Por Rubén Darío González Zapata Nacido en la vereda La Lindaja Corregimiento Alfonso López (San Gregorio) Ciudad Bolívar
Fiel a mi propósito de hacer visibles los trabajos de escritores, pintores, poetas, y demás obras de diferente naturaleza que enriquecen el acervo cultural de la región del suroeste antioqueño que caigan en mis manos, me propongo señalar aquí tres casos de personajes que buscan abrirse camino y ser reconocidos, especialmente por nosotros, los habitantes de esta parte de Colombia que nos correspondió en suerte.
Hoy hago referencia, en primer lugar, a alguien que ha emprendido el interesante camino de la escritura, con un pequeño relato a cuyo contenido hago referencia a continuación:
Se trata de Jorge Sánchez, un hijo de Ciudad Bolívar, cuyo escrito está relacionado con ese grupo de guerreros, los transportadores de carga en camiones, quienes, desde las primeras décadas del siglo XX, empezaron a reemplazar el trabajo de aquellos que, en la segunda mitad del siglo XIX, fueron el instrumento del que se sirvieron los colonizadores del suroeste para mantener aceitada la economía la de las minas y la del café, alrededor de las cuales nacieron todos nuestros pueblos: los arrieros.
Este escrito es una descripción de lo que era un típico viaje de un camión de carga que se iniciaba en la ciudad de Medellín con destino a Quibdó, capital del Chocó, y el correspondiente viaje de regreso hasta el punto de inicio. De acuerdo con las referencias que se hacen en el escrito, la época en la que se llevaba a cabo esta actividad corresponde a las décadas que van de los años 50 a la de los 80 del siglo pasado. El relato incluye breves descripciones de los lugares en donde los conductores solían hacer sus paradas para alimentarse, revisar los camiones, mirar el estado de la carga, incluso pernoctar, para, luego de un merecido descanso, continuar su camino, siempre con la conciencia de la importancia que tenía su trabajo en la economía de la región, lo cual asumían con un gran sentido de responsabilidad. Punto central y estratégico de estos sitios de parada era Ciudad Bolívar.
Es importante resaltar la importancia que el autor le da a las personas que formaban parte de ese grupo de “viejos amigos” que, de alguna manera, formaban una especie de “hermandad”, unidos por el destino común de ser el eje o columna vertebral del desarrollo de la región sur de Antioquia y el departamento del Chocó. Hermandad en la que su padre, Argaín Sánchez, es la figura central, la persona que motivó al autor a elaborar este escrito. De hecho, el escrito es un homenaje para esa figura paternal que, por lo visto, le enseñó a amar ese oficio.
De igual manera, los camiones, instrumento de trabajo de estos laboriosos conductores, juegan un papel de importancia fundamental en el relato, por cuanto la combinación “máquina / hombre” llegó a convertirse en un binomio inseparable. Aquí cada camión tiene nombre propio y es casi un hermano, un hijo que, junto con coteros, mecánicos, ayudantes, administradores de hoteles de paso, restaurantes, finqueros vecinos de carretera y todo hombre o mujer que, de alguna manera, se relacionaba con estos trabajadores, llegaron convertirse en una gran familia cuyos nombres no quiere omitir u olvidar el escritor. Es, y guardades las diferencias, el mismo tipo de “hermandad” que unió un día al arriero con el sangrero, con la mula, con la enjalma y los demás arreos de trabajo de esos hombres de carriel y de alpargatas que abrieron y surcaron las trochas de lo que hoy son ya carreteras pavimentadas. Unos y otros (arrieros y camioneros) han sido, cada uno en su momento, el alma de una cultura, de una forma de vivir, de una forma de trabajar, sin la cual nuestra región y, en últimas, nuestro país, no habría alcanzado nunca los niveles de desarrollo que tiene hoy.
Los otros dos personajes a los que hago referencia aquí son maestros de la pintura. El primero de ellos es Álvaro Fernández Agudelo, oriundo de San Gregorio, quien ha dedicado toda su capacidad creativa a plasmar en sus lienzos o en un mural temas costumbristas tan entrañables para nosotros los antioqueños. Por sus pinceles pasan ya sea la figura del agreste hombre de la arriería con su inseparable compañera, la mula; ya las figuras de los serenateros o “merenderos”, que hacían que el paso de los caminantes por la fonda de un camino cualquiera se convirtiera en un momento de intenso placer al son de románticas canciones acompañadas de un tiple y una guitarra; ya la imagen de una humilde casa o de la sencilla calle de mi pueblo. El segundo de ellos es Juan Carlos Arango Maya, oriundo también de Bolívar, cuya especialización es el paisajismo y quien con su pincel da vida sobre el lienzo a hermosas y bucólicas estampas de paisajes antioqueños. Un “paisajista popular”, como se define él mismo, cuyos trabajos de especial belleza y colorido ponen ante nuestros ojos la belleza de nuestros campos. Ambos pintores son personas forjadas en nuestra tierra, que comparten con todos nosotros el amor por el suroeste antioqueño, cuya obra vale la pena que todos conozcamos.
Nota 1.
Soto y su fiel compañera de trabajo: la mula. (Pintura de Álvaro Fernández A.)
Nota 2.
Datos del escrito:
Título: Viejos amigos del Chocó
Autor: Jorge Sánchez
Género: Narración
Editorial: Sin datos
Sitio: Ciudad Bolívar (Ant.)
Año: 2023
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