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Para ser sincero, jamás imaginé que Colombia pudiera llegar a vivir una situación como la que estamos padeciendo en estos momentos, con su presidente tratado como una especie de apestado al que hasta se le niega la venta de la gasolina para el avión en el que viaja, además de estar incluido por los EE.UU., sin prueba judicial alguna, en una lista negra como un vulgar narcotraficante. Un hombre también alrededor del cual, como ha sucedido ya en nuestro pasado, Colombia se encuentra dividida entre quienes lo consideran el objeto irrestricto de su admiración y quienes lo ven como el objeto radical de sus odios.

Un presidente cuya personalidad va desde la del hombre de ideas sublimes sobre justicia internacional, sobre una sociedad mundial basada en el respeto por la vida y la naturaleza en un mundo libre de las cadenas que le imponen los poderosos, pero, por otro lado, un ejecutivo con frecuencia errático en la toma de sus decisiones estratégicas, incapaz de construir y liderar un equipo de gobierno estable y competente para aterrizar y convertir en resultados tangibles las ideas de su líder y, para colmo, con comportamientos personales desconcertantes que escapan a la comprensión del ciudadano desprevenido. Sumémosle a este escenario una clase política tradicional dispuesta a sacar todo el mejor partido posible de este río revuelto para satisfacer sus intereses y tenemos ahí el mismo sancocho que hace ya más de 70 años fue el detonante que puso en marcha el jinete apocalíptico de la violencia de la que no nos hemos podido liberar, con las secuelas nefastas ya conocidas. ¿Qué hacer?

Contrariamente a lo que se suele pensar, los momentos de crisis tienen una doble cara: la apocalíptica, la de apague y vámonos, y la de la oportunidad. En chino, la expresión weiji, “punto crucial” o “momento crítico”, tiene un sentido especial muy interesante y, palabras más palabras menos, significa que, dependiendo del manejo que se le dé a ese momento, este se puede convertir en una oportunidad. ¡Y vaya si los chinos lo han logrado! Dentro de este orden de ideas, me parece a mí que hay dos maneras de abordar la situación actual de cara al país con justicia social, desarrollo y con independencia económica que queremos construir en el largo plazo. Digámoslo sin ambages; una manera difícil y otra manera fácil. Empecemos por la manera difícil. Esta consiste en meter a todos los izquierdosos que no están de acuerdo con nuestra manera de pensar en un corral y darles balín, destriparlos; es el sueño dorado de los bukeles criollos y del abuelo de plomo es lo que hay y, simultáneamente, están los que piensan que acudir al terrorismo como estrategia para arrodillar al Estado es la manera correcta para lograr sus objetivos políticos, como lo siguen creyendo los reductos guerrilleros y grupos armados fuera de la ley. La prueba de que esta estrategia es la difícil y, de hecho, la que no ha funcionado, es que, después de 70 años de estar matándonos, tanto los izquierdosos como los bukeles, los abuelos emberracados y otros tantos amantes de las soluciones guerreristas, siguen ahí, amasando sus odios, prisioneros de las cadenas mentales de la violencia que son más fuertes que el acero. Y ¿qué hay de la manera fácil? Esta es increíblemente sencilla y consiste en que todos, o al menos la inmensa mayoría, trabajemos en una misma dirección hacia el gran objetivo estratégico de la construcción de una nueva Colombia. Lo increíble de una solución como ésta es que lo único que necesitamos es tomar la decisión de hacerlo. Eso conlleva un cambio de actitud mental que pondría al país a operar en modo de trabajo en equipo. Aclaremos, sin embargo y para que no haya malos entendidos: esta es una solución fácil pero no facilista y no significa que, una vez tomada la decisión, las soluciones empiecen de pronto a llover milagrosamente del cielo. Veamos.

En primer lugar y como condición, un país, una organización, una comunidad, que trabaje dentro de una concepción de equipo requiere de liderazgos muy fuertes en torno a un proyecto político serio, creíble e inspirador, y con gran capacidad para generar un clima de logro de consensos, algo que está -tratándose de un país- en primer lugar, manos de quien ejerce la presidencia, pero también en las manos de las demás instituciones del Estado, los gremios y organizaciones sociales. En segundo lugar, requiere de un gran esfuerzo de trabajo colectivo organizado y de que cada ciudadano cumpla con el papel que le corresponde dentro del sistema social. En tercer lugar, debe existir la certeza de que se trabaja no para obtener resultados en el corto plazo. Es, como se ha dicho, trabajar pensando en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones.

Ahora bien, un sistema político concebido dentro de un marco como este, es más sólido en la medida en la que haya más ciudadanos que ejerzan su condición de tales con sentido crítico, bien informados y cuya decisión de voto esté fundamentada en un proyecto debidamente estructurado y no en las emociones, ni para cumplir con compromisos con padrinos políticos. Es lo que en Colombia se denomina el voto de opinión. Este grupo de votantes, con frecuencia estigmatizado por los radicales de un lado o del otro, tiene una importancia fundamental, porque es el que le da al debate político la objetividad y la ecuanimidad tan necesarios para que la discusión política no pierda altura y no caiga en confrontaciones. Es esa especie de catalizador que toma de todas las corrientes políticas sus aspectos positivos y los convierte en elementos que enriquecen el proyecto político. Un grupo con el cual me identifico plenamente.



Por Rubén Darío González Zapata 
Nacido en la vereda La Lindaja 
Corregimiento Alfonso López 
(San Gregorio) - Ciudad Bolívar 


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