Empecemos por La Lindaja
Primera parte
Con inmensa satisfacción he recibido de manos de Róguell Sánchez –acto por el cual le estoy muy agradecido– un documento en el que aparece, además de la biografía del químico Juan José Tamayo, información de gran valor histórico acerca del origen del colegio de San Gregorio, que lleva precisamente el nombre de este personaje, en reconocimiento a su labor de apoyo del que tanto se benefició la institución, e información adicional relacionada con las sedes escolares que hoy día existen en el corregimiento, algo que afanosamente había venido buscando. En el documento, producido seguramente por alguna autoridad oficial de la Secretaría de Educación de Ciudad Bolívar, o por personal docente, o por personal administrativo del colegio Juan Tamayo (el texto no hace precisión alguna al respecto), es una recopilación de las circunstancias dentro de las cuales surgieron los citados establecimientos educativos, más los nombres de las organizaciones comunitarias y de las personas que contribuyeron a que estos proyectos de educación y cultura, tan importantes para nuestra comunidad, llegaran, con el correr del tiempo, a ser una realidad. ¡Todo un banquete informativo!
El documento tiene, para mis cuentas, un aspecto adicional de un valor sentimental inestimable, porque en él se habla de los apellidos de los primeros habitantes y del origen del nombre de la vereda La Lindaja, así como de algunas de sus características geográficas. Así que, con el permiso de ustedes, amables lectores, dedicaré la primera parte de los comentarios que haré con referencia al contenido del informe a esta vereda, la más importante del pequeño universo en el que transcurrieron mis primeros años de vida, durante los cuales prácticamente todos mis hermanos y yo vimos por vez primera la luz del sol, descubrimos las verdes cordilleras de los Farallones del Citará, contemplamos ese centro de espiritualidad indígena que es Cerro Tusa y veíamos desvanecerse cada día los últimos rayos del moribundo Sol de los Venados allende el río San Juan.
Desde lo alto de la cabecera de aquel extenso cañón que se extendía ante nuestros pies, observaba yo, con gran embeleso, los verdes cafetales bajo la sombra protectora de enormes árboles de piñón, en cuyos claros apenas si se veían los techos de teja de barro o de paja de sus casas, unidas unas a otras por zigzagueantes y escarpados caminos. En las primeras horas de la noche, cuando las sombras de la oscuridad envolvían todo el paisaje, era fácil escuchar allá abajo las alegres voces de niños que jugaban tal vez a la gallina ciega, igual que el llanto lastimero del perro que aullaba sus versos a la luna y las estrellas. ¡Imposible pasar de largo sin detenerse por unos instantes para disfrutar del dulce sabor de estos lejanos recuerdos!
Además, el documento contiene para mi familia una información sumamente valiosa. En efecto, dentro de los nombres de los primeros habitantes de la Lindaja aquí citados se encuentran los de José Zapata y María Benigna Muñoz, ¡nuestros abuelos maternos! Especialmente porque allí se aporta un dato que no tenía en mis cuentas, según el cual nuestros ancestros llegaron a la vereda en el año 1918, cuando seguramente aquellas montañas, como lo decía Bernardo Guerra, eran aún selvas por las que no se podía caminar por lo tupidas que estaban. A propósito, debo señalar que José Zapata procedía de Concordia, no de Betania, como erróneamente se afirma aquí, aunque muy probablemente, al momento de emigrar al que sería su sitio definitivo de residencia, el matrimonio Zapata Muñoz debió partir de alguna vereda del municipio de Salgar, en donde ambos se unieron en matrimonio.
Dato bien interesante que trae este documento es la información acerca del origen del nombre de La Lindaja. La razón, se dice allí, fue su condición de ser una región que estaba ubicada en los linderos (límites) con el municipio de Salgar. Era algo así como decir que ese era el sitio que lindaba con el municipio vecino, una asociación de ideas que facilitó seguramente la lógica de esta denominación; un nombre que, por lo demás e independientemente de su origen, siempre lo he sentido revestido de un aura de lirismo poético.
Se aportan igualmente otros hechos interesantes, como ese según el cual la vereda fue fundada por un señor de nombre Simón Agudelo, quien habría llegado al sitio el día 14 de enero de 1913. Me sorprende la referencia tan precisa a esa fecha y es una lástima que el autor (o los autores) no hagan referencia a las fuentes de donde fue tomada la información, un vacío que se repite en muchos otros datos contenidos en el escrito. De todas formas, Agudelo era, en mis años de infancia, un apellido muy conocido en esta vereda. De hecho, la finca vecina que lindaba con la de mis abuelos era propiedad de un señor Ramón Agudelo. ¿Sería este un descendiente de aquel fundador? Los apellidos Muñoz y Bolívar, mencionados también, eran igualmente muy conocidos en mis años.
No quiero cerrar esta entrega sin antes hacer un reconocimiento al autor o autores del escrito aquí comentado, por tomarse el trabajo adicional de puntualizar los límites geográficos dentro de los cuales está ubicada esta parte de San Gregorio, así como por la referencia que hace a lugares tan emblemáticos como Aguas Frías y Morro Pelón. Sí, no hay duda alguna, el sitio del que se habla aquí es la vereda de mis lejanos recuerdos: es LA LINDAJA.
Foto. Juan David Herrera: praderas de Andes y Pueblorrico y su bucólica mancha de luz moribunda del Sol de los Venados. En primer plano, parte del cañón de La Lindaja.
Por Rubén Darío González Zapata Nacido en la vereda La Lindaja Corregimiento Alfonso López (San Gregorio) - Ciudad Bolívar