Investigación de Daniel de Jesús Granados Rivera Maestro investigador, formador de formadores de la I.E.N.S.A. Magister en Educación en la línea de Formación de Maestros UdeA
La historia de Luz Norela Lora Mejía es la de una mujer que, desde su niñez entre cafetales y juegos sencillos, descubrió en la escuela la semilla de su vocación como maestra. Con dedicación y amor, formó generaciones, siempre con la convicción de que educar es servir y transformar. Hoy, en medio de un reto de salud que afronta con fe, amor propio y gratitud, su testimonio se convierte en una invitación a valorar cada instante, a perseverar en lo que amamos y a encontrar en la familia, la comunidad y la espiritualidad la fuerza para seguir adelante.
Soy Luz Norela Lora Mejía, nací el 13 de septiembre de 1966 en la vereda El Cedro del municipio de Amagá en una familia campesina conformada por mi padre Antonio José Lora Salas (q.p.d.), mi madre María de Jesús Mejía, siendo la quinta hija entre ocho hermanos.
Viví mi niñez en una humilde casa en medio de cafetales y árboles frutales. Con mis hermanas jugaba muñequero, haciendo comiditas con hojas y flores en los pedazos de platos que se le quebraban a mi mamá.
Tenía aproximadamente cinco años cuando nos pasamos a vivir a la zona urbana de Amagá y desde entonces recuerdo que era una niña muy sociable, alegre y juguetona. En esa época no existía el preescolar, y me tocaba esperar hasta cumplir ocho años para entrar a primero en la escuela; pero desde los siete años era desesperada por estudiar, así que me entraron a una escuela del municipio de Angelópolis, en la vereda Santa Rita; allí estudié dos meses y recuerdo mucho las mangas y el camino de piedra rodeado de flores silvestres que recorría para llegar a estudiar. De mi primera maestra no recuerdo ni el nombre, sólo sé que a ella le debo el tener una caligrafía tan fea, pues me obligaba a escribir sin yo tener la más mínima idea ni aprestamiento, haciendo cantidades de planas en letra pegada y despegada.
Transcurridos dos meses recibí la agradable noticia que en la escuela de Camilo C de mi municipio había un cupo y que podía pasar a continuar el año allá. Así lo hice, me tocó con la profesora Luz Mery Fernández (quien después de mucho tiempo fue mi compañera de trabajo en la Institución Educativa San Fernando), ella era muy tierna y me acompañaba los lunes y viernes que yo viajaba al pueblo, ya que durante la semana me quedaba en la casa de una tía. Fue una experiencia muy linda, disfrutaba mucho de la pequeña y linda escuela, y sobre todo de los recreos cuando me sentaba con mis compañeritas a destapar el desayuno que llevábamos empacado en bolsas de arroz o de parva y el chocolate o agua de panela en envases de blanqueador o aguardiente.
A mediados de año hubo deserciones en la escuela María Auxiliadora, así que nuevamente me trasladaron de institución y afortunadamente allí si logré culminar toda mi primaria ya en la zona urbana de Amagá. Sólo tuve dos maestras: Marnelly Sánchez (cuatro años) y Esperanza Cárdenas (q.p.d.) durante un año. Fue en el transcurrir de estos cinco años cuando empecé a sentir el llamado de mi VOCACIÓN COMO MAESTRA; admiraba mucho a todas las señoritas que iban todos los días bien vestidas y entaconadas, con sus clases bien preparadas para que aprendiéramos mucho, dándonos el más vivo ejemplo de responsabilidad y amor por esta maravillosa labor. Cuando salía de estudiar me ponía a jugar escuelita con mis amiguitas, imitando lo que hacían y decían mis maestras.
Realicé mis estudios secundarios en la Normal Victoriano Toro Echeverri (hoy Escuela Normal Superior), donde me prepararon y ayudaron a desarrollar paso a paso lo que se requería para cumplir el llamado que Dios me hacía para cumplir con la misión de ser MAESTRA. Desde el grado octavo nos iniciaron en toda la teoría correspondiente a pedagogía: preparar las clases, realizar las ayudas didácticas, tratar los niños teniendo en cuenta las características de su edad y entorno; todo lo anterior orientado por excelentes maestros y maestras especializados (as) y ejercitados (as) en cada una de las áreas.
