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“[…] vivo en conversación con los difuntos

y escucho con mis ojos a los muertos”

Francisco de Quevedo

Leandro Renato Vélez Orozco
Diego Leandro Garzón Agudelo

Un escritor, es también, sus contemporáneos, las personas con las que comparte, discute, construye y debate. Cuando hablamos de conocer la figura de un autor no nos referimos a la ficción que se construye en su escritura, sino al ser social, al ciudadano que vive en un momento histórico determinado que, querámoslo o no, lo determina, incluso en su escritura. Esto bien puede resumir el principio que nos llevó a pensar en un segundo encuentro con la obra de Juan de Dios Restrepo (Emiro Kastos) que nos permitiera conversar sobre sus relaciones con otras figuras del siglo XIX antioqueño. En otras palabras, quisimos plantear la discusión acerca de la sociabilidad de Emiro Kastos.

Para lograr este cometido, quisimos tener un invitado, alguien que conociera no solo al escritor sino también la red de hombres de letras de la que hizo parte Restrepo. La idea de tener un invitado tiene como intención vincular a la reflexión otras miradas y voces sobre este escritor nacido en nuestro municipio hace ya dos siglos. Nos visitó, pues, el profesor e investigador de la Universidad de Antioquia Jorge Isaac Ortiz quien no solo dejó clara la relevancia de Juan de Dios Restrepo para la historia literaria y de las ideas en el siglo XIX de nuestro país, sino que también introdujo la inquietud sobre el papel que el género epistolar, las cartas, tuvo en la obra del escritor de Amagá. Esta es una manera de resignificar la imagen de “costumbrista” que se le ha adjudicado, insistimos, de manera acrítica y de un nunca admitido desconocimiento.

Las cartas tuvieron durante el siglo XIX una función que excedía desde todo punto de vista la dimensión comunicacional y práctica que convencionalmente les hemos atribuido. Solemos relacionar las cartas con una escritura íntima, sentimental, reducida al ámbito de la vida privada. Pues bien, en el caso de Juan de Dios Restrepo y de muchos hombres y mujeres de letras del siglo XIX, las cartas funcionaron como un dispositivo para la difusión de ideas, para el debate muchas veces acalorado sobre asuntos políticos; se escribían y se publicaban en la prensa con lo que se iniciaba un juego entre remitente y destinatario que era seguido por los pocos lectores que tenían esas publicaciones periódicas en la época. Dos siglos después, investigadores y estudiosos de historia y literatura desempolvan esos periódicos para buscar en ellos rastros no solo de la intimidad —que es posible hallarlos—sino de ideas que influyeron en lo público.

Las compilaciones de escritos de Emiro Kastos han incluido durante décadas esas cartas como parte de su obra; y sabemos que solo se ha rescatado una parte, quién sabe cuánto de ese material reposará en fondos patrimoniales o se encuentran escondidas en páginas que nadie ha visto en muchísimos años. No obstante, lo que ha llegado hasta nosotros es un interesante indicio de la calidad de la escritura de Restrepo y de la solidez de sus ideas, mismas que pueden rastrearse en sus textos de costumbres, en los estudios sociales que supo ver el crítico Saturnino Restrepo en un periodo muy cercano al del escritor. El espíritu crítico, las ideas liberales, el humorismo, el conocimiento de la literatura, de la lengua, de las situaciones e ideologías de su tiempo aparecen en el epistolario de Emiro Kastos.

El profesor Ortiz seleccionó para la lectura conjunta que hicimos en el encuentro una carta dirigida al también político y escritor Camilo A. Echeverri —lo que nos da una idea de con quienes se relacionaba Restrepo— fechada el 03 de junio de 1856, que apareció por primera vez en el periódico El Pueblo. Hoy la conocemos en la compilación titulada Mentiras y quimeras editado por la investigadora Leticia Bernal. Lo interesante de la carta es que parece no haber perdido vigencia alguna con el paso de los casi 170 años transcurridos luego de ser escrita por Emiro Kastos, como lo hicieron notar algunos de los lectores que nos acompañaron durante el encuentro. En ella, Juan de Dios señala la ausencia de ideas entre sus contemporáneos, quienes, para él, estaban mucho más preocupados por ganar y acumular dinero antes que sumar lecturas que les permitieran cultivar un espíritu crítico para ejercer su rol de ciudadano de manera consciente.

Dinero en vez de argumentos era la consigna de la época que denunciaba él, quisiéramos poder decir que algo ha cambiado desde entonces, pero la verdad es que ese sigue siendo el slogan de los tiempos que corren. Un adelantado a su época, dijeron algunos sobre el oriundo de Amagá. Otros vieron en él durante la lectura de su carta a una persona que supo leer la naturaleza ambiciosa del ser humano. Adjetivo que haciendo honor a su significado no distingue de temporalidades. En este sentido, no es de extrañar que los lectores actuales se contagien de la preocupación que Restrepo le manifestaba en su misiva a Echeverri, porque qué otra cosa puede quedar en todo espíritu que sea movido por el pensamiento crítico, luego de leer que un hombre hace más de un siglo y medio, les recriminó a sus contemporáneos su poca o nula capacidad para argumentar. Mismo mal que aquejan las sociedades actuales.

Lo anterior, se lo expresaba Emiro Kastos a su amigo Camilo A. Echeverri de la siguiente manera: “[…] para escribir y valer algo en el mundo se necesitan ideas [y no solo hay] periodistas sino congresales, y notabilidades, y candidatos para la presidencia de la República, que andan por esos mundos acatados, admirados, reverenciados y proclamados, sin […] jamás [haber] tenido un pensamiento propio ni una idea que les pertenezca.” Y cómo no preocuparnos si son esas mismas personas faltas de ideas hoy en día, quienes desde los diferentes medios de comunicación terminan dando forma a la opinión pública. Para cerrar, señalaremos que Juan de Dios Restrepo también declaraba en su carta que “los hombres de cerebro vacío casi siempre son dichosos.” No obstante, bien vale la pena la desdicha si después de escuchar con los ojos a los muertos podemos argumentarle a los vivos que el pensamiento crítico de a poco se hace un lugar en el espíritu de algunas personas.

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