Investigación de Daniel de Jesús Granados Rivera Maestro investigador, formador de formadores de la I.E.NS.A. Magister en Educación en la línea de Formación de Maestros U de A.
La maestra Ligia de Jesús Hernández Espinosa, hija de Pedro Pablo Hernández Montoya y Ana del Carmen Espinosa Granados, casada con Francisco Betancur Espinosa y madre de Guillermo, Francisco Alberto, Jairo, Darío, Ana María, Martha Helena, Olga Lucía y Gloria Cecilia, inició su labor como maestra desde muy joven, movida por una profunda inquietud artística que surgió durante sus años de estudio en el colegio de La Presentación de Titiribí. En aquella época se estudiaba hasta cuarto grado, y quienes podían continuar su formación debían trasladarse a Medellín.
Desde entonces, la maestra Ligia, siempre inquieta, recolectaba flores y raíces para transformarlas en adornos que embellecieran los espacios. Con su voz quebrantada por el paso de los años, recuerda que todo lo que aprendía lo enseñaba a otros, de manera gratuita.
Recuerda que el rector José María Arcila, sacerdote, cuando necesitaban una profesional formada en artes, la única persona que cumplía con este perfil en la región era ella. Así fue como, en un memorable día, la recibió como maestra, y desde entonces se destacó como una educadora de “armas tomar”. Inició su trayectoria en el antiguo Liceo de Amagá, donde hoy se ubica el Hospital San Fernando. Aunque en el año 1977 aún no estaba vinculada oficialmente, continuaba orientando clases de estética tanto en el liceo como en la Normal Superior, acompañada de la maestra formadora Socorrito Betancur.
Doña Ligia recuerda con gratitud que en sus primeros años trabajaba de manera voluntaria, sin sueldo, recibiendo apenas algunos aportes recolectados en la tienda escolar. Gracias a su dedicación, fue reconocida y apoyada por personas como Francisco Herrera, jefe de Operativa en Caldas, quien valoraba sus habilidades en la transformación de desechos, la elaboración de hamacas y atarrayas, y su creatividad para dar vida a materiales inservibles.
Posteriormente, se vinculó oficialmente con una asignación de siete horas académicas, gracias al apoyo de Gloria Fajardo Avendaño, segunda rectora de la Normal y coordinadora departamental de normales, junto con Luis Horacio Lora, Horacio Correa Flórez y Margarita Mena de Quevedo. A Ligia le ofrecieron escoger entre la Normal o el Liceo San Fernando; eligió el liceo, donde ya existían vínculos afectivos y profesionales, incluyendo la presencia de sus hijos maestros, conocidos como Memo y Pacho.
La maestra Ligia trabajó vinculada 21 años en el Liceo San Fernando y 9 años ad honorem. Su nombramiento fue publicado en el Periódico El Colombiano. Durante años, orientó cursos de capacitación para el ascenso docente, alcanzando la octava categoría según el Decreto 2277 de 1979, estatuto docente vigente.
En el Liceo San Fernando se desempeñó como maestra de mecanografía, taquigrafía, educación artística, vocacionales, y asumió otros grupos cuando faltaban docentes. También lideró proyectos de jardinería y embellecimiento institucional. Participó activamente en la elaboración de monumentos, en la decoración de carrozas para las fiestas en las fiestas patronales del 30 de mayo y en las municipales del 4 de agosto, siempre impregnando su sello artístico y estético.
Doña Ligia logró su jubilación a los 50 años, feliz de haber orientado no sólo clases de estética o artística, sino vidas. Tras su retiro, continuó su labor social los sábados, trabajando con poblaciones campesinas, mujeres, reclusos y grupos de la tercera edad, enseñando bordado, pintura, tejido y diversas técnicas artesanales. Entre sus discípulas recuerda con cariño a la señora Aura Rivera, con quien compartió saberes empíricos que embellecen la vida.
Fue postulada como una de las mejores maestras de Antioquia por Comfama y recibió otros reconocimientos.
Hoy, desde hace varias décadas, disfruta con alegría de su pensión, y sigue dejando un legado en adolescentes, jóvenes y adultos mayores. Para los maestros de hoy, nos comparte este mensaje:
“El tiempo es muy preciado en la educación. Hay que dar de sí mismo a los demás, dedicar cariño, amor y consejos al alumno. El estudio no debe ser una competencia, sino una posibilidad de elección frente a sus capacidades, hábitos, actitudes y valores. Debemos reconocer las diferencias individuales; cada estudiante aprende a su propio ritmo, según sus intereses, necesidades y entorno. Nunca he dejado de enseñar ni de aprender”.
Bajo la sombra de un atardecer lleno de grandes recuerdos, la maestra Ligia narra con amor y alegría los apartes de una vida profesional emprendida con amor, entrega y vocación de servicio comunitario.