En los grados décimo y undécimo hicimos nuestras primeras prácticas docentes con grupos de la Escuela María Auxiliadora, allí cada practicante tenía un maestro consejero que le orientaba y acompañaba en este nuevo proceso, y a mi parecer la esencia de un maestro: estar en contacto directo con un grupo de estudiantes. Es imposible olvidar esas primeras experiencias: los miedos al fracaso, a no saber llegar a los niños y las niñas, a no lograr controlar la indisciplina, a la calificación de la maestra consejera y a tantas cosas nuevas que debíamos enfrentar; como tampoco la dicha cuando la clase salía bien, aquellos primeros llamados por los y las estudiantes con la palabra “SEÑORITA”, o la de la maestra consejera cuando decía: “FELICITACIONES, VAS A SER UNA GRAN MAESTRA”.
En diciembre de 1984 me gradué como Bachiller Pedagógico y en enero de 1985 ya estaba laborando como maestra en el municipio de Apartadó, en el Instituto UNIBAN de la empresa UNIBAN (Unión de Bananeros de Urabá), colegio privado que permitió mi desarrollo y crecimiento personal y profesional, pues durante los diez años que estuve allí como profesora de primero y segundo primaria (5 años) y coordinadora de la sección primaria (otros 5 años), estudié la Tecnología en Educación Básica Primaria con el Tecnológico de Antioquia y la Licenciatura en Educación Básica Primaria con la Universidad Javeriana; ambos con programa a distancia.
No puedo dejar de mencionar las maravillosas oportunidades de capacitación y estímulos económicos brindados por la empresa:
Capacitación en Currículo, desarrollo de la creatividad, solución de conflictos, proyectos de aula, didáctica, dificultades del aprendizaje, trabajo en equipo, entre otros. Periódicamente realizaban jornadas de integración para los maestros, unas de las más espectaculares fueron las de Proyecto Aventura, que se realizaba durante varios días con personal especializado en orientarnos para mejorar nuestras relaciones interpersonales y el trabajo en equipo en bien de la calidad del desempeño. El salario sobrepasaba el grado de escalafón docente. Por sacar excelentes resultados en la evaluación de desempeño que se realizaba cada año, daban un sobresueldo. Brindaban auxilio de transporte y vivienda. Estímulos económicos por matrimonio, nacimiento de hijos, tiempo de servicio. Primas legales, extralegales, aguinaldo de Navidad más regalos para los hijos y fiestas para la familia. Todo lo anterior iba acompañado por una gran dosis de responsabilidad, sentido de pertenencia, disponibilidad, liderazgo, amor, entrega, eficiencia y eficacia por parte del maestro.
En 1995 fue asesinado mi esposo, que también era maestro en otro colegio privado (El Cooperativo). Carlos Alberto Urrego Jaramillo, egresado de la Normal de Amagá. Ante este hecho, mi hijo Willy Alberto, que en ese entonces tenía siete años, no quería continuar viviendo en Apartadó sin su padre, así que decidí renunciar y regresar a mi tierra natal.
De nuevo en Amagá, encontré el apoyo de mi familia y de la Administración Municipal en cabeza del señor alcalde Ángel Custodio Álvarez Cardona, quien me brindó la oportunidad de trabajar como directora de la Casa de la Cultura Emiro Kastos durante dos años y medio.
Posteriormente fui vinculada como docente municipal en el Liceo Pascual Correa Flórez, ubicado en el centro poblado Minas. Allí tuve una nueva experiencia como profesora de secundaria en diferentes áreas: Español, Ciencias Naturales y Educación Religiosa. Antes había orientado niños y niñas, ahora estaba al frente de adolescentes y jóvenes que marcaban una importante etapa en mi vida laboral. Realicé en esta época la Especialización en Educación Personalizada con la Universidad Católica de Manizales.
