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El componente de las veredas

Quinta parte

Escribir sobre la historia de una comunidad desde la óptica de la educación es abrir una ventana a través de la cual uno de los aspectos más interesantes y alucinantes de sus habitantes aparece ante los ojos del observador: el de su amor por la cultura, por las ciencias, por el pensamiento e, inclusive, por la espiritualidad. Esa dimensión del ser humano que le permite a este trascender el reducido espacio físico en el que su destino lo situó para visualizar, como quien observa el universo desde la cima de una montaña, otros mundos, otras dimensiones en las que la capacidad para imaginar, para soñar, para crear, es un espacio abierto sin más límites.

Pensando de esta manera sobre la historia de San Gregorio, me parece interesante imaginar lo que impulsó a unos cuantos campesinos en una vereda de un lejano rincón del mundo (digamos La Lindaja, Puerto Limón, Punta Brava, Amaranto, Sta. Librada), a tomar un día el azadón, la barra, el machete y la pica para hacer, mediante la modalidad de convite, un pequeño banqueo y construir en él, con materiales tan humildes como el barro mezclado con boñiga pegado a una red de varas del monte, un aula escolar. Pues bien, conocer las historias de los incipientes proyectos de sedes escolares y tratar de adivinar qué pensaban aquellos hombres y mujeres cuando lo hacían ha sido posible ahora gracias al documento Institución Educativa Juan Tamayo, Direccionamiento Estratégico, suministrado por el colegio Juan Tamayo, en el que se suministran datos específicos, aunque muy fragmentarios, sobre aquellos comienzos.

De acuerdo con el citado informe, al parecer la primera de las veredas en donde la idea de la educación escolar nació fue Punta Brava, allí surgió la que hoy se conoce como la I.E.R. Isabel Vásquez, que ya para el año de 1943 estaba funcionando con un total de 120 estudiantes y cuatro docentes, algo de verdad sorprendente para ese año y en un sitio rural. La sede de esta escuela fue trasladada posteriormente al sitio donde funciona hoy día, según se desprende de la lectura del documento, y fue construida en un terreno donado por el señor Bautista Sánchez, quien donó además el terreno para la cancha de fútbol. Dentro de la lista de profesores y profesoras que ejercieron su trabajo en los años iniciales en esta escuela se encuentra el nombre de Bertalina Ríos, de quien hablé en mi columna pasada (Entrega 4) y a quien, por una inesperada coincidencia, conocí personalmente el año pasado en Ciudad Bolívar.  Un regalo de la vida que jamás había esperado.

Le sigue en orden de antigüedad (años 50) la escuela de La Lindaja, la que, por razones obvias, tiene para mí un valor sentimental especial, por ser esta vereda el sitio en el que nací y viví mis primeros años, pese a que no estudié en ese lugar, ya que, como lo he narrado en Mis años en San Gregorio, mi sitio de aprendizaje escolar fue siempre la parte urbana del corregimiento. Tengo dos recuerdos relacionados con esa casa de estudio que rememoré al leer el documento del Juan Tamayo: el primero de ellos es el de la maestra Débora ¡Cómo no recordar a esta extremadamente rezadora mujer! Sus cuentos ejemplares, las estampas y medallas de santos que cargaba en su vieja escarcela (cartera de las señoras de aquellos tiempos), eran algo así como un banquete de curiosidades que ponían a funcionar mi agitada imaginación cuando ella visitaba a mi madre, algo que sucedía con relativa frecuencia; visitas en las que no paraba de hablar desde que llegaba hasta que salía. ¡Una curiosa y adorable mujer, a quien mamá Julia escuchaba con enorme respeto! El segundo recuerdo que revivo ahora es el de la enseñanza con la ayuda de Radio Sutatenza. En efecto, en algunas de las ocasiones en las que debí pasar por aquella escuela recuerdo haber visto el viejo radio que funcionaba conectado a una enorme batería, del que salía un cable que llegaba hasta la copa de un árbol. Era la antena sin la cual su única emisora no podía funcionar. Alrededor de aquel aparato se apretujaban entonces algunos niños que, guiados por la maestra, recitaban rítmicamente las tablas de multiplicar o repetían con el locutor alguna lección de geografía, historia o religión. Un extraordinario adelanto tecnológico para aquellos tiempos que me llenaba de admiración.

Escuela en Puerto Limón.

Las siguientes tres escuelas que siguen en orden de antigüedad son las de Puerto Limón, Amaranto y Santa Librada, años 1960, 1965 y 1990, respectivamente. En estas tres y, desde luego también en las de Punta Brava y La Lindaja, hay una constante que vale la pena resaltar: todas ellas nacen por iniciativa de la comunidad o de un vecino generoso dispuesto a donar un terreno o, incluso, a ceder una casa (Puerto Limón), para que allí funcionara el centro educativo. Y en los casos de Punta Brava, también con la intervención de la Federación de Cafeteros. Pero en ninguna de estas iniciativas, si nos atenemos a la información del documento que nos está sirviendo de marco para estos datos, se ve la presencia del Estado, llámese municipio, departamento o gobierno nacional. Casi siempre los entes gubernamentales aparecen cuando ya el sitio de estudio está en funcionamiento, generalmente mediante el nombramiento del personal docente y, claro, estableciendo las normas a las que se debe sujetar la enseñanza. ¿Qué movió a nuestros abuelos a hacer esfuerzos como los aquí citados en pro de la educación? La respuesta nos la da la Institución Educativa Juan Tamayo en uno de sus apartes:

 

LUZ Y SABIDURÍA. El camino para mejorar es invadir nuestras almas, corazón y mente con la luz de la sabiduría que se requiere para afrontar las diversas necesidades que se presentan en un contexto, y así determinar conductas puras e idóneas llenas de múltiples conocimientos que (nos) harán… personas útiles en la sociedad, país y comunidad”.



Por Rubén Darío González Zapata 
Nacido en la vereda La Lindaja 
Corregimiento Alfonso López 
(San Gregorio) - Ciudad Bolívar 


Lectura recomendada

Las escuelas de San Gregorio – cuarta parte

 
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