El Suroeste tiene un potencial ingente en el interior de su cultura, muestra de ello es precisamente la magia que acompaña sus territorios y su gente. Los gobiernos locales suelen tener serios problemas con el manejo de sus instituciones y la capacidad de administrar sus recursos de formas prudentes, pero tal parece que no influye en la perspectiva misteriosa y llamativa de esta región. La historia oficialista del territorio caracterizada por el Ferrocarril, el paisajismo maravilloso y la bonanza antiquísima del café, a veces oculta una perspectiva importante a la hora de analizar un elemento profundo de la identidad cultural, a saber, los valores, los símbolos y las creencias de las personas.
Para los habitantes de la actualidad, atiborrados de la ideología del progreso, es harto tener que convivir todo el tiempo con una dinámica de una vida acelerada y en constante competencia. Mientras que la idea de una vida tranquila, en la que importa mucho el papel del otro en nuestras vidas, donde un café se torna en la excusa para saber del otro sin los afanes de la producción, colmada de estrés y horarios precisos, parece ser un fenómeno altamente apetecido.
Esta perspectiva aquietante, que invita a detener la velocidad de la vida basada en el progreso, resulta inquietante para muchos, y suele ser confundida con falta de interés de las personas por “ser alguien en la vida”, de ahí expresiones como “no se quede en el pueblito que aquí la vida es muy buena, pero uno se estanca”. El asunto es que es justamente la capacidad de “vivir bueno”, amparada en la difícil habilidad de poder “ser con el otro”, lo que hace del Suroeste un lugar, que entre muchas otras razones, resulta ser infinitamente mágico. Se trata de una tendencia a pensar en comunidad más allá del progreso individual.
La riqueza más grande de este territorio es su gente, cosa que se demuestra con la muy expansiva idea de que “debemos ser amables con el otro”, la misma que podría llegar a ser un patrimonio ideológico e inmaterial de la cultura, un monumento alzado a la vida del Suroeste. Esa amabilidad de nuestra gente no es una cosa común en el mundo, no se trata tampoco de un hecho sin importancia por su coloquialidad, por el contrario, es algo que no se encuentra con facilidad. Es muy difícil encontrar personas que saben “tratar bien” al otro.
Existe un elemento, a veces invisible, en los análisis protagonizados por estadísticas, números, conceptos sociológicos y opiniones políticas: el “modo de ser” de nuestra gente. Por eso amamos al Suroeste, no sólo por sus montañas y por la posibilidad de respirar verde, no sólo por sus apasionantes tradiciones, no sólo por los genios asidos por su cordón umbilical a una madre campesina, no sólo por sus impresionantes intelectuales y escritores, no sólo por su potencial económico, no sólo por su delicioso café… principalmente lo amamos por su gente tan maravillosa que sabe enseñarle al mundo que para disfrutar de la vida primero hay que compartir y sonreír con el que tienes al lado.
Editorialista invitado: Cristian Camilo Hurtado Blandón MG. En Filosofía Instituto de Filosofía U de A