En el mes de febrero del año 2000 fui vinculada como docente nacionalizada y trasladada a la Institución Educativa San Fernando, donde me desempeñé como maestra de Religión y Educación Ética y Valores Humanos por 22 años con mucho amor y dedicación. Al llegar tuve mucha incertidumbre, pero me fui enamorando del área de Religión, siempre la orienté como una experiencia de vida para los estudiantes.
Recuerdo que iniciamos con una campaña de solidaridad, solicitando a los estudiantes que llevaran un cuaderno, un lapicero, el morral de año anterior en buen estado, uniformes de ellos mismos y de sus hermanos, para donarlos a sus compañeros más necesitados, recibidos con mucha alegría y gratitud, distinto a hoy que les da pena solicitar o recibir útiles escolares. Esta propuesta se convirtió en un proyecto institucional liderado al inicio por las maestras Luz Danivia León, Martha Betancur y yo. Entonces propusimos una rifa donde recolectamos cinco millones de pesos y con estos recursos subsidiábamos copagos a estudiantes que lo requerían y precisamente los visitábamos en las clínicas y hospitales. Más que una labor social, era la evidencia del valor de la solidaridad que estábamos proyectando, además llevábamos anchetas con alimentos a lugares marginales en invasiones ubicadas en Camilo C y Minas de Amagá. Salíamos también con los estudiantes a la vereda Piedecuesta que en forma voluntaria que nos acompañaban a visitar a los más necesitados.
Luego por diferentes situaciones de seguridad no pudimos volver a salir de la institución, entonces el profesor Nicolás Suaza aprovechaba las clases de Educación física, recreación y deportes para llevar las donaciones a las personas que lo requerían. Después, dicho proyecto fue perdiendo fuerza, ya que no se podían hacer rifas ni recolectas, ni hacer uso de espacios académicos para la ejecución de nuestra labor social. Entonces continuamos trabajando con las ayudas voluntarias de los estudiantes, sus familias y con la colaboración de algunos maestros de la institución, entre ellos Sandra Salazar.
Continuando con las clases de Religión, la Diócesis de Caldas nos cualificó mediante una formación en el área a todos los maestros que la orientábamos, dándonos idoneidad profesional y académica. Dicha capacitación se realizó por una semana, alojados en un convento, experiencia valiosa y significativa. En relación con el material de trabajo, recuerdo que empezamos a trabajar con cartillas de excelente contenido, clasificadas del grado sexto a once:
6º: Los Derechos Humanos.
7º: La familia, maravillosa temática porque permitía un trabajo cooperativo donde se analizaban las fortalezas y las necesidades de las familias de los estudiantes.
8º: La comunidad, así lográbamos una articulación fundamentada en forma teórica como práctica con el proyecto de solidaridad y la intervención con las donaciones para la población más necesitada y vulnerable.
9º: La moral. Contenido enfocado en los principios éticos y morales para la formación de personas de bien.
10 y 11° Proyecto de vida: permitiendo el desarrollo autónomo, reflexivo de la realidad social, familiar, personal y escolar de los estudiantes.
Luego el área de Religión, hoy Educación religiosa escolar, pasó a tener sólo una hora de intensidad académica y el área de Educación ética y valores humanos a una hora, hecho que permitió la articulación entre los saberes y prácticas escolares.
El trabajo fue aumentando hasta llegar a 22 horas de clase. Por esta razón, en el año 2020, en tiempos de pandemia, empecé a experimentar estrés laboral. Las exigencias del trabajo sincrónico y asincrónico, tal como se requería en ese momento, me fueron debilitando tanto en lo físico como en lo mental, al punto de necesitar acompañamiento psicológico y psiquiátrico, aun cuando ya no tenía asignada la dirección de grupo.
Ya pensando en el momento de mi jubilación y retiro de la profesión magisterial, tuve presentes la salud de mi mamá y de mi tía. A lo largo de este camino, mis compañeros y amigos -doce como los apóstoles- siempre me brindaron su apoyo. Como familia sanfernandina también atravesamos algunos momentos de discusión, hechos propios de la cotidianidad en la profesión que desempeñamos. Hoy, al mirar atrás, me queda un profundo aprecio y un inmenso sentimiento de gratitud.
