Es comúnmente escuchado en grupos de ciudadanos que se reúnen para interactuar cerca de los parques de nuestros municipios y también, en los últimos años, en las cadenas de comentarios de Facebook, que las discusiones entrabadas desencadenan en un “todos pensamos diferente”.
Parece entonces que quien invoca dicha fórmula se da cuenta de algo que los demás no están advirtiendo; “todos pensamos diferente” se convierte en un argumento para dejar a los que no están de acuerdo tranquilos y además conformes con sus propias opiniones.
Sin embargo, un observador atento se habrá dado cuenta de que lejos de llegar la calma, se intensifica el desacuerdo; no conformes con que su opinión sea igual de respetable que la del que piensa diferente, se rebasa el campo de la cordialidad, la mesura y de la escucha mutua, para adentrarse a una espiral de descalificaciones personales e improperios que parecieran no tener fin.
Sin descartar que en alguna ocasión también hayamos incurrido en esa actitud errada, estas personas, paisanos nuestros, ponen en un lugar insustancial e intrascendente el argumento democrático, bajo el entendimiento de los que asumen que el derecho a pensar diferente autoriza por extensión a decir lo que sea, sin considerar el respeto y la dignidad del otro, especialmente del que piensa diferente.
No quieren darse cuenta del daño que le hacen a sus comunidades. Destruyen día a día la posibilidad que existe de vivir en una sociedad realmente más democrática, menos violenta.
No siempre debemos estar conformes con lo que acontece cotidianamente en las comunidades, asumiendo sin más que es la historia, que es inevitable, neutra y sin influjo sobre el presente. Al contrario, la historia es constante devenir y por ello debemos ser críticos, intentar ser mejores de lo que hemos sido.
Conformarse con que la democracia es un concepto coco, mero cascaron, útil al más vociferante y obediente a los egoístas intereses de quienes detentan el poder, nos aleja de alcanzar parámetros reales de vida digna, de desarrollo humano sostenible, de vivir civilizadamente en comunidad, sin odio ni resentimiento.
La democracia es una categoría fundamental de nuestro diseño institucional, es decir, del Estado Social de Derecho. Darle sentido y significado a lo que es la democracia también es responsabilidad de cada ciudadano.
Es hacer conciliable los intereses individuales con los intereses del grupo o comunidad a la que pertenecemos. Es tener en consideración que somos seres con las mismas necesidades básicas esenciales y con potencial para crear una particular visión del mundo.
Es comprender que nos necesitamos para poder crecer y desarrollarnos; que necesitamos de la comunidad para garantizar no solo los derechos de los más poderosos, o de la mayoría, sino de todos los que la conforman.
Que todos en esencia nacemos libres e iguales, que tenemos la misma dignidad. Y si hoy la realidad no da cuenta de ello, de que tenemos los mismos derechos, debemos trabajar en grupo sumando el esfuerzo y el potencial individual para acercarnos a ese ideal de vida digna.
Como medio y como ciudadanos del Suroeste antioqueño seguimos asumiendo con firmeza la tarea de contribuir al fomento de vivir en democracia, especialmente en nuestras comunidades.
Encaramos esta tarea poniendo en consideración de los lectores nociones y argumentos útiles para que cada ciudadano, desde sus propias vivencias pueda resignificar el sentido de vivir en democracia, y oponerse, desde el ejercicio informado y consciente de sus derechos y obligaciones, a las circunstancias que vacían de sentido pensar con esperanza en una Colombia en paz.
Editorial de la Edición impresa N° 169