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No todas las luchas son iguales, pero hay algunas que trascienden el tiempo, las ideologías y las circunstancias individuales: las causas justas. Son aquellas que, más allá de intereses particulares, buscan transformar realidades, reparar injusticias y abrir caminos hacia un futuro más equitativo. Sin ellas, las sociedades se estancan, la historia pierde su curso y el porvenir se vuelve una repetición de los mismos errores.

Las causas justas han sido motor de los grandes cambios: la defensa de los derechos humanos, la lucha por la equidad, la protección del medioambiente y la exigencia de justicia social. Han surgido del coraje de quienes no se resignan.

Pero luchar por una causa no es sólo alzar la voz. También exige reflexión, responsabilidad y un compromiso que vaya más allá de la inmediatez. En una era en la que la información fluye rápido y las tendencias dictan discursos efímeros, es fácil caer en la trampa del activismo de ocasión: apoyar una causa mientras sea conveniente, mientras no incomode, mientras no implique un verdadero esfuerzo.

Defender lo justo implica persistencia, paciencia y, sobre todo, coherencia. Es entender que no basta con indignarse ante la injusticia si no estamos dispuestos a cuestionar nuestras propias acciones. No se puede exigir equidad si se actúa con privilegio, ni hablar de inclusión si no se escucha a quienes han sido excluidos. No hay lucha legítima si se pisotea otra en el camino.

El Suroeste antioqueño es un territorio que sigue esperando. La apertura de la Unidad Funcional 2 de Pacífico 1 es un avance, pero el desarrollo de la infraestructura vial aún tiene deudas con la región. Cada tramo inaugurado nos recuerda que la conectividad es clave para la movilidad, la economía y la calidad de vida de quienes habitan estas montañas. Al mismo tiempo, en los pueblos y veredas del Suroeste, son las mujeres quienes continúan sosteniendo la historia, la cultura y la resistencia. En Ciudad Bolívar, la tradición y el sabor se mantienen vivos gracias a su trabajo; en Jericó, la literatura se convierte en un acto revolucionario; en Salgar, la montaña es testigo del esfuerzo y la determinación de aquellas que la habitan. Cada una de estas historias nos habla de causas justas que no pueden postergarse: la equidad, el reconocimiento y la garantía de oportunidades para quienes, día a día, construyen el futuro de esta región.

Las causas justas no necesitan héroes, necesitan ciudadanos comprometidos. Personas que entiendan que su papel en la historia no es ser espectadores, sino participantes activos en la construcción de un presente más digno y un futuro más prometedor.

Porque al final, no son los discursos los que cambian el mundo, sino las acciones. Y las causas que elegimos defender son, en última instancia, las que nos mueven y nos definen.

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