En el colegio privado laboré durante 10 años y en la Institución San Fernando por 22 años, un tiempo justo y merecido que me permitió decidir retirarme para dedicarme a otras cosas que disfruto: pasear, compartir con mi familia y amigos, y escribir poesías. Fue así como en el año 2022 tomé la decisión de retirarme con gran felicidad y alegría, con la satisfacción del deber cumplido, de mi responsabilidad asumida y del compromiso con la comunidad de mi municipio y de otros lugares como Apartadó.
En el mes de abril de este año (2025) me diagnosticaron cáncer de estómago con metástasis en los pulmones. Esta situación la he afrontado con amor, fortaleciendo mi fe y mi amor propio por la vida, sobrellevando la complejidad que ha traído. He procurado realizar aquello que me gusta y me llena de felicidad y alegría: el canto, el baile y la declamación, actividades que me hacen sentir plena y satisfecha conmigo misma, siempre confiando en la voluntad de Dios y en la protección de la Santísima Virgen María.
En estos últimos meses he podido reflexionar sobre todo lo que he vivido y en lo que he participado, reconociendo esta maravillosa vida como un don lleno de privilegios. Desde mi niñez he tenido la oportunidad de expresarme a través de distintos medios de comunicación, incluso por videos y mensajes que me recuerdan mis experiencias en las danzas folclóricas, en actos cívicos y culturales de las instituciones donde laboré, así como en las noches de poesía organizadas por la biblioteca Otilia Cuartas de Betancur, bajo la dirección del bibliotecario Gabriel Muriel González.
Cada poema compartido en esos encuentros lleva implícita una realidad viva y sentida; su fluidez verbal y sensibilidad tocan las fibras más profundas. Todo esto ha sido para mí una experiencia maravillosa que me ha permitido realizarme, disfrutar conmigo misma y, al mismo tiempo, compartir con los demás y para los demás.
Mi invitación para todos aquellos que deban enfrentar una situación difícil es que siempre se aferren de la mano de Dios, de la Santísima Virgen María, de la familia y de las amistades, pues ellos son el pilar fundamental para sobrellevar cualquier circunstancia. Con firmeza en la fe, con positivismo y amor propio, todo se puede superar. Dios los bendiga, y recuerden que se les quiere por siempre.
Esta historia aún no concluye, hay muchísimas cosas por compartir y otras que estoy segura que van a llegar. Por ahora solo quiero expresar que me siento orgullosa, feliz, plena por seguir siendo maestra y haber dado lo mejor de mí a mi familia y a mi comunidad amagaseña.
Cuando me siento mejor, me dedico hacer cosas que me encantan, por eso quiero compartir con ustedes una poesía que escribí el 24 de abril de 2014. Estaba en la Biblioteca Otilia Cuartas de Betancur de la Institución de Educativa San Fernando, siendo bibliotecario mi amigo Gabriel Muriel González, y allí me paré en la ventana de a divisar un rato, a descansar, y de pronto me senté, cogí una hojita y empecé a escribir estas palabras:
A través de una ventana
Cuánta paz, cuánto silencio, cuánto alivio, cuánta calma…
todo se puede apreciar a través de una ventana.
Olores que trae el viento,
las nubes que se desplazan,
la lluvia que cae del cielo,
arcoíris que engalana.
Con destellos de colores, el sol, la lluvia, las ramas…
todas estas maravillas a través de una ventana.
Verdes en todos los tonos,
en el árbol, las montañas,
guayacanes amarillos
y casitas muy lejanas.
Pájaros que hacen sus nidos, personas que se desplazan…
sin saber que se les mira a través de una ventana.
Imponentes, seductoras,
tres torres que se destacan,
mostrando que allí está el templo
en medio de nuestra plaza.
El retoque de campana se escucha siempre cercana, recordándonos que Dios a toda hora acompaña, llenándonos de su amor a través de una ventana.
Lectura recomendada
Jesús Emilio Sánchez Molina: compromiso y servicio por Amagá