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Una historia sobre los aprendizajes de la vida

El problema

La comunidad, que nació y se consolidó alrededor de una cooperativa de emprendedores de la producción agrícola, otrora floreciente, dinámica y con un futuro promisorio, en algún momento de su devenir entró en un proceso – inicialmente imperceptible – de transformación degenerativa, el que, a medida que pasaban los años, se fue recrudeciendo, hasta tenerla hoy arrinconada contra las cuerdas de su propia incapacidad para conciliar los intereses de los grupos en los que está dividida:

1) Los que, confundiendo métodos de trabajo con valores esenciales, creen ciegamente que el funcionamiento de esta organización debe seguir amarrada a unos patrones y herramientas de gestión ya obsoletos, con el argumento de que así fueron diseñados por los fundadores y que cambiarlos, dicen, sería traicionar el sagrado legado de los pioneros.

2) Los que argumentan que las condiciones económicas y sociales del presente dejaron ya sin validez los objetivos que llevaron a los fundadores a crear la cooperativa, y que los mismos valores en los que se cimentó su fundación requieren de un replanteamiento de fondo. Si a lo anterior se le suman los intereses creados de los líderes de ambas corrientes, más los prejuicios y resentimientos a los que las constantes confrontaciones y peleas internas les abrieron las puertas, el resultado es un sancocho en el que cada plátano y cada yuca, creyéndose dueño o dueña de la verdad absoluta, se encuentra en condiciones imposibles de escuchar o, al menos, de tratar de entender al adversario. ¿Cómo sacar un almuerzo racional de semejante revuelto?

En este ambiente hostil, por consiguiente, todo parece indicar que la asamblea que está en marcha no va a ser otra cosa que el último martillazo en el último clavo con el que la tapa del ataúd que lleva dentro el cadáver de lo que ha sido hasta este momento la Cooperativa de Emprendedores -Cooemprender, queda irremediablemente cerrada. Y así parece confirmarlo la reacción de los opositores, cuando los promotores de la reforma de los estatutos intentan abrir la discusión sobre el punto, que es ahora una verdadera manzana de discordia. Enfurecidos y discutiendo violentamente, amenazan con retirarse del recinto, con lo cual el quórum para las votaciones se disolvería, dejando a la cooperativa sumida en la oscuridad de un limbo impredecible. La sesión llega a un punto muerto, una especie de agujero negro del que nadie encuentra camino de salida y una incómoda sensación de impotencia se apodera de los asistentes: es la calma chicha que precede a la, al parecer, inevitable tempestad.

¿Dónde está la oportunidad?

Entonces una voz inesperada, en un tono que transmitía seguridad, confianza y serenidad, sonó en el recinto: “Señor presidente, proponemos un receso de un minuto, de pie… ¡y en silencio!”. ¿Qué clase de proposición era esa?, pensaron los demás asistentes. Pero, tomados por sorpresa y sin saber qué vendría después, contra todo lo esperado, la asamblea aprobó la proposición. Un extraño silencio cubrió el recinto.

Terminado el minuto, se escucha de nuevo la voz. Su tono es solemne, casi es una oración: “Nos dirigimos a la Majestad de la Historia y al sagrado nombre de toda una comunidad, cuyo bienestar y futuro es ahora nuestra responsabilidad. Porque el destino está poniendo en nuestras manos, con un habilidoso disfraz de problema, una oportunidad como jamás en el pasado habíamos tenido: la de transformar nuestras diferencias, rencores, resentimientos, desconfianzas, temores y dudas en una sola herramienta de construcción: la herramienta de la FE. Fe en nuestra capacidad para entendernos mutuamente; fe en nuestra capacidad para transformar las piedras que obstruyen nuestro camino en material de construcción de una vía expedita hacia una cooperativa sólida; fe para entender que el problema no es si los valores del pasado están en peligro o no, y que no lo son tampoco las personas a las que vemos como una amenaza; que ese peligro está, en realidad, en nuestra incapacidad para aceptar que cada uno de nosotros tiene parte de la verdad, pero no toda la verdad y que, en consecuencia, si unimos todos esos trozos de verdad, seguramente vamos a tener la verdad completa; que el error está, no en que unos quieran y otros no adaptarse a las exigencias de unas nuevas y evidentes realidades, sino en la manera como estamos asumiendo los nuevos desafíos de la historia. La solución, por tanto, es mucho más sencilla de lo que hemos pensado: consiste sólo en un cambio de actitud mental frente a dichos desafíos y frente a nuestras propias responsabilidades ¡Muchas gracias, señores asambleístas!”.

 La solución

Un estado de reflexión, casi de recogimiento, se apodera de los asambleístas. Estas palabras, que provienen del integrante de un grupo de asociados, muchos y muchas de ellos y ellas jóvenes, aún no contaminados por resentimientos y prejuicios perversos de los más antiguos; algunos recientemente graduados como bachilleres del colegio de la comunidad, otros ya haciendo algún tipo de carrera intermedia, técnica o profesional y otros, sencillos hombres y mujeres ya maduros, genuinamente preocupados y preocupadas por el futuro de la organización cooperativa; asociados y asociadas que se han mantenido al margen de las disputas, no con una actitud pasiva y desinteresada, sino por una convicción sincera de ser capaces, en el momento indicado, de encontrar una salida razonable y constructiva al laberinto en el que se encuentra la Cooemprender, y corregir así el rumbo errático que ahora tiene. Pues bien, estas palabras obraron en los asambleístas como el engranaje que corre el velo que les había impedido darse cuenta de que la solución a esta confrontación está, sencilla y llanamente, en sus propias manos y en este preciso momento. Está en ver el conflicto, no como el problema que los llevaría a la autodestrucción, sino como la oportunidad para reiniciar una nueva etapa de la cooperativa en la que las ideas, las esperanzas y las aspiraciones de todos los miembros de la comunidad pueden estar representadas. Algo que se puede resumir en cuatro palabras: cambio de actitud mental.

Siendo así, entonces, ¿por qué no adoptar la reflexión que acaban de escuchar? ¿Por qué no ver el pasado, con sus ofensas, equivocaciones y desconfianzas, como una lección y una oportunidad de aprendizaje? ¿Por qué no cerrar el capítulo del pasado e iniciar una nueva etapa de construcción, en un clima de respeto por las ideas mutuas? En estas condiciones, estarían actuando como nuevos pioneros de Cooemprender, con los mismos valores de antaño, pero con los aprendizajes que la vida les acababa de dar. La asamblea – sobra decirlo – terminó siendo todo un éxito. ¡La filosofía del manejo positivo del conflicto había triunfado!

Lea también: Manejo positivo del conflicto – Parte 1



Por Rubén Darío González Zapata 
Nacido en la vereda La Lindaja 
Corregimiento Alfonso López 
(San Gregorio) - Ciudad Bolívar 



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