Las vidas se salvan con oportunidades

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Por José María Dávila Román
joche0916@gmail.com
@josemariadavila

A finales de los noventa, cuando aún estaba muy niño, solía acompañar a mis papás a las correrías que hacían por distintos pueblos del Suroeste por motivos de la empresa que habían acabado de fundar, un instituto de educación para el trabajo y el desarrollo humano, que tenía por entonces, como programa estrella la Técnica en Sistemas.Ese emprendimiento surgió en una época cruda y violenta del país: “pescas milagrosas”, enfrentamientos entre la guerrilla, Ejército y paramilitares; auge del narcotráfico y ausencia del Estado en la Colombia rural. La gente prácticamente vivía encerrada en sus casas; nosotros desafiábamos esa realidad y visitábamos los municipios para promocionar los programas de educación.

Uno de esos viajes me marcó: de camino al municipio de Caramanta, por las partidas de Valparaíso, nos paró un retén paramilitar. Tenían a dos personas sujetadas con soga en las manos. Eran hermanos. Yo iba entredormido, acostado en la silla de atrás. Escuché que el comandante del grupo le preguntó a mi papá si los podía llevar unos kilómetros más arriba. Él, con temor, les dijo que sí, que los podía llevar, pero que yo -que era un niño para la época- iba dormido, le preguntó que si me despertaba. Parece que se conmovió y nos dejó seguir. No alcanzamos a llegar a Caramanta porque había un derrumbe en la vía. De vuelta a Jericó, en toda la mitad de la carretera donde minutos antes nos habíamos encontrado con el grupo paramilitar, los dos jóvenes que estaban retenidos yacían muertos en el piso. Los habían matado. Una de las versiones dice que se estaban haciendo pasar por paramilitares y que estaban cobrando “vacuna” de cuenta de esta organización.

Esta es una de tantas historias comunes que vivimos los colombianos para la época. El Suroeste no fue la excepción, así no haya tenido grandes episodios de violencia sistemática. Esta ha sido tradicionalmente tierra tranquila, de paz y fraternidad; no en vano, Jericó tuvo un récord de seis años sin tener una sola muerte violenta, récord que se rompió a finales del 2014 por una muerte pasional.

El orden público mejoró considerablemente a inicios de los 2000, los paramilitares se desmovilizaron, hace poco se logró el acuerdo de paz con las Farc; pero luego se formaron otros grupos delincuenciales y disidencias, motivados por el gran negocio del narcotráfico, que estructuralmente sigue siendo uno de los principales problemas de este país. La fuerza ni la mano dura ha sido suficiente para resolverlo.  

Las masacres de esta semana en Venecia y Andes son el reflejo de varios acontecimientos, motivados en parte por esta problemática; cifras publicadas por Indepaz y reveladas por el periódico El Suroeste, indican que en lo que llevamos de este 2020, se han efectuado 6 masacres en 4 de los 23 municipios de la subregión: Salgar, Ciudad Bolívar, Venecia y Andes; y a su vez, se han registrado 60 asesinatos distribuidos en los municipios de Ciudad Bolívar (30), Urrao (19) y Salgar (11).

Según una conversación que tuvo Yesid Zapata, integrante del Proceso Social de Garantías para la Labor de los Defensores de Derechos Humanos de Antioquia, con el periódico El Suroeste, no se puede alegar una sola causa para el acontecimiento de estos hechos, sin embargo, una de las principales razones es la ubicación estratégica de la subregión que conecta regiones como el Urabá antioqueño y el Chocó para mover negocios ilícitos.

Leer: Mucho más que una masacre

Esta situación no solo se vive en el Suroeste sino en las regiones más apartadas del país, la falta de oportunidades y la poca presencia institucional, ocasiona que, si las personas desde que nacen no tienen resueltas sus necesidades básicas; no cuentan con educación de calidad, escenarios deportivos y culturales para aprovechar mejor el tiempo libre, y tampoco con facilidades para encontrar empleo y/o emprender, ven en la delincuencia uno de los caminos.

A propósito de la conmemoración de la muerte de Héctor Abad Gómez este 25 de agosto, vale la pena recordar una frase suya: “no es matando guerrilleros, o policías o soldados, como parecen creer algunos, como vamos a salvar a Colombia. Es matando al hambre, la pobreza, la ignorancia, el fanatismo político o ideológico, como puede mejorarse este país”.

El tejido social más que con represión, se consolida con mayor inversión social y presencia institucional que fortalezca el capital social y humano de nuestras gentes.


Por José María Dávila Román
joche0916@gmail.com
@josemariadavila

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