del marxismo algunos concepto para la praxis, lo cual le puso los pelos de punta a la institucionalidad eclesiástica, la que se encargó de llevar este movimiento a su práctica desaparición bajo el papa Pablo VI. El segundo de ellos ha sido el fenómeno del crecimiento en el subcontinente de las confesiones protestantes, promovidas por organizaciones religiosas de los Estados Unidos. Ambas cosas con muy escasa y ninguna repercusión para el mundo, algo que confirma la poca influencia de la iglesia latinoamericana a nivel mundial.

Termina Paul Johnson con esta reflexión:

“El cristianismo no ha logrado que el hombre se sintiera seguro, feliz, ni siquiera digno. Pero aporta una esperanza. Es un agente civilizador. Ayuda a enjaular a la bestia… Incluso… deformado por los estragos de la humanidad, no carece de belleza” (Pág. 698). Una reflexión que, a mi modo de ver, aunque pueda parecer cuestionable, no carece de fundamento.

Foto de portada: Basílica de San Pedro.



Por Rubén Darío González Zapata 
Nacido en la vereda La Lindaja 
Corregimiento Alfonso López 
(San Gregorio) - Ciudad Bolívar 
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